24 de febrer del 2023

Los Fabelman (The Fabelmans, 2022)


Un artículo de Juan Pais


Es el llamado rey Midas del cine posiblemente la figura más importante de Hollywood en los últimos cincuenta años, y su éxito se debe tanto a su innegable talento artístico como a su asombroso olfato comercial. Conocida es su trayectoria, plagada de éxitos como Tiburón (Jaws, 1975), Encuentros en la Tercera Fase (Close Encounters of the Third Kind, 1977), En Busca del Arca Perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981), E.T. (E.T. The Extraterrestrial, 1982), Parque Jurásico (Jurassic Park, 1993), La Lista de Schindler (Schindler's List, 1993), Salvar al Soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998) o Munich (2005), a la que se suma su labor en la producción, apoyando a cineastas como Robert Zemeckis o Joe Dante y financiando celebradas filmes como Los Goonies (The Goonies, 1985) o Poltergeist (1982). En los años 80 ya era un Hollywood Mogul, y desde entonces su carrera ha continuado a similar altura. Es por ello que Steven Spielberg haya podido permitirse rodar una película tan personal en el momento adecuado, abundado de experiencia y en pleno dominio de su capacidad. El privilegio de poder filmar una película así es totalmente merecido.


Sammy (el prometedor Gabrielle Labelle) es el personaje trasunto de Spielberg en The Fabelmans. Es hijo de un ingeniero introvertido, Burt (un ajustado Paul Dano) y una pasional artista, Mitzi (brillante trabajo de Michelle Williams, justamente premiado), que viven en Arizona hasta que el trabajo del padre les lleva a California, donde la vida cambiará enormemente para ellos. Los Fabelman es una crónica familiar que refleja el influjo de sus progenitores en Sammy y también relata la trayectoria cinéfila del chico, en un viaje de descubrimiento en el que indagará en las posibilidades del celuloide.

Las escenas de la infancia de Sammy son un prodigio narrativo. La película arranca cuando Burt y Mitzi llevan al pequeño Sammy a ver una película por primera vez, explicándole lo que va a pasar una vez entren en la sala, en un encantador ejercicio de enseñanza. La proyección de El Mayor Espectáculo del Mundo (The Greatest Show on Earth, 1952) fascina al chico, que en casa trata de reproducir una escena impactante para él. Con la maqueta del tren de su casa recrea el arrollamiento de un coche por un ferrocarril, en una suerte de mutación del Sammy espectador en el Sammy creador. Como si de un Georges Méliès infantil se tratara, el vástago de los Fabelman explora las posibilidades dramáticas de un arte para él incipiente. Esta primera media hora de la película debería explicarse en las escuelas de cine.


La inquietud creadora e investigadora es un rasgo de la familia. Tanto por su profesión como por su carácter ensimismado y metódico, Burt representa perfectamente a la ciencia en la familia Fabelman, mientras Mitzi, mujer excéntrica, tiene un temperamento más artístico. En buena medida, Sammy se parece a ambos progenitores, pero la mayor cercanía del muchacho con su madre, su complicidad, evidencia que para Spielberg el arte añade calidez a la ciencia.

Sammy es un chico solitario que ha heredado la introversión vital de su padre. Para él el cine es un asidero vital, se refugia en la fantasía. Ya sabemos que el divorcio de sus padres fue traumático para Spielberg, y aquí nos cuenta como sus primeras incursiones en la realización de películas amateurs y cortometrajes le ayudaron mucho. En realidad, mientras su familia se resquebraja no tiene a nadie: sale con una chica frívola y estúpida y no le conocemos amigo alguno. Solo tiene el cine. Los Fabelman narra el influjo de sus avatares personales en su progreso creativo. Es una obra muy emocional, que refleja dolor y felicidad y cuenta con la fuerza indescriptible de lo vivido, siempre más intensa que lo imaginado.


El trabajo en el guion de Tony Kushner, habitual del director en los últimos años, es remarcable. Girando en torno a Sammy, el libreto de Kushner relata los aspectos más condicionantes en la trayectoria vital del chico, tan impactantes en su profesión. Otro colaborador habitual de Spielberg, Janusz Kaminski, fotografía las imágenes con una sensibilidad pictórica, resaltando la vitalidad de los escenarios. John Williams, por su parte, deja constancia de su excelencia con una banda sonora en la que destaca una bonita pieza de piano.

Al margen de la valoración final que se otorgue a la nueva película de Steven Spielberg, Los Fabelman, cuenta con numerosos puntos de interés. Uno de ellos es abordar una cuestión surgida desde que el lenguaje audiovisual se integró en la cultura contemporánea: ¿la cámara miente o dice la verdad?¿Está diseñada para alterar la realidad o, por el contrario, la veracidad que capta tiene una fuerza incontenible? Spielberg aporta a dicha controversia su parecer: tanto la cámara reveladora que descubre un secreto en la vida de Mitzi como la manipuladora que convierte a un compañero de estudios macarra en un héroe admirable, pero evidenciando su necedad contribuyen a la segunda opción. Para Spielberg la cámara no miente, ni siquiera cuando miente.

Los Fabelman incluye una escena que recoge el encuentro entre Spielberg y John Ford. La anécdota ya fue relatada por el primero hace unos años, de lo que posiblemente se arrepienta porque habría resultado más potente siendo relatada por primera vez en la película. El director de El Hombre Tranquilo (The Quiet Man, 1952) recibió a nuestro hombre en su despacho, le ordenó que mirase un par de cuadros y le dijese dónde estaba el horizonte. Spielberg respondió que arriba y abajo respectivamente, lo que para Ford fue acertado. Añadió que si en una película el horizonte estaba en una posición o en otra, la película es buena, pero si está en el centro "es un bodrio de cojones". Luego, con su habitual — y según muchos, impostada — mala uva, echó al bisoño Spielberg del despacho para a continuación desearle que le fuera bien. Y le fue bien.