Es ya tradicional la identificación entre Hollywood y Babilonia. Kenneth Anger utilizó sendos nombres para el título de su obra más celebrada, en la que repasaba los escándalos más sonados (y otros inéditos) de la llamada meca del cine. La ciudad mesopotámica, cuya riqueza y fastos la hizo ser señalada por la moral cristiana como ejemplo de lo pecaminoso, fue para Anger el referente de lo acontecido en el mítico barrio angelino durante los años de mayor esplendor de este. En Babylon, Damien Chazelle recrea la atmósfera hollywoodiense de los años 20 y 30 con un bienvenido sentido del delirio. Es una película descomunal y salvaje; justo lo que necesitaba.
Llevamos más de treinta minutos cuando aparece el título de la película. Hasta entonces se ha narrado una gigantesca bacanal y la consecuente resaca. Sexo, drogas y alcohol a mansalva. También un asesinato. En esa media hora de prólogo, Chazelle ha encapsulado el resto de la película. Lo que veremos a continuación será un encadenamiento de fiestas y rodajes extravagantes. La vida en Hollywood, nos dice el director de La La Land, es una fiesta con su consiguiente malestar.
Manny Torres (Diego Calva) es el hilo conductor de Babylon. Se trata de un joven mexicano buscándose la vida en la boyante industria cinematográfica. A través de sus ojos conocemos al resto de los personajes y somos testigos de sus vicisitudes. Como nosotros, Manny se siente simultáneamente complacido y asqueado con lo que ve, pero siempre sorprendido. Hollywood es muchas veces más asombroso de lo que puede digerir, pero su templanza en un mundo de excesos le hace ser digno de confianza y prosperar. Con su actitud, entre fascinada y disgustada, Manny Torres recuerda al Henry Hill de Uno de los Nuestros (GoodFellas, 1990).
El desencanto de Manny con Hollywood nace del acceso a su trastienda. Al igual que nos sentimos decepcionados e irritados cuando nos explican el truco de magia que previamente nos había maravillado, el mexicano siente lo mismo descubriendo las interioridades del cine. Sin embargo, es consciente de que lo importante es la emoción que el cine provoca en el público, y por ello considera que merece la pena seguir adelante. Como perdonamos al mago habernos embaucado, Manny es indulgente con los personajes que le rodean y sus debilidades. El mundo necesita magia.
Un esquema de auge y caída alrededor del personaje de Nellie LaRoy es la base sobre la que se construye Babylon. Nellie, aspirante a actriz al inicio de la película, es una chica talentosa y decidida que triunfará pero habrá de pagar el precio del éxito, la resaca de la fiesta. También es el amor de Manny, pero ella está enamorada de las películas. Estupendamente interpretada por Margot Robbie, son diversos los sentimientos que Nellie expresa a lo largo del metraje: entusiasmo, dolor, miedo, ira...Con su sensibilidad a flor de piel, Nellie es el cine.
Brad Pitt da vida a Jack Conrad, rol inspirado en galanes del cine mudo que perdieron su carrera por la aparición del sonoro, para el que no estaban dotados, como John Gilbert. A diferencia de Manny, que sigue un itinerario ascendente, Jack está en la cumbre al inicio de Babylon, y en su decadencia recibirá un importante aprendizaje vital. Otros tipos hollywoodienses son abordados. Un ejemplo es la periodista encarnada por Jean Smart, cuyas columnas pueden ensalzar carreras o destruirlas. En líneas generales, Chazelle es perspicaz a la hora de perfilar a los personajes, aunque falla con el gran Erich Von Stroheim, plasmado de manera muy caricaturesca.
Babylon es una de esas películas que a pesar de durar más de tres horas no resultan largas. Resulta fundamental para ello el impacto de la narración, por supuesto, pero también la estructura. En Babylon los personajes van y vienen, pero siempre en el momento adecuado, y las subtramas se integran impecablemente en la trama principal. Los diferentes elementos forman un todo atractivo y compacto.
Es muy relevante en la filmografía de Damien Chazelle la música (la interesante Whiplash se ambienta en una academia y la sobrevalorada La La Land pertenece al género). Babylon no es una excepción. Precisamente por ello es el personaje del trompetista Sidney Palmer (Jovan Adepo) uno de los pocos íntegros en la película, y en la simbología de esta queda subrayada la querencia. En diversos momentos aparecen orificios: un elefante evacuando una copiosa bosta o Nellie vomitando. Representan lo sucio y despreciable de Hollywood, pero los planos de la salida del pabellón de la trompeta aluden a lo elevado, asocian al cine con el arte.
Excesiva y superficial pueden ser adjetivos que califiquen a Babylon. Excesiva lo es, deliberadamente, y superficial es un epíteto engañoso. ¿Acaso la profundidad no está en la superficie? Los literatos han manipulado simpáticamente el adagio "una imagen vale más que mil palabras" para transformarlo en "una palabra vale más que mil imágenes", pero en el cine tiene más valor el original. Lo que vemos es lo que hay (además de lo sugerido, donde entra en juego la fantasía), y está condensado en un fotograma.
Babylon es un canto de amor al cine, una declaración frenética y apasionada. Con un estilo similar al de Baz Luhrmann y que podríamos llamar barroco-pop, Chazelle ha filmado una película espléndida en todas las acepciones de la palabra: espléndida por su calidad y también por su generosidad. Larga y ancha, caudalosa, Babylon despierta la simpatía del cinéfilo, al que colma, y el interés del neófito. Es de esperar que nazcan aficiones, e incluso vocaciones, al séptimo arte de espectadores que comiencen a sentirse atraídos por las películas del período mudo u otras como Cantando bajo la Lluvia (Singin' in the Rain, 1952), referida explícita y destacadamente. Ojalá.