Un artículo de Juan Pais
Un título como La Mujer Pantera (Cat People, 1942) parece hacer referencia a una monster-movie, y aunque en puridad sí lo es, difiere de películas como El Lobo Humano (Werewolf of London, 1935) o La Mujer y el Monstruo (Creature from the Black Lagoon, 1954). Y es que en La Mujer Pantera no se muestra la transformación de la protagonista de ser humano a animal. La transformación es sugerida, por lo que un necesariamente implicado espectador debe agudizar su imaginación; en ella ocurre lo que no se ve en la pantalla.
Val Lewton era el hombre que necesitaba la RKO después de que las producciones de Orson Welles — especialmente El Cuarto Mandamiento (The Magnificent Ambersons, 1942) y la nonata It's All True — hubiesen dejado al estudio en una difícil situación económica. Lewton fue contratado por Charles Koerner, jefe de producción, para que dirigiera una unidad de bajo presupuesto que hiciese entroncar el presente de la RKO con su celebrado pasado en el campo del terror (King Kong, El malvado Zaroff). Koerner respetaba la creatividad ajena, algo infrecuente, y solo le pidió a Lewton que se ciñese a modestos presupuestos. Así fue como hizo de la necesidad virtud: en sus películas se utilizan efectivamente recursos como la elipsis o el fuera de campo.
Para Lewton resultó fundamental colaborar con Jacques Tourneur. El primero concebía un universo muy onírico, repleto de simbolismos, que el segundo plasmaba en imágenes con sensibilidad. La intención era inquietar al público aludiendo a sus temores primigenios. La relación entre Lewton y Tourneur fue muy armoniosa y, de hecho, las películas del género que el director firmó posteriormente en solitario (La Noche del Demonio o The Comedy Of Terrors), aunque estimables, son inferiores.
Irena, la protagonista de La Mujer Pantera, es una chica sin duda especial. Pese a su aspecto dulce y amistoso, es muy solitaria. Trabaja como diseñadora, y en sus ratos libres acostumbra a visitar el zoo. Allí parece sentirse atraída por las panteras, a las que le gusta dibujar. Incluso en su apartamento tiene colgados numerosos dibujos de los felinos. ¿Por qué le fascinarán tanto?
Es precisamente en el zoo donde Irena conoce a Oliver, un apuesto ingeniero naval que inmediatamente se interesa por ella. La actitud de Irena es un tanto ambivalente: por un lado parece ajena al acercamiento de su repentino pretendiente, pero deja que la acompañe a casa y lo invita a su apartamento. "¿Sabe lo que le digo? Nunca dejará de maravillarme lo que hay en la cabeza de una mujer" le confiesa él antes de acceder a la vivienda. Allí Irena le hablará de sí misma y le contará leyendas de su Serbia natal, relacionadas con la lucha entre el bien y el mal y la pervivencia de este. Lo dicho: Irena es una chica especial.
El cortejo da pie a un rápido noviazgo y a la boda. Sin embargo, las cosas no son fáciles. La pareja nunca ha tenido relaciones sexuales, e Irena le pide a Oliver más tiempo porque aún no se considera preparada, a lo que él accede. Lo que no sabe es que Irena se siente víctima de una maldición: ante la pasión sexual — ya sea en forma de deseo o celos — cree convertirse en una agresiva pantera. En la secuencia de la noche de bodas la pareja se despide y cada uno va a su habitación. En la oscuridad de la suya, Irena se acerca al pomo de la puerta. Quiere abrirla, pero entonces oye el rugido de una pantera del cercano zoo y se desploma. No puede romper la maldición. En esa escena, el público, conmovido, descubre el terrible drama íntimo de la chica: enamorada, debe abstenerse de amar.
Ante los problemas maritales derivados de esa situación aparece Alice, compañera de trabajo de Oliver. Esta chica está evidentemente interesada por él. Alice ve a Oliver como un alma gemela con quien vivir una existencia tranquila — "Tú y yo nunca seremos extraños" le llega a decir —, pero Oliver aún siente atracción hacia Irena, tan distinta a él y tan misteriosa.
Un plot point se desarrolla entonces. Alice impulsa la acción de La Mujer Pantera Irena intuye las intenciones de la que no tarda en considerar rival. Irena empieza a seguir a los dos amigos — a los que considera inminente pareja — y en su interior algo se altera profundamente.
En relación con los celos de Irena son significativas dos escenas. Una tiene lugar en la calle. Alice se ha despedido de Oliver, con el que cada vez intima más, y camina hacia su casa en completa soledad. Es de noche, apenas unas desperdigadas farolas iluminan tenuemente el camino. Alice oye pisadas detrás suyo e instintivamente se apura. La sensación de miedo se incrementa, y no es hasta que logra subirse a un oportuno autobús que consigue sentirse a salvo. Para crear este momento de terror a Tourneur le ha bastado con utilizar las luces y las sombras y el sonido de unos pasos lejanos.
Algo similar sucede en la piscina del edificio de apartamentos donde vive Alice. Una noche pretende relajarse dándose un baño, y es entonces cuando oye los rugidos de una pantera al tiempo que las ondas del agua se proyectan en las paredes formando siniestras sombras. Nuevamente el espectador es aterrorizado al aludirse a sus miedos más básicos: el temor a ser atacado en un momento de total indefensión. Alice está sola en el agua, semidesnuda, totalmente desprotegida.
El tema principal de La Mujer Pantera es la frustración. A Irena y Oliver se les impide realizarse sexualmente el uno con el otro. La maldición que sufre la chica tiene un trasfondo religioso. Tal y como Irena le relata a Oliver, los serbios se habían alejado del cristianismo durante la invasión de los mamelucos e incluso llegaron a practicar el satanismo. El rey Juan había revertido la situación, pero no pudo evitar que muchos serbios malditos sobrevivieran, heredando sus descendientes esa condición. Por supuesto, tales leyendas son una invención del guion, pero es significativo que el sexo sea determinante para la transformación, porque incide en la habitual asociación religiosa entre sexo (pecado) y consecuencias (penitencia).
Tourneur imprime a La Mujer Pantera un adecuado tono melancólico. No puede ser otro en una historia de amores contrariados y sin futuro. No hay felicidad en La Mujer Pantera. Solo una triste historia romántica con momentos de tensión y un final estallido de violencia.
La fotografía, de Nicolas Musuraca, contribuye sobremanera a crear la atmósfera de inquietud y misterio de La Mujer Pantera Musuraca utiliza dramáticamente las sombras —metáforas de las propias sombras del espíritu humano — siguiendo las características del expresionismo alemán. En La Mujer Pantera, como era habitual en Musuraca, el negro es el color predominante, y también cabe señalar lo determinadas que están las fuentes de luz.
Roy Webb, otro destacado integrante de la troupe de Lewton — no olvidemos a los montadores y futuros realizadores Mark Robson y Robert Wise — es el encargado de componer la música. Esta evoca en algunas escenas el pasado de Irena en Serbia, teniendo el envolvente y romántico tema principal un aire exótico. Otros temas adquieren una labor más funcional, propiciando sensaciones desasosegadoras.
Simone Simon es Irena. Era una actriz francesa que, tras alcanzar el éxito en su país, probó fortuna en Estados Unidos. Posiblemente La Mujer Pantera sea su mejor película americana — en Francia había rodado La Bestia Humana (La Bête Humaine, 1938) y posteriormente El Placer (Le Plaisir, 1952) — , aunque se quejaba de que Tourneur daba más relevancia a la cámara que a los actores. La bella Simon tenía un rostro felino, aunque de formas menos angulosas que Elizabeth Scott, actriz habitual de las producciones de Lewton. Scott aparece en un inolvidable momento, cuando en la boda de Irena se acerca a ella y la llama hermana. Compartiendo reparto con Simone y Elizabeth se encuentran Kent Smith, actor que rozó el estrellato sin llegar a alcanzarlo, y Jane Randolph, cuya carrera de intérprete secundaria tiene su cima en La Mujer Pantera. Ambos dan vida a Oliver y Alice, que traen por la calle de la amargura a Irena.
La Mujer Pantera es, al menos en sus primeros tramos, una película ambigua. Sin embargo, Lewton y Tourneur terminan por trascender esa ambigüedad al ofrecer una solución fantasiosa e irracional. Y posiblemente la escena determinante sea la de la muerte del psiquiatra que ha tratado a Irena. Este representa la razón pero también es un hombre petulante. Se las ingenia para quedarse a solas con Irena e intenta seducirla con la intención de desmontar sus miedos sobre la reacción que le provocaría el sexo. Pero Irena sí se convierte en pantera — atención a las sombras sobre su rostro — y mata al doctor, que consigue herirla con un puñal oculto en su bastón. Es en esta escena en la que la joven comprende que no es ninguna enferma mental, que realmente está maldita, como sus antepasados. Entonces rechaza curarse de sus heridas y, en una suerte de inmolación, se dirige a liberar a la pantera del zoo, su hermana.