EN SITGES QUENTIN NO SE APELLIDA TARANTINO
Un artículo de Adriano Calero
En un año cuya edición numéricamente mágica prometía, tal como anunciábamos recientemente, un Sitges Film Festival mayúsculo, los días se han sucedido y las pantallas se han iluminado con cierta resistencia a confirmar lo esperado. Pues siendo varios los giros terrestres acontecidos desde la irregular inauguración de Venus (Jaume Balagueró, 2022) y diversas las obras que han podido corregir dicha mediocridad inicial, seguíamos esperando la llegada de la anhelada excelencia cinematográfica, ceremoniosamente, así como los religiosos aguardan durante el Adviento la llegada de El Salvador. Y aunque aún hay margen de tiempo y de calidad para sorpresas mayores, por fin podemos celebrar que su versión más cinéfila ha pasado por esta casa, un salvador en minúsculas llamado Quentin Dupieux.
Aquí el cineasta galo es toda una eminencia, un creador fílmico sin igual, que no solo agota entradas y provoca gritos hooligans o más bien bovinos (¡Toro!), sino que representa para cualquier edición del Sitges Film Festival un sinónimo de garantía y de originalidad, y siguiendo la analogía, de redención. Eso sí, en forma de carcajada. De hecho, desde que aterrizó por primera vez en Sitges con su tercera película, Rubber (2010), Dupieux no ha cesado de estrenar en el festival. Ha dirigido casi una película por año (dos en el 2022) y todas ellas han competido en la sección oficial, obteniendo victorias en más de una ocasión: Premio de la Crítica con Réalité (2014), Premio a Mejor Guión con Au Poste! (2018) y Premio a Mejor Actor con Mandibules (2020). Este último por partida doble gracias a la divertida aportación del tándem cómico Palmashow, los actores Grégoire Ludig y David Marsais, habituales en su filmografía.
Sin embargo, este año el premio le ha llegado antes del palmarés oficial. A pesar de que Dupieux cuenta con tan solo 48 años, el festival ha decidido reconocer su labor con el Premi Màquina del Temps. Su prolífica capacidad ha quedado demostrada. Mas si había alguna duda, el cineasta ha recogido el premio en un día en el que se han proyectado sus dos últimos trabajos a competición, ambas producciones del 2022: Increíble pero cierto (Incroyable mais vrai) y Fumar provoca tos (Fumer fait tousser). Así es, dos películas en un año en el que los premios también podrían duplicarse.
En efecto, finalmente Dupieux obtiene dos galardones en esta 55ª edición del Sitges Film Festival. El arriba antes citado y el Premio a Mejor Guion, en modo ex-aequo, para Increíble Pero Cierto y Fumar Provoca Tos.
CUANDO LA FICCIÓN SUPERA LA REALIDAD
Como viene siendo habitual en toda su filmografía, en Increíble Pero Cierto y en Fumar Provoca Tos Dupieux sigue haciendo de hombre orquesta y no solo dirige y escribe sendos guiones, sino que también se encarga de la fotografía y del montaje (esta vez delega la composición musical en otros profesionales como Jon Santo y Martin Caraux, respectivamente). Asimismo, el director fija el corte de sus recientes trabajos en un metraje inferior a los 80 minutos, al cual ya nos tenía acostumbrados, y vuelve a demostrar que su discurso encaja mejor en la brevedad. No obstante, aunque la duración nunca ha sido representativa de la profundidad de sus propuestas, en este caso sí estamos ante dos obras menores que solo vistas en conjunto podrán suplir las expectativas que la figura de Dupieux adeuda consigo misma. Es decir, hay en ellas el ingenio de siempre, ese absurdo que tanto divierte como refleja y hasta sirve de trampolín a la reflexión. El autor sigue ahí, rescatando la verdad de la exageración y haciendo ciencia de lo mundano. Pero se percibe una ligera indulgencia en el resultado final. Quizá sea ese el precio de una absoluta libertad creativa, pues Dupieux reconoció lo siguiente en la rueda de prensa: “Es difícil escribir el absurdo y confío en mis ideas que llegan sin reflexionar… Un guion lineal me parece aburrido. Más que fijar mis ideas a una estructura preconcebida, me gusta que la estructura de la película se adapte a mis ideas”. Y lo que dice Dupieux está en la pantalla, para bien y para mal.
En primer lugar, Fumar provoca tos cuenta, principalmente, la historia de cinco justicieros (Tabac Force, o la versión francesa e incluso más absurda de los míticos Power Rangers), que tras su última misión (primera secuencia del film que acaba, literalmente, en un baño de sangre) deben retirarse a descansar por orden de su superior (una rata antropomórfica que recuerda, babas aparte, a la marioneta Flat Eric), ya que según su opinión últimamente pecan de individualismo y unas vacaciones compartidas les ayudarán a recuperar el sentimiento de equipo. Evidentemente esto no es más que el principio y el bucólico retiro vendrá inmediatamente amenizado por cuestiones del absurdo como el suicidio de una máquina o ante una nevera que almacena todo un colmado (dependienta incluida). Y es precisamente de este modo, gracias a la herencia de Ernst Lubitsch, con puertas que se abren a lo desconocido, que Dupieux construye una suerte de muñeca rusa narrativa en Fumar provoca tos. Los protagonistas, lejos de evolucionar como parodia, se turnan como cuentacuentos de relatos divertidamente terroríficos que, a modo de paréntesis, dan paso a breves ficciones dentro de la historia original. Todo ello funciona como manifestación estratificada del tiempo y de la memoria, en la que Dupieux sabiamente parece aplicar la naturaleza del plano contraplano a la relación de las subtramas con la trama principal. Así establece un interesante diálogo entre las capas de la ficción, que no solo entretiene, sino que pone al descubierto la suya propia mientras nos recuerda nuestro ávido apetito de fantasía social.
Dicho todo esto, semejante diversidad argumental (que no tonal) y la falta de desarrollo de todo aquello que apunta, están más cerca del placer inmediato que de la repercusión en perspectiva. Fumar provoca tos funciona como ágil collage de ideas, pero adolece de cierta imprecisión y de falta de profundidad. Si bien es cierto que por parte del director es una decisión totalmente deliberada. O eso dice: “No tenía sentido hacer una parodia de los Power Rangers. Habría sido una sola broma y así no aguantas la atención del público durante noventa minutos, o alguno menos, en este caso. Yo quería mezclar muchas cosas diferentes, historias de todo tipo, que todo fuera impredecible, que no pudieras saber qué viene después”. Y Dupieux claramente lo consigue, aquí también. Pero no consigue la homogeneidad ni la capacidad de impacto que ofrecía en una obra como Mandibules, superior en su capacidad cinematográfica, al contener otros subrelatos sin que las costuras resultaran tan perceptibles.
En ese sentido, Increíble pero cierto se presenta de un modo más compacto y resolutorio, pero, debido a su falta de ambición y trascendencia, perfectamente podría ser una de esas narraciones que la patrulla Tabac Force comparten en su retiro profesional. Concretamente, la historia de una pareja de mediana edad (aparentemente sin hijos) que se muda a la nueva casa suburbana que acaban de comprar. Su hogar posee una rareza espaciotemporal: un túnel vertical que conecta el presente con el futuro (a 12 horas vista) a la vez que rejuvenece a quien lo recorre. Una auténtica fantasía que le permite a Dupieux (quien se acerca a los 50) reflexionar sobre el paso del tiempo, sobre lo que da y sobre lo que quita. Una compañera sentimental obsesionada con recuperar la juventud física y un amigo jefe (o jefe amigo) que se trasplanta un pene eléctrico para suplir el mismo deterioro, son los dos personajes que acompañan a nuestro protagonista en su aceptación sumisa de la inevitable decadencia vital. Grandes temas que de nuevo encuentran en Increíble pero cierto un tono tan despreocupado como amargo, tan sutil como canalla. Puro Dupieux.
Lamentablemente, el discurso cae en una relativa simpleza al final del segundo acto. Del mismo modo que el túnel avanza en el tiempo de manera antinatural, Dupieux acelera el devenir de la historia a través de un montaje de transición musicalizado que desmerece, justamente, en un momento en que la reflexión existencial podría ir a más. Toma un atajo y sucede lo previsible. En todo caso, en lo predecible Dupieux también encuentra la manera de trascender. Sin abandonar el humor, pero aprovechando un imaginario heredado, el director francés ofrece en lo visual algo realmente interesante. Retoma la manzana del paraíso, que asimismo es la manzana de la gravedad, y consigue que ambas representaciones tengan sentido en su película. Hay caída gravitatoria y hay una promesa finita en la mordida. Hay también una mano de cuyo corte no brota sangre sino hormigas… Plano detalle que, obviamente, Dupieux toma prestado de Buñuel y Dalí en Un perro andaluz (1929), pero con la capacidad de resignificarlo en su propio film.
Otro de los grandes aciertos de la película, de las dos (y de toda su obra en general), es su elenco actoral y, por supuesto, el modo en que los dirige. A pesar de que a Dupieux le gusta recurrir a marionetas parlantes en muchos de sus films, resulta evidente la importancia de la ficha artística en su obra. Como cineasta se apoya en todas las facetas del lenguaje audiovisual y en sus guiones los diálogos tienen una relevancia especial. Además, Dupieux suele repetir con muchos de sus intérpretes y, a estas alturas de su carrera, se podría hablar de un séquito habitual. En Increíble pero cierto incluye por primera vez a Léa Drucker (tan magnífica aquí como en el drama Custodia compartida) y a Benoît Magimel (un monstruo de la interpretación que viene de arrasar con Pacifiction), pero vuelve a trabajar con Alain Chabat (Réalité) y Anaïs Demoustier (Au Poste!), quienes asimismo actúan en Fumar provoca tos. De hecho, siendo esta última un trabajo tan coral, aparecen todos los que deberían estar: Benoît Poelvoorde, Adèle Exarchopoulos, Grégoire Ludig, David Marsais, la rata babosa y la barracuda. Esta vez Flat Eric y la mosca de Mandibules se han quedado en casa.
En definitiva, una familia de brillantes intérpretes que le permiten a Dupieux hacer de las suyas. Mientras que en Fumar provoca tos el absurdo es una excusa para hablarnos del individuo desde su relación con la comunidad, en Increíble pero cierto es el individuo en sí mismo, su singularidad y su lucha por la permanencia la que está en juego. Cualquiera de las dos opciones son válidas e ingeniosamente hilarantes para visitar a Dupieux. No consigue el impacto de trabajos anteriores, pero su autoría se hace patente, con todo lo que eso implica (y en este medio se ha explicado). Los géneros cinematográficas son meras excusas, lo importante según el cineasta es la risa: “Exploro distintas cosas en todo lo que hago, pero al final lo importante es que la gente se ría. Si no oigo risas, siento que he fracasado.” Y eso no. Dupieux puede estar tranquilo. En el Sitges Film Festival la redención llega con sangre y con risa delirante. De la primera nos ha regalado un poco, de la segunda no se puede pedir más.