16 d’octubre del 2020

Sitges 2020: Mandíbulas (Mandibules, 2020)



Un artículo de Adriano Calero.


A TORO PASADO 

Los títulos de crédito se suceden sobre la pantalla en negro, al son de una simple percusión, cuando de repente el sonido alegre de una flauta se suma a la ecuación que estamos viendo, o más bien sintiendo. El oleaje del mar también está ahí. Su sonido es mucho más sutil, pero persiste en su intento por evocar… Relax, calma, felicidad. Aparece el nombre del director galo, Quentin Dupieux, y acto seguido la luz ilumina la pantalla. La agradable melodía sigue acompañándonos, pero ahora el mar ocupa el centro de la imagen y una pendiente entre pinos nos lleva hacia el agua… Estamos claramente frente al verano del Mediterráneo. Y ante los primeros instantes de la película Mandibules (un gran titular fucsia así nos lo recuerda). Un coche rojo entra en cuadro y, como si nos leyera el pensamiento, su conductor se apea y nos lleva hasta la orilla. Allí nos espera un saco de dormir a medio remojo, cerrado hasta arriba como si fuera una larva. Y dentro de él, Manu, el protagonista de Mandibules (una camisa tan rosa como el título de la película así lo sugiere), a quien vemos despertar, quizá, después de un largo invierno. Por un buen motivo. El conductor del vehículo le ofrece 500 € (20 € de adelanto por el momento) por llevar una determinada maleta de un punto A a un punto B. Nada más. Eso es todo. Todo lo que Manu debe saber. Y nosotros también.


De hecho, poco más necesitamos para seguir a este personaje en su aventura fílmica. Tras esta secuencia inicial la curiosidad está asegurada. Por muchos motivos. Y la música es uno de ellos. Tras un sonido casi pueril se esconde la experiencia de Metronomy y por eso cuando llega a su fin seguimos tarareándola. Luego está la localización, la manera de filmarla, la libertad del personaje protagonista, su aspecto, su graciosa estupidez y el absurdo diálogo que lo certifica, la interpretación, la posible trama, el thriller… Un punto de partida que nos invita al suspense, pero que muta en la Buddy movie cuando Manu se encuentra con un compañero de aventuras casi tan extravagante como él, su amigo Jean Gab, y que vira al fantástico (con la vista puesta en el cine de monstruos de los 50) cuando ambos descubren una mosca gigante en el maletero del coche que conducen. Tal como lo leen, una mosca gigante: la mouche (o Dominique para los amigos). Todo ello dispuesto de un modo tan único e imprevisible que, aunque no podamos parar de cuestionarnos ante lo que estamos viendo, tampoco podremos dejar de seguir buscando. 

Y en el fondo la respuesta no está en el desenlace, sino al principio de la película (o de este texto, si lo prefieren): en la autoría que la obra lleva implícita, en la firma de un ya más que conocido Quentin Dupieux. Un director de cine (con un pasado y un presente musical como Mr. Oizo) capaz de crear todo un largometraje alrededor de una rueda asesina con resultados ciertamente positivos (Rubber, 2010), la cual obtiene en Mandibules un plano homenaje; y apto para llevar a Jean Dujardin hasta los límites de la comedia en una búsqueda inconsciente por devenir ciervo (Le Daim, 2019). Y qué decir de Au Poste! (2018) que no dijéramos en su día, que era hasta la fecha la película más hilarante de Dupieux (premio al mejor guión en Sitges). Pero en Mandibules, Dupieux se ha superado. Corrige la deriva episódica de la que peca Au Poste! y consigue con maestría que los géneros dialoguen en su película sin perder ni el equilibrio ni el tono, más bien como un único todo en el que la heterogeneidad de los elementos narrativos confluye en un resultado tan personal como universal. Tan casual como profundo. Pero delirante… Como si en alguno de sus cuentos morales Rohmer se hubiera pasado con los estupefacientes. 


Para este cuento sobre la amistad, Dupieux recupera al cómico Grégoire Ludig (protagonista de Au Poste!) y suma al elenco actoral de Mandibules a David Marsais, su partenaire en el dueto humorístico Palmashow. Ambos son responsables de múltiples gags en la televisión francesa y coprotagonistas en más de una película, y en Mandibules son Manu y Jean-Gab, pura química y pura amistad. Pero no están solos. Aunque Dupieux no necesita muchos personajes para contar su historia: dos idiotas, una mosca gigante y una suerte de secundarios a cada cual más variopinto, entre los que cabe destacar al que da vida Adèle Exarchopoulos, la recordada protagonista de La Vida de Adèle. Quien en manos de Dupieux alcanza un nivel interpretativo tan elevado en volumen como en calidad.

Pero mejor no les descubro más. Leer sobre Mandibules es como querer entender un chiste en otro idioma. No se puede traducir en palabras, hay que sentirla (incluso sin entenderla). Como la música de Metronomy, como el verano frente al mar… ya sea en un saco de dormir a medio remojo. Como la alegría, la paz, la amistad… ¡He aquí el cine de Dupieux

¿Toro? 

Yes…