A TRAVÉS DE CUYOS OJOS CREÍAMOS VER
Un artículo de Adriano Calero.
Viajamos. Viajamos por motivos diversos. Para escapar de la rutina y conocer otras realidades, o para nutrir la nuestra de nuevas memorias al volver a casa. Para valorar la casa. Viajamos. Como método de aprendizaje… De distintas culturas y de otra mirada. Aquella que, una vez adquirida, nos permite ver y experimentar lo cotidiano como si fuera la primera vez. También, a fin de volver a nacer. Viajamos. Porque nos hemos vuelto unos adictos del movimiento y la sobreinformación no nos asusta, sino que nos define. Por una vida siempre en tránsito, buscamos. Buscamos aventuras, novedades y personas… Y a veces todo eso encontramos. Una foto de Instagram para el recuerdo y otros cientos para el vecino que nos vigila, o simplemente nos “sigue” y, precisamente por eso, no queremos que deje de hacerlo. Y alardeamos. Compartimos la mirada ajena sobre nosotros mismos y, observando de nuevo esas imágenes, volvemos a viajar. Mientras esperamos la llegada de unas nuevas vacaciones o la posibilidad de no volver a esperar. Porque estamos aletargados, deseando vivir… Pero a veces estamos vivos y deseamos morir. Y, entonces, ¿también viajamos?
También. Suicide Tourist, el título de la nueva película del director danés Jonas Alexander Arnby, nos invita a imaginar dicha posibilidad. Su visionado la confirma. Pero en Suicide Tourist no estamos realmente ante un suicida, ni ante un turista. Tampoco frente a Jaime Lannister. Aunque al ver que el protagonista de la película es el actor (también) danés Nikolaj Coster-Waldau, será inevitable visualizar al Matarreyes de Juego de Tronos. Incluso caracterizado con gafas y un espeso bigote… Pero, no se preocupen, su personaje está en las antípodas y su interpretación es tan acertada que al finalizar la película lo recordarán como Max Isaksen, el agente de seguros a quien Coster-Waldau da vida (y muerte) en Suicide Tourist. Desde el principio, no les descubro nada.
La apertura de la película es en sí misma toda una declaración de intenciones, no tan solo de Arnby, sino del protagonista: quien mirando a cámara nos explica que si estamos viendo dichas imágenes es porque él ya está muerto. Arnby nos hace partícipes del vídeo que Isaksen ha grabado, aparentemente, a modo de testamento. Y todo aquello que el protagonista omite en su discurso, Arnby lo sugiere o incluso lo evoca. El film dentro del film hace evidente las distintas capas del tiempo a las que el espectador se va a enfrentar. Porque se va a enfrentar… Como en el mejor de los thrillers, Suicide Tourist te atrapa, desde la primera secuencia para, acto seguido, ir ofreciéndote minuciosamente los motivos que han llevado al protagonista hasta allí. Sí, hasta el inicio del film. ¿A suicidarse? ¿A grabar el vídeo?
A diferencia del controvertido y muy recomendable documental que precede a Suicide Tourist y casi iguala en nombre, The Suicide Tourist (John Zaritsky, 2007), que muestra los últimos días de vida del canadiense Craig Ewert en su viaje a Zúrich, donde la eutanasia es legal, Suicide Tourist (a secas) trata el tema de la muerte asistida como lo haría Charlie Brooker en un capítulo de Black Mirror. De un modo inquietante, gracias a una estética muy cuidada, acorde y precisa, y un discurso exento de moralina, pero de notable carga existencial.
De hecho, como el mismo director ha declarado en su presentación en Sitges, Suicide Tourist “no es una película sobre el suicidio, es una película sobre la vida, en la que utilizamos el suicidio como recurso dramático”. Pero no es el único. La naturaleza juega un papel muy importante. Ambientada en un entorno gélido, a medio camino entre Dinamarca y Noruega (y alguna que otra localización berlinesa), la vinculación con el noir escandinavo resulta ineludible. La enigmática belleza de los parajes nórdicos. Un incierto sosiego, una capa helada que cubre la naturaleza… interior, también. Porque la naturaleza es otro personaje y bajo su calma aparente se percibe la contención humana.
Y así la película navega entre la vida y la muerte, entre la vigilia y el sueño, entre la fantasía y la realidad. Todo es pura dicotomía, y aún más. Suicide Tourist es enigmática, poética y absorbente. Isaksen nos habla con su mirada… Al vacío, a su amante, a través de la ventana, a la vez que parece no poder confirmar nada. Y Coster-Waldau nos ofrece su interpretación más contenida. Él mismo ha destacado hace unos días en Sitges que lo que más le ha supuesto un reto interpretativo es el hecho que Isaksen sea “un hombre que tiene tanto miedo a perder el control”.
La puesta en escena que Arnby crea para él completa el gran trabajo actoral. Como reflejo de un tiempo detenido, apenas mueve la cámara, la mantiene fija alternando planos muy cerrados sobre el protagonista, ora abatido, ora decidido, casi siempre moderado, y planos generales que refuerzan la conciencia de una naturaleza personificada. La composición se debate entre la verticalidad y la circularidad, ambas formas representativas del flujo de la vida. Desde los tablones en paralelo que conforman el cabecero de la cama, hasta los fluorescentes que iluminan el pasillo, pasando por los barrotes de ventanas y puentes, y acabando frente a los ríos que surcan y dividen la montaña. Todos ellos elementos que conducen la narración y rayan la pantalla de manera vertical.
Si en algún momento hemos visualizado una posible cárcel para el personaje a través de dichas formas (que también), cualquier composición horizontal nos recordará que la muerte nos encuentra tumbados. Pero no es una cualquiera, sino una en concreto: Isaksen permanece pensativo sobre su lecho del Hotel Aurora cuando un travelling lateral lo recorre de derecha a izquierda, mientras que en segundo término, al otro lado de la ventana, la nieve (no cae) viaja en la misma dirección que el movimiento de cámara mencionado. Como si la muerte fuera ya irreversible y la única salida dependiera de la reescritura del tiempo, en dirección contraria a las agujas del reloj.
La coherencia formal es indiscutible. Arnby nos ofrece una narración fragmentada para un tiempo que ha dejado de ser lineal. Si es que un día lo fue, ahora es exclusivamente mental. Una suerte de Memento (Christopher Nolan, 2000) a baja revolución. Respuestas en el futuro. Y en el pasado, también. En el presente, solo cuestiones sin resolver. Los personajes se suceden alrededor de Isaksen y nos ofrecen nuevos matices del protagonista. Tuva Novotny (Borg McEnroe), Robert Aramayo (Juego de Tronos), Jan Bijvoet (Borgman)… son como espejos en los que se refleja el protagonista. La amada, el efímero amigo y Dios… El director del Hotel Aurora donde acaba el protagonista juega a ser Dios. Y lo mismo organiza una cena perfecta en una mesa perfectamente redonda, como un gran círculo vital —que previamente hemos visto dibujado en el hotel—, resultante del punto de vista cenital que Arnby elige magistralmente para la ocasión, que aparece golpeando y lanzando al vacío numerosas pelotas de golf, asimismo redondas. ¿Es la vida la que golpea y lanza al vacío?
También, Arnby lo ha dejado claro. En Suicide Tourist todo es pura dicotomía y nada es lo que parece. Una aprehensión retardada nos acerca al final, invitándonos a ver aquello que inmediatamente después dejará de existir ante nuestra mirada: un aparente plano subjetivo que, tras un movimiento de cámara sin cortes, reencuadra al protagonista a través de cuyos ojos creíamos ver…
Será que no es el final.