En 1922, durante una excavación en el antiguo Egipto, el equipo de arqueólogos británicos dirigido por Sir Joseph Whemple da con una momia muy extraña, la de Imhotep. No le han sido extraídas las vísceras y todas las inscripciones para protegerle en el otro mundo han sido borradas, castigándolo tanto en la vida como en la muerte. Tras un vistazo, el Dr. Muller detecta que fue enterrado con vida, para que sufriera la peor de las torturas. Al mismo tiempo, el ayudante de Whemple, Ralph, está obsesionado en abrir un cofre que les ha entregado un misterioso hombre, y, a pesar de las advertencias de sus superiores de que no lo haga, acaba haciéndolo y descubriendo un pergamino que lee en voz alta, provocando que la momia despierte de su sueño eterno, robe el pergamino y desaparezca. Diez años más tarde, cuando el hijo de Sir Whemple, Frank, está a punto de regresar a El Cairo con las manos vacías tras una excavación, un enigmático egipcio que se presenta como Ardath Bey, le entrega las pistas para que encuentren la tumba de la princesa Ankh-es-en-amon. Tras el exitoso descubrimiento, Ardath Bey reaparece para acercarse a lo que han extraído de la tumba, a lo que los Whemple se muestran más que agradecidos y dispuestos a hacerlo. Pero lo que no saben es que ese egipcio en realidad es la momia de Imhotep, que tiene la intención de devolver a la vida a su amada, Ankh-es-en-amon, a través de su última descendiente, la bella Helen Grosvenor, protegida del Dr. Muller.
Con Boris Karloff como buque insignia del terror de la Universal, el estudio buscó la manera de seguir con el éxito ya cosechado con Drácula y El Doctor Frankenstein en 1931. Sin embargo, al intentar repetir la fórmula de hacerse con los derechos de una novela para adaptarla, se dieron cuenta que no había ninguna historia tan potente como para el cine. Así que Nina Wilcox Putnam y Richard Schayer hicieron un tratamiento de nueve páginas, inspirado en las aventuras del explorador Alessandro Cagliostro, que satisfizo a Carl Laemmle, quien le entregó la tarea de escribir un guión a John L. Balderston, que además de haber participado en los guiones de Drácula y Frankenstein, también había cubierto el descubrimiento de la tumba de Tutankhamon como periodista.
Teniendo una historia original para contar los terroríficos hechos de la maldición de la momia, el director Karl Freund se puso al mando de la dirección contando, además de Boris Karloff, con la participación de Zita Johann como la bella Helen y Edward Van Sloan como el Dr. Muller, un tipo de papel que el actor repetía por tercera vez tras dar vida a Van Helsing y Waldman, en Drácula y Frankenstein respectivamente.
La peor parte del rodaje, como no podía ser de otra manera, se la llevó Karloff, que teniendo que dar vida a la Momia, tuvo que someterse a un largo y tedioso proceso de maquillaje con arcilla, algodón y cola, de manos de Jack Pierce —también responsable del emblemático maquillaje de Frankenstein—, que empezaba a las once de la mañana y acababa a las siete de la tarde, para que el actor pudiera rodar las escenas hasta las dos de la mañana siguiente, antes de someterse a dos horas más para quitarse el maquillaje. Lo curioso es que este proceso solo se produjo durante el primer día de rodaje, cuando se realizaron las míticas escenas en las que la Momia despierta, y todo el equipo decidió no repetirlo por lo doloroso que era para Karloff el proceso de desmaquillado. Así que, durante el resto de la película, el maquillaje se simplificó y se optó para caracterizar al actor como un egipcio contemporáneo con una extraña textura de piel.
Uno de los elementos destacables de la cinta es la escena en la que Imhotep explica a Helen la historia de su antepasada, no solo por lo bien concebida que está la historia, sino por el poder que, aún hoy, puede tener una buena interpretación de cine mudo. A principios de los treinta, cuando el cine sonoro era una novedad, toda la industria aún trabajaba como si fueran películas mudas, por eso siempre hay esa tendencia a sobreactuar y a generar largos silencios. Sin embargo, en este tipo de películas, como La Momia, Drácula o El Doctor Frankenstein, esta característica contribuye a aumentar la sensación de intriga, haciendo que el espectador se mantenga expectante a la espera de que podrá ver en la siguiente escena.
Aunque los años han pasado, y al igual que sucede con Drácula y El Doctor Frankenstein eso conlleva una depreciación de la película, es inevitable admitir que La Momia de Universal sentó las bases de lo que serían las películas de momias y como debían tratarse para que tuvieran el mismo éxito que esta cosechó en los años treinta.