Imbuido quizá por una sensación de fracaso comercial que no había experimentado desde el estreno de 1941 (1979), Steven Spielberg decidió reactivarse creativamente con proyectos que le interpelaran desde la óptica de la narración adulta y consistente. Comprobó con The BFG (2016) que su acreditada sensibilidad hacia la mirada infantil ya no se ajustaba a los tiempos actuales y, más importante aún, su propia evolución como director le había alejado demasiado de un terreno al que ahora ya no podía aportar nada excesivamente fresco teniendo en cuenta las apetencias del público cinematográfico actual. The BFG debería considerarse como una desviación puntual de su trayectoria mientras que el tempo narrativo y el contenido de films como El Puente de los Espías (Bridge of Spies, 2015) debía ser una constante importante, aunque no total, de su continuidad como director. Como ya reseñé en el capítulo anterior, cuando un director dispone del asentamiento y el reconocimiento de Spielberg, todo parece posible incluso cuando ciertas decisiones no resulten lógicas. Este tipo de realizadores pueden con todo y, en ocasiones, realizan movimientos inesperados sabiendo que su status está consolidado sobre una base de titanio. Esto es lo que explica que The BFG se haya acabado quedando como un rara avis en la filmografía contemporánea de Spielberg. Un ejercicio indudablemente interesante pero alejado de lo que el público y la crítica esperan de él.
¿Qué ha ocurrido entonces con la política de elección de proyectos? La primera respuesta es que el director se embarcó en la producción de Ready Player One con el entusiasmo de un jovencito pero con la solidez y la credibilidad de alguien que es capaz de controlar un colosal proyecto casi sin esfuerzo. Hablaré sobre ella en el próximo capítulo pero aprovecho esta pequeña acotación para situarnos cronológicamente en el momento en que Spielberg decide abordar el proyecto de The Post.
En octubre de 2016 la influyente productora Amy Pascal se hizo con el guión que Liz Hannah había escrito sobre la revelación en masa de secretos confidenciales del gobierno estadounidense sobre la Guerra de Vietnam. El caso conocido como los Papeles del Pentágono removió aún más la dolida conciencia del pueblo americano ante un conflicto bélico que suscitó, desde el primer momento, una fuerte oposición interna. Lo revelado en los documentos no hacía sino confirmar que las mentiras de Estado se habían impuesto a la decencia y a la honorabilidad política.
Amy Pascal quería lograr que un director de la A-list se pusiera al frente e inició conversaciones con varios estudios y agencias de representación. Sin embargo, no fue hasta febrero cuando se desbloqueó la situación. Spielberg se hallaba supervisando la post-producción de Ready Player One. El trabajo estaba ya muy avanzado y se estaba dedicando a configurar el reparto principal del que debía ser su siguiente film: The Kidnapping of Edgardo Mortara. No obstante, un revés en la posibilidad de contar con nombres imprescindibles para él en este proyecto como Mark Rylance y Oscar Isaac le hizo recular y volver a dejar la propuesta en el cajón de futuribles. Con la agenda abierta y ganas inmensas de seguir trabajando, leyó el guión de Liz Hannah y automáticamente activó todos los mecanismos para convertir The Post en su nueva e inminente película. La inminencia responde al hecho que Spielberg se marcó el estreno para finales del mismo año 2017, lo que implicaba levantar una producción en tiempo récord, dando a los diferentes departamentos un tiempo pírrico de diez semanas para disponer lo necesario ante un rodaje que debería iniciarse a finales de mayo.
"Cuando leí la primera versión del guion, comprendí que esto no era algo que pudiera esperar tres o cuatro años para hacerse. Esta era una historia que debía contarse ahora."
Las diez semanas que otorgó a los diferentes equipos técnicos también le fueron concedidas a Josh Singer, co-responsable del oscarizado libreto de Spotlight (2015), para que reescribiese el borrador inicial mientras la pre-producción de escenarios, vestuario, localizaciones, etcétera avanzaba contra reloj.
Kristie Macosko Krieger continúa emulando los pasos de Kathleen Kennedy en tiempos anteriores. Ayudante de Spielberg desde A.I. (2001), debutó ya como productora en El Puente de los Espías y se mantiene, desde entonces, como principal socia del director en todos aquellos proyectos en los que se embarca, convirtiéndose en la portavoz de éste ante los estudios y departamentos mientras él se dedica a las labores exclusivamente creativas. Amy Pascal completó el trío de producción. Como propietaria del primer libreto, le correspondía cuota de poder y estaba decidida a que su inversión económica fuera importante al haber confiado ciegamente en el material desde el inicio. La asociación empresarial entre Amblin Partners, Pascal Pictures y 20th Century Fox fue distribuida por la propia Fox en el mercado doméstico y por Universal Pictures en el ámbito mundial.
Kristie Macosko Krieger continúa emulando los pasos de Kathleen Kennedy en tiempos anteriores. Ayudante de Spielberg desde A.I. (2001), debutó ya como productora en El Puente de los Espías y se mantiene, desde entonces, como principal socia del director en todos aquellos proyectos en los que se embarca, convirtiéndose en la portavoz de éste ante los estudios y departamentos mientras él se dedica a las labores exclusivamente creativas. Amy Pascal completó el trío de producción. Como propietaria del primer libreto, le correspondía cuota de poder y estaba decidida a que su inversión económica fuera importante al haber confiado ciegamente en el material desde el inicio. La asociación empresarial entre Amblin Partners, Pascal Pictures y 20th Century Fox fue distribuida por la propia Fox en el mercado doméstico y por Universal Pictures en el ámbito mundial.
"The Post versa sobre el liderazgo, sobre Kay Graham, sobre Ben Bradlee, y también trata un momento histórico a través del lanzamiento de un periódico que pasó de la escala local a la nacional asumiendo importantes riesgos. Este fue el caso del Washington Post."
Trabajando a fondo con Josh Singer, Spielberg decidió explicar el relato de una mujer, Katharine Graham, que encuentra su voz en un contexto de máxima dificultad. Es la historia personal de una transformación: de ama de casa y madre a una mujer con extraordinario poder, la primera que encabezó una empresa de la lista Fortune 500. La asociación entre la propietaria del Post y su editor jefe, Ben Bradlee, se tradujo en una sólida alianza empresarial y creativa que cambió la historia del periodismo. Y nada pudo hacer la casta masculina que flotaba alrededor para impedir que la voluntad de estas dos personas se acabara imponiendo. En el fondo, se trataba de defender la libertad de prensa como pilar fundamental en un mundo donde el poder político trata permanentemente de anular a las voces disidentes que ponen en peligro sus tesis.
Situémonos en la época donde se desarrolla la acción. En 1966, el analista del Departamento de Estado, Daniel Ellsberg, se desplazó a Vietnam junto a una comitiva encabezada por Robert McNamara, el todopoderoso Secretario de Defensa, en lo que eran los primeros tiempos del conflicto que asoló a este convulso país del sureste asiático. Tras analizar la situación sobre el terreno, McNamara confirmó sus peores temores y en privado reconoció que en esta guerra no había posibilidad alguna de victoria. Viendo lo que se avecinaba, encargó que se redactara un documentado informe que recopilara toda la intervención de Estados Unidos en Vietnam a lo largo de décadas. La idea era crear una base documental sólida que pudiera servir a futuros dirigentes para evitar errores.
El extenso informe final, de 7000 páginas, constataba fehacientemente que la guerra había sido completamente ilegal y que los responsables que habían iniciado la fase de contienda bélica (Presidente Lyndon B. Johnson, Robert McNamara, cúpula militar, etcétera) eran conocedores de que sería imposible ganar. Decidieron, sin embargo, continuar adelante para no ponerlo fácil a la unificación comunista del país. Se prefirió dar una imagen de fortaleza ante la expansión del comunismo en el continente asiático para que China y la Unión Soviética mantuvieran posiciones en el complejo contexto que imponía la Guerra Fría. Desgraciadamente, todo fue una gran mentira. Lo que sucedió fue un ultraje que se llevó por delante la vida de casi un millón y medio de personas (entre todos los bandos) dejando, además, la abismal cifra de dos millones de heridos.
Ya en 1971, Daniel Ellsberg que por entonces trabajaba como contratista privado en temas de seguridad para la Corporación RAND, tuvo acceso a la práctica totalidad de unos informes cuyo origen se fijaba durante la administración del Presidente Harry S. Truman (1945-1953). Poniendo la verdad y la dignidad personal como primer objetivo, decidió fotocopiar los documentos y recopilarlos para dar a conocer el enorme engaño al pueblo americano. Habiéndose apoderado de los informes confidenciales, contactó con el New York Times para que publicaran la filtración masiva.
Se produjo entonces un escándalo mediático monumental que comprometía a cinco administraciones entorno a lo que había sido una utilización de Vietnam para el juego de poder entre las grandes superpotencias, desembocando finalmente en una guerra cruenta que estaba socavando, día a día, la credibilidad de la posición de Estados Unidos en el mundo. Sin embargo, los Estados, incluso los oficialmente más democráticos, tienen un profundo sentido represivo y cuando se ven en la diana pública reaccionan con brutalidad y una dureza que es capaz de comprometer los derechos más esenciales. Es lo que se llama el imperio de la ley, una auténtica apisonadora capaz de destruir las libertades públicas a costa de seguir sobreviviendo como gobierno. Los Estados tienen el monopolio de la violencia y, en mayor o menor grado, la utilizan para socavar y enterrar a aquellos que exponen sus carencias, debilidades e incluso delitos.
En este caso, la administración Nixon, recibiendo el apoyo de todo el estamento político, inició una acción judicial acusando al New York Times de revelación de secretos oficiales. Este atentado a la libertad de prensa, consagrada como uno de los pilares democráticos de Estados Unidos, provocó que inicialmente el Times dejara de publicar más documentos de Ellsberg mientras se preparaba para una batalla jurídica de altura.
Mientras eso sucedía, Kay Graham trataba de sobrevivir en un mundo que no era el suyo. Desde la trágica muerte de su esposo, había asumido la propiedad del Washington Post, pero su presencia casi parecía decorativa a tenor del ninguneo sistemático al que la sometía el resto de la junta de gobierno, formada exclusivamente por hombres. Se encontraba ante una situación de difícil equilibrio tratando de contentar a sus bien relacionadas amistades, entre ellas McNamara, y a la vez comportarse tal como exigía su trabajo: luchar por la verdad, incomodando a lo poderes fácticos siempre que fuera necesario. Esta lucha entre la decencia personal y la estrategia empresarial se estaba desatando en el momento en que el editor y redactor jefe, Ben Bradlee, tras conocer la filtración a través del Times, sopesa la posibilidad de retomar ese camino allí donde se ha parado y convertir al Post en un medio de alta resonancia, asumiendo los riesgos jurídicos que pudieran derivarse.
La asociación profesional entre Graham y Bradlee fue en ese momento decisiva para lo que aconteció. Porque tras debatirlo intensamente, venció la opción de buscar la verdad e informar al pueblo americano sobre ella, aceptando cualesquiera de las consecuencias que esto pudiera conllevar. Venció pues la honorabilidad, la dignidad, la deontología profesional, y la lucha contra el poder establecido cuando éste es injusto, vil y represor.
El Post continuó pues filtrando los Papeles del Pentágono y empezó a recibir ataques judiciales que podían conllevar el cierre del periódico e incluso penas de prisión para los principales responsables de la cabecera. Así pues, Graham, cuyo liderazgo era muy inestable, decidió exponerlo todo confiando en la pericia y el olfato de un periodista de raza como Bradlee. Graham decidió sobreponerse al entorno y ejercer poder con todas las consecuencias. La libertad de expresión y la libertad de prensa son derechos fundamentales consagrados que valía la pena defender hasta las últimas consecuencias.
La reacción judicial provocó que la batalla se acabara librando en el Tribunal Supremo de los Estados Unidos donde los magistrados, por una mayoría de 6 a 3, sentenciaron que lo realizado por el NY Times y el Post se encuadraba completamente en el ejercicio de la libertad de prensa y que ese derecho debía quedar siempre por encima de la voluntad coercitiva del Gobierno. La verdad se imponía a la ocultación, la manipulación y el secretismo.
Para los personajes de Katharine Graham y Ben Bradlee, Spielberg no tenía duda alguna. Quería a los mejores y la seguridad que aporta el saber que puedes conseguirlos permitió que el proyecto pudiera arrancar aún con más fuerza a pesar de la premura en el tiempo.
En esta ocasión, el trabajo era completamente diferente y permitía a Spielberg cumplir su deseo de dirigirla ante la cámara, obteniendo todos los recursos de una actriz ya legendaria. Streep trabajó mucho sobre el material de archivo que existía sobre Kay Graham (1917-2001) y extrajo su posado mayestático y la elegancia de clase alta que la distinguía. Fue siempre consciente en su interpretación del importante hecho que Graham padecía muchas dudas internas que derivaban en una baja autoestima. Siempre se sobreponía a ellos pero hacían mella en su devenir diario.
Alguien como Ben Bradlee, adalid del periodismo de investigación, y hombre de gran fuerza moral y entereza, debía ser interpretado por Tom Hanks. Era una absoluta evidencia y Spielberg lo tuvo fácil para traer a su gran amigo al proyecto cuando Hanks fue consciente de la trascendencia de un guión ubicado en una época que le fascina especialmente.
Hubo sesiones previas de lectura de guión donde los actores empezaron a crear complicidades y dinámicas que se forjaron en el set desde el primer día. En este sentido, Kristie Macosko Krieger afirma lo siguiente:
Para el director de fotografía Janusz Kaminski ésta era la película más inusual que había afrontado desde que empezó a colaborar con Spielberg en 1993. Había secuencias con presencia de gran cantidad de actores en el ángulo de cámara, cuyos diálogos eran de gran relevancia. Se trataba, además, de actores especialmente habituados al trabajo teatral, capaces de realizar todas sus intervenciones sin necesidad de pausa.
Por otra parte, el diseñador de producción Rick Carter y la responsable de vestuario, Ann Roth, tuvieron que coordinar a un equipo enorme en un esfuerzo por recrear el año 1971 en tiempo récord. Rick Carter localizó una nave industrial en White Plains (New York) donde se recreó íntegramente la redacción del Post. Además, White Plains también ofrecía un entorno muy parecido al que rodeaba a la sede del Post en 1971. La ciudad dispone de varios enclaves que se englobarían en el concepto de "arquitectura federal brutalista", un estilo constructivo muy influenciado por la burocracia gubernamental, donde se primaban los ángulos rectos, las líneas y los cuadrados como base estética exterior.
El interior de la redacción fue recreado al milímetro. Se trataba de una redacción pre-moderna con material de oficina recuperado incluso de museos de periodismo. Kaminski, cuando la vio terminada afirmó: "Era fantástico poder apuntar sobre cualquier cosa con la camára y encontrar realismo."
El resto de interiores se filmó en los Steiner Studios de Brooklyn (New York). Allí se recrearon las casas de Graham y Bradlee. En cuanto a la linotipia que se usaba entonces, se pudo localizar una que se encontraba en una antigua imprenta muy cercana a los estudios. La rotativa planteaba también un reto que fue finalmente resuelto cuando se descubrió que el New York Post aún la conserva y era posible rodar allí. Una vez más, la experiencia inmersiva que Spielberg siempre propone a la audiencia se veía una vez más cumplida.
Además del apabullante dominio del oficio cinematográfico y la traslación del mismo en un lenguaje visual lúcido y valiente, una constante que complementa la propuesta de Spielberg y la dimensiona extraordinariamente es la partitura musical de John Williams. En esta ocasión, las características intrínsecas de la película y su mezcla entre intimismo y exaltación, inmersa en la batalla por defender derechos inalienables, planteaba al compositor una partitura poco grandilocuente, diversa, contrastada e incluso muy personalizada más allá del tema principal.
El fundamento de la reivindicación que plantea la película conlleva entrar en un tema de profundo calado. Porque la defensa de la libertad de prensa se enmarca en un contexto general en el que debemos hacer emerger los derechos fundamentales como pilar básico en las sociedades democráticas.
Recogiendo el clamor y las luchas compartidas de la humanidad en defensa de principios básicos de convivencia y respeto, dos textos magnos fueron redactados para consagrar oficialmente los derechos fundamentales a preservar frente a cualquier amenaza totalitaria o regresiva que se manifieste con voluntad de imposición. Así fue como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, promulgada por la ONU en 1948 y, más adelante, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966), también auspiciado por Naciones Unidas, consagraron definitivamente los derechos fundamentales inalienables que, con posterioridad, fueron suscritos e incorporados a las diferentes legislaciones de la mayor parte de países del mundo. Los derechos humanos oficializados por la entidad supranacional más importante del mundo, pasaron a formar parte de la esencia doctrinal que debía guiar la actuación de los tribunales de justicia en un doble compromiso: preservación y defensa de los mismos y persecución de aquellos actos que trataran de violarlos.
Los derechos fundamentales son derechos humanos básicos, inalienables e inderogables. Están basados en los valores de la dignidad, libertad e igualdad y del mismo modo que están incorporados en las constituciones o normativas básicas de los Estados también han sido recogidos en tratados internacionales multilaterales, disfrutando siempre de la máxima protección jurisdiccional. Comprenden básicamente los derechos civiles y políticos básicos. Estamos hablando del derecho a la integridad de la persona, el derecho a la libertad, el derecho a la personalidad jurídica, el derecho a la seguridad, el derecho a la vida, el derecho a un juicio justo, el derecho al respeto de la vida privada y familiar, el derecho de asilo, la libertad de expresión, la libertad de opinión, la libertad de circulación, la libertad de conciencia, la libertad de culto, la libertad de pensamiento, la libertad de prensa, la libertad de religión, el derecho de manifestación y el derecho a la protesta pacífica.
El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (suscrito y ratificado por 168 paises) complementó aún más esta recopilación de derechos inalienables incorporando una serie de preceptos que debían ser un muro ante la cada vez más incipiente represión política. Fue entonces cuando se consagró la protección de los principales derechos políticos como el derecho a elecciones libres, el derecho al voto, el derecho de acceso a las funciones y a los cargos públicos, el derecho a la autodeterminación, el derecho de asociación, el derecho de reunión, y el derecho de sufragio pasivo.
Desgraciadamente, la necesidad de consagrar estos derechos que bebían de textos y constituciones inicialmente promulgadas en el siglo XVIII, se debía al incumplimiento generalizado de los mismos y al caos permanente provocado por la vulneración sistemática de los derechos humanos en gran parte del mundo. No obstante, no solamente se han producido y se producen violaciones de este tipo en regímenes dictatoriales. Lamentablemente, una buena parte de las transgresiones se dan en países democráticos. Esto es debido a la consideración de que las estructuras de los estados han ido imponiendo un blindaje doctrinal a medida que les permite ejercer un autoritarismo exacerbado que, en la práctica, pretende acallar voces disidentes o que incomoden a las altas jerarquías gubernativas. Pervierten el significado esencial de la Democracia para legitimar la represión. Debemos recordar, pues, que la Democracia no consiste únicamente en votar cada cierto tiempo sino en ejercer los derechos y las libertades públicas sin miedo a represalias. La represión política y judicial persigue atemorizar a la ciudadanía para lograr, como fin último, que no se expresen y no defiendan con la rotundidad democrática exigible sus reivindicaciones. Como ciudadanos debemos responder siempre con firmeza y nunca ceder porque son los gobernantes los que deberían temer al pueblo y no a la inversa.
En The Post vemos un caso evidente de ataque a la libertad de expresión y a la libertad de prensa porque el gobierno pretendía ocultar cualquier hecho que demostrase su pésima actuación, durante décadas, a la hora de abordar un conflicto que acabó generando una guerra vil y cruenta sin base justificativa alguna. Pero este es solamente uno de los casos, quizá uno de los que tuvo más resonancia, pero la violación y ataque a los derechos básicos por parte de quien ostenta el poder es constante y generalizado en el mundo occidental, supuestamente tan democrático y garantista. La utilización del concepto "imperio de la ley" para, a través de la fuerza de los estamentos de un Estado, poder atacar derechos fundamentales empieza a ser enormemente peligroso porque nos exponemos a una regresión de derechos que, de no defenderse, podría conducirnos a una época de oscuridad jurídica donde la Democracia fuera dando pasos atrás en beneficio de un fortalecimiento del autoritarismo. Debemos contraponer siempre el concepto "imperio de la ley" al de "principio democrático". Y, a partir de esta contraposición, establecer una ponderación que, a buen seguro, nos debe llevar a preservar los derechos y libertades públicas ante lo que podría ser un abuso en la aplicación de la ley.
Es imprescindible recordar que la ley no siempre responde al concepto de justicia. Las leyes pueden ser injustas y es nuestro deber como sociedad protestar ante ello y activar todos los mecanismos para tratar de cambiarlas. Y, al mismo tiempo, la justicia no siempre se aplica desde el estricto principio de verdad fundamental. Por tanto, esta asociación que responde al derecho natural básico no siempre se cumple y ante ello debemos revelarnos. Es lícito y obligatorio optar por la desobediencia civil ante leyes injustas y resulta ineludible recurrir a las instancias jurídicas que sean necesarias para defender los derechos humanos básicos. Quizá el problema que caracteriza a las sociedades occidentales desde hace décadas es que existe demasiada obediencia y eso ha provocado que hayan ocurrido una serie de violaciones flagrantes de derechos, que continúan a día de hoy, y que avergüenzan a todo aquél que conserve algo de decencia y dignidad.
Se está criminalizando el ejercicio de derechos fundamentales amparándose en la justicia suprema de Estado. Y algunos de aquellos que lo defienden son incapaces de ver que con sus acciones contribuyen a crear un nuevo autoritarismo alrededor del cual florecen movimientos fascistas, racistas, xenófobos y militaristas. La historia de la humanidad nos ha dado ejemplos de momentos en que todo esto ha ocurrido y los hechos se han precipitado hasta tal punto que han generado auténticas catástrofes humanitarias. Por consiguiente, ante cualquier atisbo de regresión democrática, ante cualquier intento de acallar voces críticas con el poder establecido, no solo tenemos la herramienta del voto, también e incluso más importante tenemos la responsabilidad civil de protestar, manifestarnos y denunciar todo aquello que pretenda hacer peligrar los derechos fundamentales que tantas personas, a lo largo de la historia, han luchado para conseguir y que nunca más deben ser violentados.
Debemos ser conscientes que los tratados y convenios internacionales, unánimemente ratificados e incorporados a las legislaciones nacionales, son una base doctrinal imprescindible para poder luchar frente a la vulneración de derechos humanos. Nos marca un camino y ampara las acciones de contestación a las injusticias. Sin embargo, eso no garantiza la tranquilidad porque los estamentos, jerarquías y poderes fácticos diversos siempre trataran de poner en duda los mismos para imponer sus intereses particulares. Tal como afirma Aamer Anwar, especialista en derecho penal y rector de la University of Glasgow: "La justicia real y la Democracia no te vendrán nunca servidas. Deberás luchar permanentemente por ellas y tendrás que perseverar para conseguirlas".
Por consiguiente, la Democracia y las libertades públicas deben ser cuidadas y protegidas cada día. Y debemos estar preparados y comprometidos, cada uno desde su posición, para defenderlas y denunciar las conculcaciones que se perpetren. Tal como decía Winston Churchill: "La Democracia es el sistema político en el cual cuando alguien llama a la puerta a las seis de la mañana, se sabe que es el lechero". Seamos pues merecedores de ese valor fundamental y defendamos las libertades ante cualquier amenaza regresiva.
Steven Spielberg ha hecho de su cine una defensa permanente de los valores progresistas y de denuncia frente a las vulneraciones de derechos fundamentales. Su activismo político, alineado con el Partido Demócrata, es bien conocido. Y así ha sido como, partiendo de la expresión de los valores familiares clásicos ante una vivencia personal que rompió aquello tan anhelado por su parte, ha sabido abrir el espectro e incorporar a su labor historias y momentos que se enmarcan en la mejor tradición de la defensa de los derechos humanos. Así mismo, no ha sido ajeno a la denuncia de grandes catástrofes humanitarias.
Con The Post, aborda fundamentalmente la defensa del derecho a la libertad de expresión como uno de los pilares básicos de la Democracia. Se suele denominar a la prensa como el Cuarto Poder. Esa es un arma de doble filo cuando determinados medios de comunicación, por intereses particulares o empresariales, se convierten más bien en los voceros del poder, olvidando su deber deontológico de denunciar, exponer y sacar a la luz las injusticias cometidas por los diferentes estamentos de la administración que corresponda.
En el caso del Washington Post, nos encontramos con un periódico ansioso por dar un gran salto a nivel nacional. Y sus responsables vislumbraron que publicando los Papeles del Pentágono cumplían con su deber deontológico y daban una oportunidad para que la indecencia de la política diera un paso atrás, demostrando que el periodismo de investigación ha sido el que más ha contribuido a dignificar la vida pública en las sociedades occidentales.
Atenazados a nivel interno y externo, Ben Bradlee y Kay Graham decidieron tomar riesgos en beneficio de un objetivo de máxima decencia. Y asumieron las consecuencias sabiendo que valía la pena plantear ese combate. Spielberg, ante estos hechos, construye una película de tintes duros, concisa y sobria a la vez, pero manteniendo una luz de esperanza al final del camino. Este uso del cinema verité, alejado de artificios, demuestra nuevamente su capacidad para ajustarse a todo tipo de historias. Su cintura fílmica le permite moverse perfectamente en todo tipo de propuestas, dejando en su reconocida capacidad narrativa la configuración definitiva de la cinta.
Los mismos protagonistas de esta historia son los que pocos años después se enfrentaron a un nuevo caso de amplísimo calado político. Dos periodistas del Post, Carl Bernstein y Bob Woodward, empezaron a tirar de una cuerda que estaba enterrada en las mismísimas cavernas de la administración Nixon. En su investigación fueron capaces de conectar al grupo de ladrones que irrumpió en las oficinas del Partido Demócrata en el Hotel Watergate con miembros muy destacados de la oficina del Presidente. Cuando las evidencias apuntaban cada vez más y más arriba, el propio Richard Nixon se vio amenazado pues parecía bastante evidente que él mismo había ordenado el espionaje a los Demócratas durante la campaña presidencial de 1972. Finalmente, acosado y atenazado por diversos frentes, decidió dimitir de su cargo en 1974 para así evitar un posible impeachment que hubiera hecho aflorar todo el grado de implicación que tuvo en el escándalo Watergate.
Bernstein y Woodward trabajaron durante casi dos años en este caso y, en base a varias fuentes de gran fiabilidad y en especial la conocida como Garganta Profunda, consolidaron un relato que fue debidamente contrastado y confirmado hasta recibir la aprobación de Ben Bradlee para la sucesiva publicación a través de demoledores artículos que, por primera vez, sacaban a la luz el terrible juego de conspiraciones y espionajes que poblaron la Casa Blanca durante la administración Nixon. Buena parte de esta poderosa denuncia contra la opacidad fue llevada al cine en 1976 con el título de Todos los Hombres del Presidente (All the President's Men). Dirigida por Alan J. Pakula, guionizada por William Goldman, y con Robert Redford, Dustin Hoffman y Jason Robards como Woodward, Bernstein y Bradlee, la cinta ocupa un lugar de honor entre las grandes películas sobre periodismo y su resonancia la ha convertido en un clásico imprescindible del cine americano contemporáneo.
Spielberg no es tan frío y áspero como lo era Pakula y siempre adorna la narración con más sentido de conjunto. Sin embargo, la película se complementa con lo que ya conocemos de la época y escenifica la primera muesca en una incipiente corteza. The Post marca una senda propia excepto en una conclusión que constituye, bajo mi criterio, el pecado fundamental de la película.
The Post termina con una secuencia en la que un guardia de seguridad del Watergate descubre que unos intrusos han entrado en las oficinas del Partido Demócrata. Eso, desde todo punto de vista, me pareció un soberano error porque todo aquello que la cinta había construido, apartándose del escándalo posterior, se viene bastante abajo con una aportación innecesaria, más propia de un telefilm. No tiene ningún valor de contexto puesto que es más que evidente por el público adulto conoce lo que sucedería tiempo después. Resulta bastante incomprensible la decisión de incluir esta sobre-escenificación que parece encaminar a The Post hacia la consideración de una precuela encubierta. No obstante, esta discutible adición no puede enturbiar la sensación de estar ante un nuevo gran trabajo de Spielberg, que conseguía resarcirse del varapalo artístico y creativo que había supuesto The BFG (2016).
Con un presupuesto ajustado de 50 millones de dólares, Los Archivos del Pentágono consiguió la interesante cifra de 179 millones de recaudación. Por tanto, se mantuvo en los parámetros de lo esperado y dejó moderadamente satisfechas a todas las partes implicadas en la producción. Otra cosa fue el apartado de premios. Spielberg planificó una agenda de rodaje y post-producción condensada que permitiera a la cinta ser estrenada en el mejor momento para ser considerada en la temporada de galardones (22 de diciembre de 2017). Es cierto que obtuvo el reconocimiento máximo de la National Board of Review y fue incluida también entre las diez mejores películas del año de la American Film Institute (AFI). Sin embargo, en cuanto a los certámenes más importantes, huelga decir que no recibió demasiada consideración. Quizá las seis nominaciones en los Globos de Oro eran una buena plataforma de salida pero la no consecución de ninguna de ellas y las dos únicas candidaturas en los Oscar (mejor película y nominación número 21 en la carrera de Meryl Streep) ya auguraban que la cinta no había calado entre los académicos. Se calificó como una buena película que, no obstante, carecía de la genialidad suficiente. Algo curioso teniendo en cuenta cuales fueron algunas de las películas premiadas en la edición de 2018.
Para los personajes de Katharine Graham y Ben Bradlee, Spielberg no tenía duda alguna. Quería a los mejores y la seguridad que aporta el saber que puedes conseguirlos permitió que el proyecto pudiera arrancar aún con más fuerza a pesar de la premura en el tiempo.
"No me imaginé a nadie mejor que Meryl para dar vida a Kay Graham. Ella absorbió su personalidad y exploró las profundidades de su vida. No sé cómo lo hizo y eso que yo la dirigí."Además de ser la mejor actriz de nuestra época, Meryl Streep es también, por méritos propios, una de las mejores intérpretes de todos los tiempos. Quizá habría puesto reparos ante un director al que no conociera debido al calendario tan apretado, pero cuando llama Spielberg las dudas suelen aparcarse. Más aún cuando ambos se conocen desde hace décadas habiendo incluso colaborado en A.I, donde Meryl prestó su voz al Hada Azul, en ese memorable momento que vivía David (Haley Joel Osment) en el tramo final del film.
En esta ocasión, el trabajo era completamente diferente y permitía a Spielberg cumplir su deseo de dirigirla ante la cámara, obteniendo todos los recursos de una actriz ya legendaria. Streep trabajó mucho sobre el material de archivo que existía sobre Kay Graham (1917-2001) y extrajo su posado mayestático y la elegancia de clase alta que la distinguía. Fue siempre consciente en su interpretación del importante hecho que Graham padecía muchas dudas internas que derivaban en una baja autoestima. Siempre se sobreponía a ellos pero hacían mella en su devenir diario.
Alguien como Ben Bradlee, adalid del periodismo de investigación, y hombre de gran fuerza moral y entereza, debía ser interpretado por Tom Hanks. Era una absoluta evidencia y Spielberg lo tuvo fácil para traer a su gran amigo al proyecto cuando Hanks fue consciente de la trascendencia de un guión ubicado en una época que le fascina especialmente.
"Steven está constantemente reaccionando a tu actuación. Aprovecha todo lo que le ofreces y trata de crear ese instante contigo. Así no hay manera de fracasar. Trabajar con alguien como él es algo muy especial."A lo que Spielberg añade:
"Es la quinta vez que Tom y yo trabajamos juntos como actor-director. Tom no deja de sorprenderme cada vez que colaboramos. Le veo y siempre pienso: no sabía que tenía a ese personaje tan dentro."Hanks dispuso también de mucho material sobre Bradlee (1921-2014) y pasó las diez semanas de pre-producción leyendo su autobiografía y viendo y escuchando entrevistas y grabaciones diversas. Además, pudo hablar con varias personas que trabajaron a su alrededor y que le revelaron su intrínseca forma de llevar la redacción del Post. Su famosa muletilla "Dios, qué divertido", resumía su personalidad como editor. Sin duda alguna, era un periodista y editor mordaz pero, al mismo tiempo, era capaz de parar a media historia y decir "Dios, qué divertido".
Hubo sesiones previas de lectura de guión donde los actores empezaron a crear complicidades y dinámicas que se forjaron en el set desde el primer día. En este sentido, Kristie Macosko Krieger afirma lo siguiente:
"Trabajamos con la directora de casting Ellen Lewis en El Puente de los Espías. Confiamos nuevamente en ella para que contratara al reparto complementario que ascendía a más de treinta personajes con entidad. El poco tiempo no resultó inconveniente para Ellen e hizo un trabajo excelente al conseguir a todos los que queríamos."Spielberg añade:
"Los que yo quería estaban disponibles. Y si no era así arreglamos las fechas con los productores de otros proyectos para que todo encajara."Así fue como entraron al proyecto intérpretes a los que Spielberg admiraba profundamente como Sarah Paulson (actriz de impresionante talento que siempre deja huella tanto en cine como en televisión), Bob Odenkirk (el magnífico Saul Goodman/Jimmy McGill de Breaking Bad y Better Call Saul), el prestigioso dramaturgo Tracy Letts (autor de la aclamada August), Bradley Whitford (eternamente conocido por su papel de Josh Lyman, en la multipremiada serie The West Wing), Bruce Greenwood (siempre destilando calidad, especialmente cuando da vida a personajes históricos), Matthew Rhys (intérprete de éxito en la serie The Americans, sobre el que recayó el papel de Daniel Ellsberg), Alison Brie (espléndida en la serie Mad Men), Carrie Coon (destacadísima en la serie The Leftovers), David Cross (experto en la stand-up comedy, pero capaz de ofrecer muy diversos registros), y también otros actores con los que el director ya había trabajado: el siempre magistral Michael Stuhlbarg (con quien ya coincidió en Lincoln), David Costabile (inolvidable presencia en Breaking Bad e integrante también del reparto de Lincoln) y Jesse Plemons (otro alumno aventajado de la serie de Vince Gilligan al que Spielberg ya había reclutado para El Puente de los Espías).
Para el director de fotografía Janusz Kaminski ésta era la película más inusual que había afrontado desde que empezó a colaborar con Spielberg en 1993. Había secuencias con presencia de gran cantidad de actores en el ángulo de cámara, cuyos diálogos eran de gran relevancia. Se trataba, además, de actores especialmente habituados al trabajo teatral, capaces de realizar todas sus intervenciones sin necesidad de pausa.
Por otra parte, el diseñador de producción Rick Carter y la responsable de vestuario, Ann Roth, tuvieron que coordinar a un equipo enorme en un esfuerzo por recrear el año 1971 en tiempo récord. Rick Carter localizó una nave industrial en White Plains (New York) donde se recreó íntegramente la redacción del Post. Además, White Plains también ofrecía un entorno muy parecido al que rodeaba a la sede del Post en 1971. La ciudad dispone de varios enclaves que se englobarían en el concepto de "arquitectura federal brutalista", un estilo constructivo muy influenciado por la burocracia gubernamental, donde se primaban los ángulos rectos, las líneas y los cuadrados como base estética exterior.
El interior de la redacción fue recreado al milímetro. Se trataba de una redacción pre-moderna con material de oficina recuperado incluso de museos de periodismo. Kaminski, cuando la vio terminada afirmó: "Era fantástico poder apuntar sobre cualquier cosa con la camára y encontrar realismo."
El resto de interiores se filmó en los Steiner Studios de Brooklyn (New York). Allí se recrearon las casas de Graham y Bradlee. En cuanto a la linotipia que se usaba entonces, se pudo localizar una que se encontraba en una antigua imprenta muy cercana a los estudios. La rotativa planteaba también un reto que fue finalmente resuelto cuando se descubrió que el New York Post aún la conserva y era posible rodar allí. Una vez más, la experiencia inmersiva que Spielberg siempre propone a la audiencia se veía una vez más cumplida.
Además del apabullante dominio del oficio cinematográfico y la traslación del mismo en un lenguaje visual lúcido y valiente, una constante que complementa la propuesta de Spielberg y la dimensiona extraordinariamente es la partitura musical de John Williams. En esta ocasión, las características intrínsecas de la película y su mezcla entre intimismo y exaltación, inmersa en la batalla por defender derechos inalienables, planteaba al compositor una partitura poco grandilocuente, diversa, contrastada e incluso muy personalizada más allá del tema principal.
"John suele empezar tocando las partituras de toda la orquesta con el piano, sólo para mi. Pero esta vez no tuvimos tiempo, el plazo era muy ajustado. es la primera vez que he ido a una sesión con él sin haber oído ni una nota. Como siempre, me encantó todo lo que John había compuesto. Ha concebido una música muy contenida que, de pronto, crece en una escena, en el momento preciso."John Williams se expresa de la siguiente forma:
"Nunca he estado en una redacción con mil máquinas de escribir. Debe ser un entorno muy ruidoso. No sabía cómo llevar la música a la redacción aunque, curiosamente, al final esas escenas tienen bastante música."
"La tensión de la película no depende de la música como sí ocurre en el cine de aventuras. Pero hay varias escenas de situación en las que la orquesta marca el ritmo e incluso crea la atmósfera del proceso de impresión. Me encanta ver la composición tipográfica, cómo se colocan los tipos en el galerín. En la película hay un montaje que crea mucha tensión, tiene una función dramática y espero que la música participe de forma constructiva."
"Hay algunas escenas con unos efectos electrónicos muy sutiles. Los usamos cuando vemos a Ellsberg leyendo los archivos. Durante esos cuatro minutos se oye la música orquestal y luego la electrónica. No se trata de decir electrónica para los presidentes y orquesta para Ellsberg sino que es una fusión informe de los efectos electrónicos con la música orquestal."
"Entre otras delicias para mi vista y mi oído la película cuenta con una Meryl Streep perfecta. Hay una escena en la que ella decide publicar el material. Es un primer plano que ya dice mucho por sí solo. No hace falta gran cosa pero sí algo. Hay un momento de gran silencio durante la llamada y a Steven lo volvía loco. Se preguntaba cuánto podíamos subir el volumen y el tempo al acercarnos a sus ojos. Esa música se acabó convirtiendo en una parte importante de los cambios fisiológicos que tienen lugar en una situación como esa."
"Un momento que recuerdo como un triunfo en el aspecto musical es cuando el juez Black falla a favor de los periódicos. Es un momento de gran exaltación y celebración en la redacción, con el ruido y los trabajadores. la música contribuye a la sensación de felicidad y satisfacción de ese grupo de gente."
"Es un privilegio trabajar con Steven, Tom Hanks y Meryl Streep en una película como esta. Contribuir con lo que puedo, con mi música, me encanta hacerlo."Tal como apostilla Kristie Macosko Krieger:
"Para ellos es muy fácil trabajar juntos, desde fuera te asombra comprobar que han hecho películas monumentales que han definido nuestra niñez y nuestra vida adulta. Pensar en John Williams es pensar en la banda sonora de tu vida."Cuando hablamos de John Williams y su larga relación profesional con Steven Spielberg, llegamos también indefectiblemente a la que mantiene con el montador Michael Kahn desde la post-producción de Encuentros en la Tercera Fase (Close Encounters of the third Kind, 1977). Con la única excepción de E.T (1982), donde por cuestiones de agenda Spielberg debió recurrir a Carol Littleton, Kahn ha montado todas las películas del director durante más de cuatro décadas. El lenguaje fílmico del director se ha configurado tal cual es debido también a la inmensa labor de Michael Kahn en la edición. Una edición siempre suprema, capaz de captar los mejores matices de la dirección e interpretación, basculando en los ritmos y cadencias del montaje según las necesidades específicas de cada proyecto. En definitiva, una labor magistral que desde hace unos años parece que quiere trasladar a su pupila, Sarah Broshar. Ayudante de Kahn desde The Adventures of Tintin (2011), Broshar ha ascendido ya a co-editora acreditada en The Post. La avanzada edad de Kahn sugiere al maestro que vaya preparando un relevo que, recogiendo lo mejor de su mecenazgo, sea capaz de llevar adelante una labor de calidad en este arte de la edición que en demasiadas ocasiones se mantiene entre tinieblas debido a la escasa atención que recibe por parte de la prensa especializada.
El fundamento de la reivindicación que plantea la película conlleva entrar en un tema de profundo calado. Porque la defensa de la libertad de prensa se enmarca en un contexto general en el que debemos hacer emerger los derechos fundamentales como pilar básico en las sociedades democráticas.
Recogiendo el clamor y las luchas compartidas de la humanidad en defensa de principios básicos de convivencia y respeto, dos textos magnos fueron redactados para consagrar oficialmente los derechos fundamentales a preservar frente a cualquier amenaza totalitaria o regresiva que se manifieste con voluntad de imposición. Así fue como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, promulgada por la ONU en 1948 y, más adelante, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966), también auspiciado por Naciones Unidas, consagraron definitivamente los derechos fundamentales inalienables que, con posterioridad, fueron suscritos e incorporados a las diferentes legislaciones de la mayor parte de países del mundo. Los derechos humanos oficializados por la entidad supranacional más importante del mundo, pasaron a formar parte de la esencia doctrinal que debía guiar la actuación de los tribunales de justicia en un doble compromiso: preservación y defensa de los mismos y persecución de aquellos actos que trataran de violarlos.
Los derechos fundamentales son derechos humanos básicos, inalienables e inderogables. Están basados en los valores de la dignidad, libertad e igualdad y del mismo modo que están incorporados en las constituciones o normativas básicas de los Estados también han sido recogidos en tratados internacionales multilaterales, disfrutando siempre de la máxima protección jurisdiccional. Comprenden básicamente los derechos civiles y políticos básicos. Estamos hablando del derecho a la integridad de la persona, el derecho a la libertad, el derecho a la personalidad jurídica, el derecho a la seguridad, el derecho a la vida, el derecho a un juicio justo, el derecho al respeto de la vida privada y familiar, el derecho de asilo, la libertad de expresión, la libertad de opinión, la libertad de circulación, la libertad de conciencia, la libertad de culto, la libertad de pensamiento, la libertad de prensa, la libertad de religión, el derecho de manifestación y el derecho a la protesta pacífica.
El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (suscrito y ratificado por 168 paises) complementó aún más esta recopilación de derechos inalienables incorporando una serie de preceptos que debían ser un muro ante la cada vez más incipiente represión política. Fue entonces cuando se consagró la protección de los principales derechos políticos como el derecho a elecciones libres, el derecho al voto, el derecho de acceso a las funciones y a los cargos públicos, el derecho a la autodeterminación, el derecho de asociación, el derecho de reunión, y el derecho de sufragio pasivo.
Desgraciadamente, la necesidad de consagrar estos derechos que bebían de textos y constituciones inicialmente promulgadas en el siglo XVIII, se debía al incumplimiento generalizado de los mismos y al caos permanente provocado por la vulneración sistemática de los derechos humanos en gran parte del mundo. No obstante, no solamente se han producido y se producen violaciones de este tipo en regímenes dictatoriales. Lamentablemente, una buena parte de las transgresiones se dan en países democráticos. Esto es debido a la consideración de que las estructuras de los estados han ido imponiendo un blindaje doctrinal a medida que les permite ejercer un autoritarismo exacerbado que, en la práctica, pretende acallar voces disidentes o que incomoden a las altas jerarquías gubernativas. Pervierten el significado esencial de la Democracia para legitimar la represión. Debemos recordar, pues, que la Democracia no consiste únicamente en votar cada cierto tiempo sino en ejercer los derechos y las libertades públicas sin miedo a represalias. La represión política y judicial persigue atemorizar a la ciudadanía para lograr, como fin último, que no se expresen y no defiendan con la rotundidad democrática exigible sus reivindicaciones. Como ciudadanos debemos responder siempre con firmeza y nunca ceder porque son los gobernantes los que deberían temer al pueblo y no a la inversa.
En The Post vemos un caso evidente de ataque a la libertad de expresión y a la libertad de prensa porque el gobierno pretendía ocultar cualquier hecho que demostrase su pésima actuación, durante décadas, a la hora de abordar un conflicto que acabó generando una guerra vil y cruenta sin base justificativa alguna. Pero este es solamente uno de los casos, quizá uno de los que tuvo más resonancia, pero la violación y ataque a los derechos básicos por parte de quien ostenta el poder es constante y generalizado en el mundo occidental, supuestamente tan democrático y garantista. La utilización del concepto "imperio de la ley" para, a través de la fuerza de los estamentos de un Estado, poder atacar derechos fundamentales empieza a ser enormemente peligroso porque nos exponemos a una regresión de derechos que, de no defenderse, podría conducirnos a una época de oscuridad jurídica donde la Democracia fuera dando pasos atrás en beneficio de un fortalecimiento del autoritarismo. Debemos contraponer siempre el concepto "imperio de la ley" al de "principio democrático". Y, a partir de esta contraposición, establecer una ponderación que, a buen seguro, nos debe llevar a preservar los derechos y libertades públicas ante lo que podría ser un abuso en la aplicación de la ley.
Es imprescindible recordar que la ley no siempre responde al concepto de justicia. Las leyes pueden ser injustas y es nuestro deber como sociedad protestar ante ello y activar todos los mecanismos para tratar de cambiarlas. Y, al mismo tiempo, la justicia no siempre se aplica desde el estricto principio de verdad fundamental. Por tanto, esta asociación que responde al derecho natural básico no siempre se cumple y ante ello debemos revelarnos. Es lícito y obligatorio optar por la desobediencia civil ante leyes injustas y resulta ineludible recurrir a las instancias jurídicas que sean necesarias para defender los derechos humanos básicos. Quizá el problema que caracteriza a las sociedades occidentales desde hace décadas es que existe demasiada obediencia y eso ha provocado que hayan ocurrido una serie de violaciones flagrantes de derechos, que continúan a día de hoy, y que avergüenzan a todo aquél que conserve algo de decencia y dignidad.
Se está criminalizando el ejercicio de derechos fundamentales amparándose en la justicia suprema de Estado. Y algunos de aquellos que lo defienden son incapaces de ver que con sus acciones contribuyen a crear un nuevo autoritarismo alrededor del cual florecen movimientos fascistas, racistas, xenófobos y militaristas. La historia de la humanidad nos ha dado ejemplos de momentos en que todo esto ha ocurrido y los hechos se han precipitado hasta tal punto que han generado auténticas catástrofes humanitarias. Por consiguiente, ante cualquier atisbo de regresión democrática, ante cualquier intento de acallar voces críticas con el poder establecido, no solo tenemos la herramienta del voto, también e incluso más importante tenemos la responsabilidad civil de protestar, manifestarnos y denunciar todo aquello que pretenda hacer peligrar los derechos fundamentales que tantas personas, a lo largo de la historia, han luchado para conseguir y que nunca más deben ser violentados.
Debemos ser conscientes que los tratados y convenios internacionales, unánimemente ratificados e incorporados a las legislaciones nacionales, son una base doctrinal imprescindible para poder luchar frente a la vulneración de derechos humanos. Nos marca un camino y ampara las acciones de contestación a las injusticias. Sin embargo, eso no garantiza la tranquilidad porque los estamentos, jerarquías y poderes fácticos diversos siempre trataran de poner en duda los mismos para imponer sus intereses particulares. Tal como afirma Aamer Anwar, especialista en derecho penal y rector de la University of Glasgow: "La justicia real y la Democracia no te vendrán nunca servidas. Deberás luchar permanentemente por ellas y tendrás que perseverar para conseguirlas".
Por consiguiente, la Democracia y las libertades públicas deben ser cuidadas y protegidas cada día. Y debemos estar preparados y comprometidos, cada uno desde su posición, para defenderlas y denunciar las conculcaciones que se perpetren. Tal como decía Winston Churchill: "La Democracia es el sistema político en el cual cuando alguien llama a la puerta a las seis de la mañana, se sabe que es el lechero". Seamos pues merecedores de ese valor fundamental y defendamos las libertades ante cualquier amenaza regresiva.
Con The Post, aborda fundamentalmente la defensa del derecho a la libertad de expresión como uno de los pilares básicos de la Democracia. Se suele denominar a la prensa como el Cuarto Poder. Esa es un arma de doble filo cuando determinados medios de comunicación, por intereses particulares o empresariales, se convierten más bien en los voceros del poder, olvidando su deber deontológico de denunciar, exponer y sacar a la luz las injusticias cometidas por los diferentes estamentos de la administración que corresponda.
Atenazados a nivel interno y externo, Ben Bradlee y Kay Graham decidieron tomar riesgos en beneficio de un objetivo de máxima decencia. Y asumieron las consecuencias sabiendo que valía la pena plantear ese combate. Spielberg, ante estos hechos, construye una película de tintes duros, concisa y sobria a la vez, pero manteniendo una luz de esperanza al final del camino. Este uso del cinema verité, alejado de artificios, demuestra nuevamente su capacidad para ajustarse a todo tipo de historias. Su cintura fílmica le permite moverse perfectamente en todo tipo de propuestas, dejando en su reconocida capacidad narrativa la configuración definitiva de la cinta.
Los mismos protagonistas de esta historia son los que pocos años después se enfrentaron a un nuevo caso de amplísimo calado político. Dos periodistas del Post, Carl Bernstein y Bob Woodward, empezaron a tirar de una cuerda que estaba enterrada en las mismísimas cavernas de la administración Nixon. En su investigación fueron capaces de conectar al grupo de ladrones que irrumpió en las oficinas del Partido Demócrata en el Hotel Watergate con miembros muy destacados de la oficina del Presidente. Cuando las evidencias apuntaban cada vez más y más arriba, el propio Richard Nixon se vio amenazado pues parecía bastante evidente que él mismo había ordenado el espionaje a los Demócratas durante la campaña presidencial de 1972. Finalmente, acosado y atenazado por diversos frentes, decidió dimitir de su cargo en 1974 para así evitar un posible impeachment que hubiera hecho aflorar todo el grado de implicación que tuvo en el escándalo Watergate.
Bernstein y Woodward trabajaron durante casi dos años en este caso y, en base a varias fuentes de gran fiabilidad y en especial la conocida como Garganta Profunda, consolidaron un relato que fue debidamente contrastado y confirmado hasta recibir la aprobación de Ben Bradlee para la sucesiva publicación a través de demoledores artículos que, por primera vez, sacaban a la luz el terrible juego de conspiraciones y espionajes que poblaron la Casa Blanca durante la administración Nixon. Buena parte de esta poderosa denuncia contra la opacidad fue llevada al cine en 1976 con el título de Todos los Hombres del Presidente (All the President's Men). Dirigida por Alan J. Pakula, guionizada por William Goldman, y con Robert Redford, Dustin Hoffman y Jason Robards como Woodward, Bernstein y Bradlee, la cinta ocupa un lugar de honor entre las grandes películas sobre periodismo y su resonancia la ha convertido en un clásico imprescindible del cine americano contemporáneo.
Spielberg no es tan frío y áspero como lo era Pakula y siempre adorna la narración con más sentido de conjunto. Sin embargo, la película se complementa con lo que ya conocemos de la época y escenifica la primera muesca en una incipiente corteza. The Post marca una senda propia excepto en una conclusión que constituye, bajo mi criterio, el pecado fundamental de la película.
The Post termina con una secuencia en la que un guardia de seguridad del Watergate descubre que unos intrusos han entrado en las oficinas del Partido Demócrata. Eso, desde todo punto de vista, me pareció un soberano error porque todo aquello que la cinta había construido, apartándose del escándalo posterior, se viene bastante abajo con una aportación innecesaria, más propia de un telefilm. No tiene ningún valor de contexto puesto que es más que evidente por el público adulto conoce lo que sucedería tiempo después. Resulta bastante incomprensible la decisión de incluir esta sobre-escenificación que parece encaminar a The Post hacia la consideración de una precuela encubierta. No obstante, esta discutible adición no puede enturbiar la sensación de estar ante un nuevo gran trabajo de Spielberg, que conseguía resarcirse del varapalo artístico y creativo que había supuesto The BFG (2016).
Con un presupuesto ajustado de 50 millones de dólares, Los Archivos del Pentágono consiguió la interesante cifra de 179 millones de recaudación. Por tanto, se mantuvo en los parámetros de lo esperado y dejó moderadamente satisfechas a todas las partes implicadas en la producción. Otra cosa fue el apartado de premios. Spielberg planificó una agenda de rodaje y post-producción condensada que permitiera a la cinta ser estrenada en el mejor momento para ser considerada en la temporada de galardones (22 de diciembre de 2017). Es cierto que obtuvo el reconocimiento máximo de la National Board of Review y fue incluida también entre las diez mejores películas del año de la American Film Institute (AFI). Sin embargo, en cuanto a los certámenes más importantes, huelga decir que no recibió demasiada consideración. Quizá las seis nominaciones en los Globos de Oro eran una buena plataforma de salida pero la no consecución de ninguna de ellas y las dos únicas candidaturas en los Oscar (mejor película y nominación número 21 en la carrera de Meryl Streep) ya auguraban que la cinta no había calado entre los académicos. Se calificó como una buena película que, no obstante, carecía de la genialidad suficiente. Algo curioso teniendo en cuenta cuales fueron algunas de las películas premiadas en la edición de 2018.