25 de juny del 2019

Kursk (2018)


 Foto: Wikimedia //  Filmray // CC BY SA 4.0


Cuando los hermanos Lumière inventaron el cinematógrafo hacia finales del siglo XIX, su intención era la de mostrar el mundo que los rodeaba en imágenes. Su principal objetivo no era el de crear historias de fantasía que llevasen a los espectadores a nuevos mundos como haría Méliès años más tarde, sino el de documentar la vida real, la que se habría paso cada día sin llamar la atención. En Rusia, Vértov pondría de nuevo el foco en esta idea a través del conocido como “Cine-Ojo”, pero llevándola un paso más allá, tratando de acercar a los espectadores a aquella realidad que pasa desapercibida ante nosotros. El Cinéma Vérité francés de mediados del siglo XX se inspiraría en las ideas de Vértov para ofrecer una nueva versión vanguardista del cine realidad.

Así pues, podemos afirmar que el cine nació con una voluntad documentalista a la que siempre ha estado unido. Con el paso de los años, y sobre todo en la época de los grandes estudios, el séptimo arte se centró más en la ficción, pero pronto volvió a sus raíces a través del conocido como “cine basado en hechos reales”. A él pertenecen cintas que si bien no se corresponden con el género documental, tampoco deben ser englobadas bajo la etiqueta de ficción, pues los hechos narrados tienen un componente histórico. 

En los últimos años esta variedad ha alcanzado un gran éxito, pudiendo ver en la gran pantalla historias que representan (siempre con alguna licencia creativa) hechos que sucedieron realmente en el pasado. Y no solo en el cine, también las series han mostrado interés por este tipo de productos audiovisuales, siendo la miniserie de HBO Chernobyl uno de los ejemplos más actuales. 

En cuanto a los largometrajes, uno de los últimos en sumarse a esta lista es Kursk, una cinta que ha pasado bastante desapercibida para el público pero que narra una de las historias más dramáticas sucedidas durante el siglo XXI: el accidente del submarino ruso K-141 Kursk. El cineasta danés Thomas Vinterberg, conocido internacionalmente por crear junto a Lars von Trier el movimiento Dogma 95, es el artífice de esta película que cuenta con Matthias Schoenaerts y Léa Seydoux como protagonistas.

El argumento de la cinta gira entorno al accidente que el Kursk tuvo el 12 de agosto del año 2000. Para los que desconozcan la historia, cabe señalar que este submarino ruso se encontraba haciendo unas maniobras secretas en el mar de Barents cuando dos explosiones provocaron la rotura del casco en varios puntos del navío. Casi todos los compartimentos quedaron anegados de agua en apenas unos segundos, pero cerca de una veintena de hombres se refugiaron en un compartimento de popa que lograron sellar. Allí permanecieron durante horas esperando un posible rescate, pero finalmente terminarían muriendo en las profundidades del océano Ártico.



Que Vinterberg haya decidido ponerse tras la cámara con esta historia es cuando menos curioso. Por una parte, el éxito actual de documentales y cintas que exploran el comportamiento humano en situaciones límite como Solo, 127 horas, Lo imposible, Tocando el cielo o Free Solo, que incluso se emplea como inspiración y método de aprendizaje en ámbitos como el deportivo, garantizan una buena acogida por parte del público. Por otra, optar por una historia plagada de efectos especiales, explosiones falsas y submarinos creados por ordenador, alejan enormemente a Vinterberg de aquellos ideales de Dogma 95 que rechazaban el empleo de cualquier tipo de tecnología en los rodajes. Suponemos que la voluntad de dar a conocer una historia como la del Kursk le ganó la batalla a los ideales que hace 20 años defendía, aunque debemos reconocer que el resultado sigue manteniendo ese toque personal.

Así, en vez de potenciar la espectacularidad a la que nos tiene acostumbrados el cine bélico, Vinterberg apuesta por el drama familiar, dando voz a los verdaderos protagonistas de aquella tragedia. Para ello se vale de un sólido guion firmado por Robert Rodat, inspirado a su vez en el libro “Kursk: la historia jamás contada del submarino K-141” del periodista Robert Moore, que se centra en la vida de Mikhail Averin (Schoenaerts), su mujer Tanya (Seydoux) y su hijo pequeño. A lo largo de los 117 minutos de metraje, veremos a ambos en dos espacios diferentes: él atrapado en el submarino con el resto de sus compañeros, ella buscando las respuestas que las autoridades rusas no querían darle. Este es un punto muy importante, pues si algo quiere dejar claro Vinterberg con su película es que la tragedia podría haberse evitado si las autoridades pertinentes hubiesen actuado de forma diferente. Colin Firth, en el papel de un alto cargo de la armada inglesa, es la figura que nos recuerda a lo largo de toda la cinta que aquellos hombres pudieron salvarse.

Junto a este doloroso mensaje, el cineasta danés también nos hace partícipes de la decadencia de la Rusia de la época, del retraso tecnológico de esta nación y del descontento de su población. Nos habla de mentiras, de la falta de humanidad y del precio del poder. Y lo hace a través de angustiosos planos secuencia en el interior del submarino, de frases lapidarias como la que el protagonista escribe a su esposa “Nadie es eterno, pero yo quería más” y de actuaciones magistrales, tanto de los protagonistas como de los secundarios.

La única pega que se le podría poner al Kursk de Vinterberg, por ponerle alguna, es la decisión de rodar la cinta en inglés. A priori puede parecer un dato anecdótico, pero si tenemos en cuenta que la mitad del elenco actoral tiene diferente nacionalidad y que todos ellos deben hablar con cierto acento ruso, pasa a ser una cuestión relevante. Por lo demás, Kursk funciona bien en pantalla, manteniendo un equilibrio entre el cine de acción comercial y la visión más personal de Vinterberg. Una joya audiovisual que no debéis perderos si sois amantes de la historia.