A lo largo de su lustrada carrera, Lee Marvin (1924-1987) consiguió definirse como una de las presencias más vigorosas y carismáticas de la historia de Hollywood. Logró evolucionar en la industria dando vida a villanos y héroes, destacando en ambos lados del espectro. Pero pocos saben que sirvió con honores en el cuerpo de Marines durante la Segunda Guerra Mundial. Marvin estuvo destinado en el Pacífico, donde obtuvo múltiples reconocimientos al valor, incluido el Corazón Púrpura. Durante la batalla de Saipan, en las Islas Marianas, fue herido gravemente en combate, dando fin a su participación en el conflicto. Durante el siguiente año, deambuló de un hospital militar a otro hasta ser licenciado del servicio en 1945.
A partir de entonces, trabajó en tareas diversas de mantenimiento para un teatro de provincias. Pero no tardó en tomar un rumbo diferente. La ocasión se le presentó el día en que sustituyó a uno de los actores de la compañía que había caído enfermo. En un pequeño teatro cercano a Buffalo (New York), empezó una andadura que pronto le llevó a Broadway y más tarde a Hollywood.
Su carrera fue avanzando durante la década de los cincuenta pero fue en los sesenta cuando Lee Marvin alcanzó definitivamente el estrellato. Uno de los títulos de referencia que protagonizó en esa época fue Doce del Patíbulo (The Dirty Dozen, 1967). Como ha ocurrido en muchas ocasiones a lo largo de la historia del cine, Marvin no era el candidato inicial. Llegó al papel tras la renuncia de alguien con quien había trabajado en no pocas ocasiones, el mismísimo John Wayne.
Curiosamente, el papel del Mayor John Reisman es uno de los más comúnmente asociados con Marvin y, a buen seguro, su experiencia militar podía haber sido un valor añadido para la producción. Sin embargo, el guión de Nunnally Johnson y Lukas Heller, aunque planteaba un gran espectáculo bélico, distaba mucho de guardar las mínimas verosimilitudes respecto a la acción de combate real y los procedimientos del ejército. El director Robert Aldrich buscaba el espectáculo sin cortapisas y no juzgó necesaria la presencia de asesores militares en la pre-producción ni tampoco en el rodaje, con lo cual las incorrecciones de toda índole se fueron acumulando ante el asombro de Marvin.
La propuesta argumental, con presos militares a quienes se les da una oportunidad si participan en una misión de altísimo riesgo, resultaba ridícula a los ojos de Marvin. El despropósito fue aún más grande cuando, en una secuencia concreta, Reisman realiza un ejercicio de entrenamiento en el que desafía a uno de ellos para que le ataque con una bayoneta. Él había visto caer a compañeros suyos en emboscadas y tenía que asumir que unos criminales, con terribles historiales a sus espaldas, pudieran limpiar su nombre si conseguían neutralizar un reunión de altos mandos alemanes en un castillo de Rennes.
La película aplicó aquello de "cuantas más explosiones mejor" y así fue distrayendo al público para disimular los numerosos agujeros de guión y las secuencias de adiestramiento y combate poco rigurosas. Ante tantos errores técnicos en cascada, Marvin decidió hacer su parte de la mejor manera posible y olvidarse por un tiempo de su experiencia previa, a fin de que eso no pudiera enturbiar su trabajo.
Curiosamente, la película acabó siendo un gran éxito y Lee Marvin se aupó como la mayor estrella de acción del momento. Sin embargo, la decepción personal persistió. Se dice que cuando al año siguiente se estrenó El Desafío de las Águilas (Where Eagles Dare, 1968), con Richard Burton y Clint Eastwood, Marvin dijo a sus amigos: "Allí tendría que haber estado yo..."