El 6 de junio de 1944 se llevó a cabo la que se conoció como la Operación Overlord, o lo que es lo mismo, la invasión más grande jamás vista en la historia, formada por aviones, barcos, soldados, paracaidistas, etcétera. Todo para acabar con el dominio de Hitler y el nazismo sobre Europa y terminar con la amenaza que suponían. Sin embargo, lo que no sabía el alto mando de los Aliados era que, tras líneas enemigas, se escondían otras amenazas mucho más peligrosas, no solo para estadounidenses, británicos y franceses, sino para la raza humana.
Una compañía de paracaidistas, cuya misión consiste en derribar una torre de comunicaciones, después de perder la mayoría de sus efectivos, llegan al pequeño pueblo en el que se encuentra su objetivo. Pero, para su sorpresa, descubren que las paredes de la vieja iglesia que sirve como base de operaciones a un destacamento alemán, esconden unos experimentos científicos que pretenden dar vida a los soldados perfectos para el Reich de los Mil Años… unos soldados sobrenaturales.
Para no ahondar más en detalles la idea de partida es esta, en los experimentos nazis con elementos sobrenaturales. La idea, aunque muy tópica, es lo suficientemente potente como para dar de si una película, incluso una serie de Netflix —no es que esté dando ideas, pero como ejemplo me viene que ni pintado—; sin embargo, cuando nos fijamos un poco en lo que hay tras la idea descubrimos que es un telón que no esconde escenario tras él —como algunas series de Netflix, que tienen más relleno que el pavo de Acción de Gracias—. Si quitamos toda la parafernalia —es decir una ambientación que cojea un poco, como veremos más adelante—, y los momentos de tensión provocados por los jumpscares y la música ambiental, realmente tenemos la historia más tonta y cogida con pinzas que he visto en una buena temporada, al menos en una producción internacional dirigida a cautivar el público en las grandes salas. Con esto no quiero decir que no se puedan hacer pelis con estas premisas y tramas simples, pero es que en este caso no están vendiendo una peli de serie B —como aquellas que todos recuerdan con cariño de finales de los 80 y los 90—, como si hubieran descubierto el fuego. Para explicarme mejor, a pesar de que descubren un lugar maligno —muy propio de los videojuegos como los de Wolfenstein, porque el parecido no se puede negar—, todo el rato los soldados parecen tener entre ceja y ceja el hecho de que solo deben cumplir su misión, pero, al mismo tiempo, hacen todo lo posible para que no nos los creamos, infiltrándose en la base secreta, toqueteando lo que no tienen que tocar, y liarla parda con unos experimentos que ni tan siquiera los «malos» saben que suponen. Solo cuando quedan veinte minutos de peli nos recuerdan que deben derribar la torre de comunicaciones antes de que llegue el resto del desembarco… dentro de veinte minutos, mira tú que casualidad.
Otra de las patas de la que cojea Overlord es el terror, no existe. Es decir, sí que es una historia de miedo, sin embargo parece que nos preparen para los sustos, como si quisieran evitárnoslos, manteniendo la cámara en un lugar en el que sabemos que saldrá algo que nos hará saltar, por lo que si ya se ha visto alguna que otra peli del estilo, lo más probable es que nos digamos: «ahora saldrá un monstruo», y va y sale… Menuda sorpresa.
Luego, y aquí tengo que admitir que el defecto de formación como historiador sale a relucir, está el tema de la ambientación. Todo lo que son uniformes, casas, etcétera, está muy bien logrado y sigues los clichés habituales del género bélico de la Segunda Guerra Mundial —hasta los personajes son los típicos—, pero hay ciertas licencias que sorprenden un poco a cualquiera que tenga el tema un poco fresco. Por ejemplo, los afroamericanos, si bien participaron, no jugaron un papel vital en ninguna operación, en su mayoría fueron equipo de apoyo… Porque hasta Vietnam no fueron considerados iguales para servir. Pero, en Overlord, no solo descubrimos un soldado, sino también un sargento del que todos acatan las órdenes, incluso el paleto sureño que ni tan siquiera lo trataría como un igual… Sin comentarios. Por otro lado, está la cuestión del cuerpo del ejército del que son miembros los protagonistas, la Infantería Aerotransportada —representada al dedillo y con perfección en Hermanos de Sangre (Band of Brothers)—, y del que alguno confiesa que ha sido alistado en una leva… A ver, la Airborne, son un cuerpo de voluntarios que se estuvieron entrenando alrededor de dos años para poder cumplir con su misión: saltar tras las líneas enemigas. Si te cogían en una leva, ibas a parar a la infantería normal, de esos que saltaron de los barcos el Día-D y fueron agujerados como un colador.
Seguramente os estaréis preguntando a dónde quiero llegar con todo esto. Pues a que Overlord se deja ver —sobre todo si a parte de las pelis de terror también te van las asquerosas, porque más que miedo da asco lo que se ve—, no es mala y cumple con el tipo de película que es. Sin embargo, a pesar de todo el bombo que se le dé —incluso se la ha dotado de unos títulos de crédito y un par de canciones del estilo de Malditos Bastardos (Inglorious Basterds, 2009)—, es una peli de serie B, una de esas que gente como Peter Jackson, Edgar Wright o el propio Abrams hubieran hecho cuando todavía eran unos desconocidos; de esas que se editaron en su momento en VHS y ahora se pueden ver gratuitas en YouTube. Lo dicho, no es mala, pero tampoco es buena, un aprobado raspado.
Por cierto y a modo de postdata, solo comentar que, a pesar de todos los rumores que se han escuchado en los últimos meses, entre los cuáles se quiso justificar el estreno a toda prisa y por sorpresa de The Cloverfield Paradox en Netflix, Overlord no tiene absolutamente nada que ver con ese peculiar universo auspiciado por J. J. Abrams y Bad Robot.