En la fría primavera de 2014, vivía en un pueblecito del Medio Oeste. A finales de abril pedí un día libre en el trabajo y viajé a Chicago para asistir a la C2E2 (Chicago Comic and Entertainment Expo). Dejé atrás los campos de maíz y la nieve y acudí a la inauguración de la convención el viernes, donde reinaba un ambiente de celebración y miles de personas de distinta procedencia, raza y religión nos reuníamos para festejar nuestra pasión común por la cultura popular.
Nada más acceder al recinto, fui directo al puesto de la editorial Marvel, donde sorteaban firmas de Stan Lee, el famoso guionista y editor de cómics, aquel héroe de la infancia que me hablaba en sus tebeos. Decidí probar suerte y participar en el sorteo (de lo contrario, las firmas de Stan costaban 80 dólares), metí la mano en una caja y saqué una papeleta.
—¡Tenemos un ganador! —anunció uno de los responsables de Marvel.
No me lo podía creer. En la papeleta que saqué figuraba una imagen de Mary Jane Watson con las famosas palabras que pronunció en su primera aparición en los cómics: «Te acaba de tocar la lotería, tigre».
Di una vuelta por el pabellón y a mediodía volví al puesto de Marvel, donde los afortunados esperaban en fila a que llegase Stan. Las normas de la sesión de firmas eran estrictas, solo podías llevar un cómic para que te lo firmase y no podías hacerte fotos ni selfies con el autor. Ante tal situación, elegí que me firmase un ejemplar del 365 de The Amazing Spider-Man, número que celebra los treinta primeros años del personaje y que incluye una reflexión sobre este período y una historia breve escrita por Lee (este mismo ejemplar me lo había firmado antes el dibujante Mark Bagley, que fue bastante arisco en el trato con los fans). Hubo quien optó por llevar el martillo de Thor o un Funko del propio autor para que se los firmase.
Pasé el control de seguridad y esperé con paciencia a que llegara mi turno. Subí al escenario y allí estaba Stan Lee, un anciano afable y lleno de energía que bromeaba con que se había afeitado su característico bigote aquella mañana. Me firmó el cómic de Spider-Man y le tendí la mano, que me estrechó con fuerza.
—Muchas gracias por todo, Stan —le dije.
—Gracias —me contestó con una sonrisa.
Bajé del escenario, me sequé las lágrimas de la emoción y contemplé el final de la sesión de firmas. Cuando hubo terminado, Lee se puso de pie y posó ante las cámaras del público, se puso a hacer el gesto de Spider-Man cuando lanza las telarañas y se despidió gritando «¡Excelsior!» a pleno pulmón.
Las fotos que le hice salieron borrosas y movidas, puede que por los nervios, mi escasa pericia o por la baja calidad de la cámara digital, aunque prefiero creer que fue porque resulta imposible capturar la esencia de una leyenda en una simple instantánea.
Hasta siempre y, de nuevo, muchas gracias por todo.