RETORNO AL PASADO
Un artículo de Adriano Calero.
Un director de orquesta guía a sus músicos con el característico movimiento de brazos y manos a los que todo espectador está acostumbrado. Instrucciones elegantes y acompasadas que encuentran como respuesta, a la intemperie de un día soleado en el campo, una interpretación más que correcta del “I. Adagio - Allegro” de Leonard Bernstein. Las directrices deben ser las adecuadas, ya que no se perciben errores ni defectos en la ejecución. Quizá porque la orquesta ha sido entrenada en el dominio de una visión periférica que no discierne entre la falta de etiqueta y la falta de ropa, a ninguno parece importarle que el maestro de la batuta haya sustituido el frac habitual por un slip de color rojo. Al menos a nadie del bien dispuesto y engalanado grupo de músicos… Porque la mirada colectiva se detiene, más de lo deseado, en la única parte cubierta de su cuerpo desnudo —hay directores que dirigen con la batuta y otros lo hacen con una simple elección de color—. El sonido de una sirena anticipa la llegada de la policía y el director sale a la carrera. El personaje y Dupieux, nosotros también. Todos acabamos en comisaría y el director de orquesta enmanillado, pero es otra historia la que allí nos espera. ¿O es la misma?
Dupieux abre la película con una secuencia que no tiene continuidad argumental. Reescribe el principio de acción y reacción como si de una declaración de intenciones se tratase y prosigue, tras ello, con otra declaración, o interrogatorio —ya que todo depende de donde se ubique el punto de vista que, en este caso, es compartido— entre los dos protagonistas reales de esta historia. Por un lado, el comisario al que da vida Benoît Poelvoorde, a quien vimos hacer de Dios canalla en la última obra de Jaco Van Dormael (El nuevo Nuevo Testamento, 2015) y, al otro, el humorista francés Grégoire Ludig interpretando al acusado, quien lo es tan solo por haber notificado la muerte de un hombre en extrañas circunstancias. He aquí una simpática encarnación del hombre corriente que recuerda inevitablemente a todos los falsos culpables de nuestro querido Hitchcock. Siendo este personaje mucho más entrañable que galán, más Stewart que Grant. Y siendo esta película una exageración, casi una travesura que parece alejada de cualquier entendimiento… Pero no. De eso se trata con Dupieux. Como dicen incansablemente los mismos personajes de Au Poste!: “C’est pour ça”.
Porque para entender la vida, a veces, lo mejor es aceptar la paradoja que contiene. Y para ello, Dupieux sitúa al espectador junto al acusado en su propia reescritura de los acontecimientos, trasladando la acción del presente al pasado fílmico, de la comisaría al espacio de la narración y así sucesivamente. Forzando un diálogo perspicaz entre lo pretérito y la actualidad, compendio de un tiempo único donde el futuro asoma tan solo a modo de suspense. ¿Como ejercicio de comprensión? Solamente de los hechos ocurridos durante la noche del accidente. Porque es Au Poste! una pomposa disección de la existencia humana, de sus miserias y contradicciones, mas no de sus certezas —que con Dupieux siempre son mínimas—, sino por lo que tiene de absurda. Porque si finalmente el cine se trata de un viaje, para Dupieux es aquel que supone un retorno a lo vivido. Pero ni mucho menos con la solemnidad y elegancia del género noir, ya sea en obras memorables como Retorno al Pasado (Jacques Tourneur, 1947). Sino como un simple pasatiempo infantil… Como un niño que juega a moldear el pasado, a estirar y contraer el tiempo como si de plastilina se tratara. Inventando un nuevo mundo donde la ficción dialoga con la realidad y la realidad… realidad solo hay una. Aunque en Sitges soñemos con muchas más.
Porque para entender la vida, a veces, lo mejor es aceptar la paradoja que contiene. Y para ello, Dupieux sitúa al espectador junto al acusado en su propia reescritura de los acontecimientos, trasladando la acción del presente al pasado fílmico, de la comisaría al espacio de la narración y así sucesivamente. Forzando un diálogo perspicaz entre lo pretérito y la actualidad, compendio de un tiempo único donde el futuro asoma tan solo a modo de suspense. ¿Como ejercicio de comprensión? Solamente de los hechos ocurridos durante la noche del accidente. Porque es Au Poste! una pomposa disección de la existencia humana, de sus miserias y contradicciones, mas no de sus certezas —que con Dupieux siempre son mínimas—, sino por lo que tiene de absurda. Porque si finalmente el cine se trata de un viaje, para Dupieux es aquel que supone un retorno a lo vivido. Pero ni mucho menos con la solemnidad y elegancia del género noir, ya sea en obras memorables como Retorno al Pasado (Jacques Tourneur, 1947). Sino como un simple pasatiempo infantil… Como un niño que juega a moldear el pasado, a estirar y contraer el tiempo como si de plastilina se tratara. Inventando un nuevo mundo donde la ficción dialoga con la realidad y la realidad… realidad solo hay una. Aunque en Sitges soñemos con muchas más.