Cuando se habla de grandes asociaciones creativas en Hollywood, la primera que retumba en la memoria es la que formaron John Ford y John Wayne durante casi cuarenta años. Ambos eran individuos de carácter indomable y altísima contundencia verbal. Sin embargo, siempre mantuvieron un gran respeto mutuo que se materializó en una colaboración continuada entre el director y su leading man favorito. Su amistad resistió ideas políticas opuestas, comentarios vehementes de uno contra otro y diversas vicisitudes técnicas acaecidas durante algunos de los rodajes.
John Wayne siempre consideró a Ford como su mentor, puesto que éste le había dado sus primeras oportunidades en westerns de serie B a finales de los años 20. Después había decidido seguir contando con él para una gran parte de sus títulos más emblemáticos. No obstante, estaba desconcertado ante lo que el director esperaba de su participación en El Hombre que Mató a Liberty Valance (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962).
Wayne era una actor muy carismático y su presencia arrasaba en pantalla pero no era de los que disfrutaban con lo sutil o con interpretaciones de moralidad ambigua. Él veía que James Stewart disponía del papel principal como el abogado Ransom Stoddard, representante de la nueva época que llega al antiguo Oeste, donde la ley acabará imponiéndose definitivamente al dictado callejero de los pistoleros. Él era el centro dramático, capaz de atraer al personaje interpretado por Vera Miles. Lee Marvin, como Liberty Valance, representaba al villano de la función sin subterfugios. En cambio, el personaje de Wayne, Tom Doniphon, era el pistolero honorable que se alza como uno de los últimos vestigios de una forma de vida en el Oeste que empieza a agonizar. Este rol más crepuscular, y a la postre interesante, no colmaba las expectativas del veterano leading man. Le molestaba quedar, según él, apartado del núcleo argumental. Por todo ello se enfrentó al director en el mismísimo set, aduciendo que tenía un personaje que le hacía el trabajo sucio al de Stewart para que éste pudiera, en última instancia, quedarse con la chica.
Ford se indignó porque no consentía que nadie ventilara sus críticas ante el resto del equipo y replicó allí donde más dolía. Cuestionó abiertamente a Wayne por haberse quedado en casa durante la guerra mientras que Stewart había servido en las Fuerzas Aéreas durante el conflicto bélico. Wayne no estalló por la lealtad debida a un realizador que le había sacado del anonimato y que le había dado la oportunidad de trabajar en grandísimas películas, pero las discusiones creativas continuaron durante el resto del rodaje. Curiosamente, se sigue considerando a Liberty Valance como la mejor película de la asociación creativa entre Ford y Wayne, incluso por delante de La Diligencia (Stagecoach, 1939), Centauros del Desierto (The Searchers, 1956) y la trilogía de la caballería formada por Fort Apache (1948), La Legión Invencible (She Wore a Yellow Ribbon, 1949) y Rio Grande (1950).
Un año después de Liberty Valance, Ford y Wayne volvieron a unirse en la última de sus colaboraciones. Fue en la comedia, de ambiente exótico, La Taberna del Irlandés (Donovan's Reef, 1963). El director se retiró definitivamente de la dirección en 1966 y falleció en 1973. Wayne quedó profundamente afectado por su desaparición y al igual que ocurrió con su otro director de cabecera, el maestro Howard Hawks, sintió que su época se terminaba definitivamente. John Wayne murió en 1979 dejando El Último Pistolero (The Shootist, 1976), dirigida por Don Siegel, como su testamento cinematográfico.