El toque genial de los directores de fotografía puede hallarse en las secuencias más insospechadas. El dominio que los grandes DP manifiestan a la hora de usar la luz para conseguir efectos dramáticos, encumbra una profesión, esencial en la trascendencia del séptimo arte, que nunca debemos cansarnos de reivindicar.
Me gustaría referirme a una secuencia en particular que se encuentra en el thriller de 1988 titulado Conexión Tequila (Tequila Sunrise, 1988). Ya tuvimos oportunidad de hablar sobre esta película y su agudizada misoginia en una ocasión anterior. Hoy quiero comentar únicamente la secuencia en que dos amigos, ahora situados a ambos lados de la ley, se conceden un momento de complicidad y confianza sabiendo que el panorama que se avecina es extraordinariamente complicado para uno de ellos. El ex-traficante Dale McCussic (Mel Gibson) tiene encima a la DEA, cuyo agente al mando está convencido que vuelve a trabajar con los cárteles de la droga mexicanos. Su amigo de la niñez, el teniente del LAPD Nick Frescia (Kurt Russell), defiende ante sus colegas que McCussic está limpio pero, en su fuero interno, no tiene la seguridad total de que eso sea cierto. El pasado regresa para fustigar a McCussic y la ética profesional de su amigo le impide seguir protegiéndole si hay indicios de reincidencia delictiva. Llegados a un punto de no retorno, ambos hombres se citan en Manhattan Beach para sondearse y hallar algo de claridad en un contexto aciago.
Conversar en un columpio ya muestra la intención del director y guionista Robert Towne de recuperar el aroma de una amistad infantil como forma de definir un ámbito de confianza, en el que se puede hablar con franqueza. Pero complementar la secuencia con el trabajo del maestro Conrad L. Hall amplía el efecto dramático al sacar un enorme partido a la puesta de Sol. La luz que se desprende en la escena remarca calidez pero también ocaso y sensación de amenaza. Los acontecimientos están en el camino de precipitarse y la trayectoria de los personajes hasta este momento puede variar, de forma brusca, en el corto plazo. Ese crepúsculo tenue, combinado con las siluetas oscuras de ambos personajes, es un prodigio de puesta en escena que se ha utilizado profusamente a lo largo de la historia del cine. El efecto siempre ha sido el mismo: la generación de una atracción magnética en la audiencia.
Conrad L. Hall fue nominado al Oscar por su trabajo en Tequila Sunrise. Aquel año, sin embargo, la victoria fue para Peter Biziou por su también excelente labor en Arde Mississippi (Mississippi Burning). De todas formas, debemos recordar que la brillante carrera de Hall fue reconocida con 10 nominaciones y tres estatuillas por Dos Hombres y un Destino (Butch Cassidy and the Sundance Kid, 1969), American Beauty (2000), y Camino a la Perdición (Road to Perdition, 2003).