26 de febrer del 2018

Todo el Dinero del Mundo (All the Money in the World, 2017)


LA HISTORIA COMO GUIÓN 

Ante la lectura de un título como Todo el Dinero del Mundo (Ridley Scott, 2017), traducido literalmente del original, parecería que el espectador está invitado a ver la película para poder completar dicho sintagma nominal. Como si volviéramos a la infancia a acabar las frases jugando, a continuar la historia iniciada por otros. ¿Recuerdan? Viajes en tren, coche o autobús, eran el escenario perfecto para entretenerse, divertirse y desarrollar determinadas capacidades. Y sigue siendo así. Sin embargo, gracias a una infinidad de aparatos electrónicos, ahora podemos llevarnos el cine a todos esos lugares en tránsito. Y seguimos entreteniéndonos, divirtiéndonos y desarrollando capacidades… pero dejando a un lado los juegos verbales. Es una lástima y, paradójicamente, un motivo para celebrar. Muy propio del progreso, que a todos nos deja un sabor agridulce. Porque a menudo delegamos en terceros nuestra responsabilidad de educar, pero no es necesario todo el dinero del mundo para que el cine nos acompañe. 

Así que, si vamos a delegar, quizá mejor que sea en Sir Ridley Scott. Después de 80 años observando este mundo, unas 30 películas en su haber y grandes conocidas como Blade Runner, Thelma & Louise, Gladiator y la más reciente The Martian, bien se merece nuestro respeto y confianza. Además en el año 2017 ha aparecido con dos aportaciones más a su obra: una nueva entrega de la saga Alien (Covenant) y el film que hoy nos ocupa. Todo el Dinero del Mundo… y la historia de un secuestro. De uno verídico y muy sonado. El rapto en Italia durante el año 1973 del nieto de Jean Paul Getty, aparentemente, uno de los hombres más adinerados del momento. Motivo por el cual la mafia calabresa (la ’Ndrangheta) había fijado el rescate en 17 millones de dólares. Si Getty Sr. los pagó, es algo que descubrirán con la película. Eso, si no lo saben ya. Netflix nos lo recordó con Narcos, “history is the biggest spoiler". 

No obstante, Ridley Scott nos ofrece algo más que una simple interpretación de la historia. Claro que nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre el valor del dinero, la familia y la justicia. O, mejor dicho, sobre cómo el primer aspecto condiciona a los dos restantes. Pero la verdadera aportación de Todo el Dinero del Mundo reside en la figura de Jean Paul Getty y en el modo en que Scott nos acerca a él, reescribiendo los famosos acontecimientos y deteniéndose en los pequeños detalles para, poco a poco, conforme avanza la película, socavar el enigma que rodeaba al multimillonario. 
A medio camino entre la realidad de William Randolph Hearst y la ficción de Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941), Scott deconstruye a Getty y Jean Paul se hace visible. Aparece el hombre tras su fortuna. Y la fortuna tras el hombre, cómo no. A través de una serie de breves y elaboradas secuencias, repartidas minuciosamente a lo largo del film y rodadas por partida doble. Primero con Kevin Spacey y grandes dosis de maquillaje. Luego con el tiempo en contra y Christopher Plummer, quien según el mismo Scott “hizo que Getty fuera un animal aún más peligroso”. Es cierto, derroche económico a parte, Plummer se sale. Se le ve tan cómodo cómodo en la piel del magnate que nadie duda de su poder como magnate de la interpretación. Tal vez por eso consiga su segundo Oscar, nominado como está a mejor actor de reparto. Pero esa historia aún no está escrita…

No sería ningún problema para Ridley Scott y Todo el Dinero del Mundo, que secuencia tras secuencia nos permite viajar de lugar en lugar, cruzando asimismo las paredes del tiempo, de un modo magistral. Sobre todo al inicio del film, cuando la atracción formal empata con la claridad del discurso. El cineasta levanta una estructura temporal por capas, donde confluyen pasado, presente y futuro, y un sinfín de espacios. Nos conduce por semejante caos con su característico pulso, rítmico y preciso… Pero llegado a cierto punto nos abandona. El tiempo se vuelve lineal y, como Getty a su nieto, nos deja aguardando. 

A la película cadencia no le falta, duración tampoco. Si el viaje es largo, al menos nos mantendrá entretenidos. Y cuando la impaciencia del mundo moderno aflore a través de la incomodidad de la butaca, quizá valga la pena pensar cuántos meses duró el secuestro. Porque a veces es conveniente hipotecar el divertimento por la coherencia dramática. Generar intriga y dosificar la espera, en pos de una resolución final. La promesa en la que todo espectador quiere creer… Pero no se confundan, busquen bien. Olvídense del desenlace argumental. De nuevo policías y mafiosos grabados por igual. Como al Rosebud de Charles Foster Kane, es al minotauro de Getty a quien Ridley Scott prefiere apuntar. A la magia de las apariencias, que afectan tanto a las cosas como a las personas. Y a las películas. 

Menos mal que el hechizo del cine aún nos permite jugar…