COMO EN UN ESPEJO
Un artículo de Adriano Calero.
Vivimos en un tiempo que es continuamente un preámbulo del momento siguiente. Te despiertas pensando cuánto falta para empezar a trabajar y una vez allí cuentas las horas que te quedan para volver a casa. Se suceden los cómputos. El último, seguramente frente al móvil mientras programas la alarma… y vuelta a empezar. La rueda sigue girando. Por eso algunos repiten la locución latina carpe diem como si fuera un mantra, habiendo incluso quien se lo tatúa. Pero, horteradas a parte, nadie consigue frenar la vorágine en la que estamos inmersos. Los motivos son diversos y la publicidad los fortalece. ¿O puede que incluso los origine?
“Winter is coming” y el iPhone X también. La DUI, tal vez. Pero la 50 edición del Festival de Cine de Sitges, asimismo anticipado por la publicidad, ya está en marcha. Porque todo futuro llega en forma de presente. Una mañana te levantas y el cómputo ha llegado a cero. Mientras que aún perdura la necesidad de llenar el porvenir con nuevos sueños y anhelos. Porque podríamos llenar de nuevo el vacío del tiempo con un nuevo cálculo… Pero esta semana no es necesario. Nuestros deseos y miedos están en la pantalla. Y nosotros mirando, como en un espejo.
PORQUE TODA PELÍCULA TIENE UN FINAL
El reflejo de hoy nos sitúa ante The Endless (2017), el nuevo trabajo de Justin Benson y Aaron Moorhead. Dos creadores que se muestran siempre juntos, tanto en el escenario como en la gran pantalla… Eran las ocho y cuarto de la mañana en el Casino Prado de Sitges y allí estaban ellos dos presentando su película. Las luces se han apagado y allí seguían dando lugar a la misma. Su interpretación, comedida, creíble, admirable, pronto ha hecho que nos olvidáramos de su auténtico rol y entráramos en el juego de la ficción.
A medio camino entre White Bear, segundo capítulo de la segunda temporada de Black Mirror y Coherence (2013), premiada al mejor guión en Sitges, The Endless narra la peripecia de dos hermanos que, años después de su huida de la secta donde se habían criado, reciben una cinta de vídeo grabada (aparentemente) por una de las componentes de dicha secta. Una vida mediocre y carente de respuestas, llena de cómputos y días repetidos, les empujará a volver al espacio en el que un día vivieron. La insistencia de Aaron por permanecer y la actitud protectora de Justin, el hermano mayor, hará el resto… junto a un elenco de actores secundarios que arrojaran más dudas a las preguntas iniciales, pero suficientemente carismáticos para que el espectador también quede atrapado en ellas.
El problema, si es que se puede considerar como tal, viene de la mano del desenlace. El discurso inicial se vuelve confuso y se pierde en el enredo de sus propias cuestiones. De modo que, tan solo bajo el amparo de la ciencia ficción y las concesiones que dicho género implica, el espectador conseguirá saciar la intriga del thriller psicológico en el que estaba sumergido. ¿Fusión de géneros o atajo narrativo? Ambas opciones.
Sin embargo, hay en el tortuoso trayecto un sinfín de aciertos y buenas ideas. Desde los planos cenitales y contracenitales que recuerdan al diálogo espiritual que tienen las imágenes de El Renacido (The Revenant, 2015), hasta las numerosas y bien justificadas elipsis que subrayan la fractura temporal determinante en la película. Pasando por la circularidad explícita, no solo en el vuelo de los pájaros que acechan desde el cielo, sino en los movimientos que la cámara dibuja desde la superficie.
Si el peso del guión recae solamente sobre Justin Benson, la fotografía es responsabilidad y virtud de Moorhead (atentos al guiño en la primera secuencia de la película). Con una puesta en escena directa, sencilla y poco efectista, a pesar de los requisitos propios del género, la película propone un diálogo reiterado entre el found footage y la narración principal, que refuerza la autoconsciencia de los personajes, a la vez que abre nuevas brechas. Como la ruptura de un círculo que da paso a la espiral.
Porque a la primera cinta le suceden otras donde los protagonistas se reconocen así mismos como en un espejo, esta vez rallado, en el que es difícil reconocerse. Es más, como dos espejos enfrentados donde la multiplicidad se pierde en el infinito. Los personajes también. Y nosotros con ellos.