EL ARTE DE LA RESILIENCIA
Un artículo de Adriano Calero.
Nos lo han recordado hasta la saciedad: “Be water my friend”. Bruce Lee, una vez. Una infinidad de veces la publicidad. Sé agua. Fluye, adáptate, sobrevive. Pues todo cambia… Vivimos en un mundo precario, provisional, ansioso de novedades y, por lo tanto, agotador. Si te mantienes firme, eres dura y sólida, pierdes. Por desgaste. Como la roca en el mar que padece su derrota contra el agua. Así que, sé flexible. Pero, ¿qué significa serlo en una sociedad como la nuestra? En una sociedad líquida, que diría Zygmunt Bauman. Su visión es menos optimista que la del Maestro Lee (también, por eso, menos publicitada): “Ser flexible significa que no estés comprometido con nada para siempre, sino listo para cambiar la sintonía, la mente, en cualquier momento en el que sea requerido”. Para una situación de perpetua inestabilidad.
El protagonista de El Tercer Asesinato (Sandome no Satsujin, 2017) parece muy consciente de su mundo. Abogado de prestigio y de abolengo, tiene entre manos un caso de asesinato. Concretamente, la defensa del acusado. Un proceso inicialmente simple, debido a la aceptación de culpabilidad de su cliente, pero que se torna complejo frente a la aparente arbitrariedad del crimen. Conforme la trama avanza, dicha complejidad se verá reforzada por las diferentes verdades (o mentiras) de todas las personas implicadas. Una suerte de Rashomon actualizado que lleva al abogado protagonista a una búsqueda incansable de la verdad. Una búsqueda que, en cierto modo, no muere con la película. Sigue activa tras Rashomon y tras El Tercer Asesinato. Porque, efectivamente, la verdad también es líquida.
Sin embargo, Hirokazu Koreeda plantea la narración desde una única perspectiva. Con una puesta en escena sencilla y directa, consigue empatar la mirada del protagonista con la del espectador y le empuja a reflexionar con él. Casi le obliga. Utiliza el plano fijo y el montaje interior al plano como reflejo del pensamiento humano: la alteración en lo estático. Y las preguntas se suceden a un ritmo al que no nos tenía acostumbrados. Las verbaliza hasta el exceso y construye, de ese modo, un sólido punto de vista. Sin abusar del plano subjetivo ni de una innecesaria voz en off. Sino gracias al uso deliberado del diálogo y de una acertada composición.
Colores fríos, imagen casi acromática, para evocar la soledad, la angustia y el drama. Tampoco le habíamos visto incurrir en el género de un modo tan clásico. Es cierto que había recurrido al jidaigeki en Hana (2006) y al fantástico en Air Doll (2009), pero como necesario punto de partida para obras -con un carácter tan personal- que acaban por cuestionar al mismo género del que parten. Haciéndolo evolucionar o, simplemente, anulándolo. No es el caso de El Tercer Asesinato. Es un thriller judicial durante 124 minutos. Y durante los dos primeros actos, mucho más literario que cinematográfico. Más cercano al Koreeda de De Tal padre, Tal Hijo (Soshite Chichi ni Naru, 2003) que al de la multipremiada Nadie Sabe (Dare mo Shiranai, 2004). Más propio de un guionista que se abre paso en la dirección, hábilmente, que del propio Koreeda.
Pero todo principio tiene un final. Incluso uno abierto. A fin de cuentas, Koreeda es quien es y sabe muy bien hacia donde va (y nos quiere hacer llegar). Las preguntas continúan, las respuestas empiezan a ganar. Esta vez, gracias al lenguaje cinematográfico y la sutil expresión visual. “La palabra no lo es todo”, le dice el acusado a su abogado. Y le pide que le mire a los ojos, que lea su alma, colocando la palma de su mano en el cristal que les separa. La respuesta del otro no tarda en llegar y, con el mismo movimiento, la certeza de una conexión y cierta calidez. La comunicación silenciosa entre dos semejantes, ambos, bajo el yugo de la justicia.
Porque, ¿qué pasa cuando alguien decide ser sólido en un mundo líquido? Cuando no se quiere adaptar, ni fluir, ni disimular. Uno debiera ser agua para tomar la forma del continente, mas pudiera ser vasija y contener el agua en su ser. Así se desgaste con el tiempo, como la roca en el mar. Así se rompa en mil pedazos y pierda la forma adquirida. No importa. Hay arte para todo tipo de arreglos y sanaciones. Está el cine de Koreeda y el Kintsugi de sus compatriotas (técnica de origen japonés que revive piezas de cerámica fina con estéticas costuras de oro). Porque las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y de la humanidad también. Se pueden mostrar las grietas y poner de manifiesto su evolución, ofrecer las cicatrices y recordar la belleza de lo imperfecto…
Be vessel my friend