De la mano del director que hizo renacer Godzilla en 2014 de una forma espectacular, Gareth Edwards, y que se dio a conocer con la sorprendente Monsters en 2010, llega a nosotros la primera película independiente de Star Wars: Rogue One. Con independiente nos referimos al hecho de que no sigue la numeración por episodios que inició George Lucas en 1977, y que, a pesar de algún cameo muy bien medido, todos los personajes son nuevos. Lo que no es tan nuevo es la trama. En concreto, Rogue One gira en torno a esos héroes de la rebelión que se hicieron con los planos de la primera Estrella de la Muerte, que permitieron a Luke Skywalker destruirla durante la batalla de Yavin. Y es que, si lo miramos con frialdad, el argumento de esta película se articula en cómo conseguir unos planos que parecen imposibles de obtener, basados en el simple rumor de un diseñador militar del Imperio renegado que, supuestamente, ha introducido un fallo en la seguridad de la estación espacial.
Visto así queda más bien soso, sin embargo, lo que han hecho los guionistas, Chris Weitz, Tony Gilroy, John Knoll y Gary Whitta, es añadir el trasfondo necesario a todos los personajes para que empaticemos con ellos, cuando y cuidado spoiler, sabemos casi con total seguridad que todos acabarán muertos, ya que no aparecen en las películas posteriores. En este sentido, Rogue One nos cuenta la historia de una pequeña victoria, oculta en una gran derrota, que llevará a un gran triunfo.
Como no podía ser de otro modo en esta nueva etapa que Disney ha abierto para la saga galáctica, el reparto ha sido escogido con lupa para que, además de llamar la atención del público, se ponga a la altura de tantos personajes icónicos que ha dado al cine. Sin embargo, a duras penas llegan, y ahora me explicaré antes de que os echéis a mi yugular. Los personajes interpretados por Felicity Jones, Diego Luna, Alan Tudyk, Donnie Yen, Wen Jiang, Riz Ahmed y Mads Mikkelsen, aunque están muy bien construidos, y se les ha dado un fondo digno de los mejores, quedan rápidamente reducidos —por muy atractivos que sean para el público, sobre todo el monje jedi Chirrut Îmwe de Yen y el androide K-2SO de Tudyk— a la mitad cuando en pantalla aparecen personajes como Willhuff Tarkin, Leia, Darth Vader e, incluso, Mon Mothma o Bail Organa. En este sentido, cuando Ben Mendelsohn aparece como el director Krennic, el villano principal de la cinta, vemos a un digno rival de la crueldad de Tarkin, que no veíamos desde el Episodio IV, pero, cuando ambos están juntos en pantalla, Krennic se ve muy superado por Tarkin, y eso que no está interpretado por Peter Cushing. Y es justo aquí dónde reside una de las virtudes de Rogue One, en recuperar personajes. Mientras que Jimmy Smits y Genevieve O’Reilly retoman los personajes que interpretaron en las precuelas, para recrear a Tarkin y Leia se han utilizado otros medios. Gracias al CGI y la captura de movimientos faciales, los actores Guy Henry e Ingvild Deila han podido traer de vuelta a estos personajes. El caso de Tarkin es en el que más se ha trabajado, por ser un personaje secundario con mucho peso en el argumento, y, realmente, podemos llegar a creer que Cushing ha regresado para volver a ser Tarkin, tanto por el excelente trabajo digital, como por la acurada interpretación de Guy Henry que le da esa solemnidad solo al alcance de los grandes.
Finalmente, está el personaje de Saw Gerrera, interpretado por Forest Whitaker que, personalmente, es para darle de comer a parte, ya que no puede ser más innecesario para la trama, y en muchas ocasiones se nota que está puesto, simplemente, para adornar un poco más este universo galáctico.
Una de las virtudes de esta película hace referencia al hecho que, a medida que avanzamos en la historia, vamos sintiendo cómo nos acercamos a los hechos del Episodio IV, y es que, cuidado otro spoiler, la cinta termina minutos o, incluso, segundos antes del principio de Una Nueva Esperanza.
Otro de los elementos que destacan son los grandes planos que tan bien domina Gareth Edwards. Si en Godzilla conseguía darnos la sensación de estar bajo las patas de la criatura japonesa, en este caso es similar, ya que la grandiosidad de los escenarios y de la maquinaria imperial son transmitidos de tal forma que nos vemos sumergidos en los combates de una forma extremadamente real y vívida. Sin embargo, aunque como vemos tiene cosas buenas, una de las grandes ausencias son los Jedi y la Fuerza. En este sentido no haría falta una gran demostración, simplemente que nos hubieran dado un atisbo de que, aunque ocultos, los Jedi seguían ahí. El ejemplo más claro de esta sensación es el personaje interpretado por Donnie Yen. Durante toda la película está repitiendo un mantra sobre la Fuerza, mientras lleva un misterioso bastón, pero al final no sucede nada. Simplemente con que el bastón hubiera revelado la empuñadura de un sable, o que en un momento crucial del final, hubiera movido una palanquita con la Fuerza, hubiera sido suficiente para saber que el lado luminoso seguía ahí, a pesar del Imperio.
Personalmente, Rogue One me ha gustado. Al igual que me pasó con el Episodio VII, no me ha entusiasmado, pero la disfrutas mucho en el cine y, sin duda, acabará en mis estanterías, pero sigo creyendo que aunque con este nuevo plan Lucasfilm y Disney harán mucha caja, también se está perdiendo un poco la filosofía que tenía el Universo Star Wars, en el que unas pocas películas daban material suficiente para hacer correr la imaginación de miles de personas que la plasmaban en cómics, novelas y fan fictions. Ahora parecen obcecados en rellenar esos huecos en los que tanto nos gustaba preguntarnos: «¿Y que pasó entre el Episodio III y el IV?». Sin embargo, esperemos que sigan los planes establecidos, y dentro de un par de años se anuncie Rogue Two resucitando a la mitad de los personajes… ¡Ups! Otro spoiler.