13 de desembre del 2016

Animales Nocturnos (Nocturnal Animals)


Un artículo de Juan Pais.

Suele esperarse con expectación la segunda película de un director cuya ópera prima ha sido bien recibida. De ella depende la confirmación de la capacidad de ese realizador o la decepción que evidenciaría que no es un talento sostenible y la previsión de que su carrera será cuando menos irregular. En la historia del cine abundan directores que fueron one hit wonders, y muchos críticos sospechaban que Tom Ford podía ser uno de ellos.

Cuando se anunció el rodaje de la segunda película del antaño director creativo de Gucci, Animales Nocturnos, muchos esperaban ansiosos su estreno, habida cuenta del óptimo recibimiento de su debut, Un Hombre Soltero (A Single Man, 2009). Al provenir Ford del mundo de la moda hubo cierto recelo hacia él, considerándosele un intruso en el mundo del cine; se atribuían los buenos resultados al talento de sus colaboradores y a la sólida base dramática que constituía la novela de Christopher Isherwood que adaptaba.

Y es ahora cuando llega Animales Nocturnos, siete años después. ¿Es una buena película? Sí, sí que lo es, incluso es mejor que Un Hombre Soltero. Los admiradores del Ford cineasta pueden estar contentos. Nuevamente ha propuesto una película elegante y sensible que retrata el infortunio y la frustración de una persona destruida.

Animales Nocturnos arranca cuando Susan, prestigiosa galerista de arte, recibe el manuscrito de una novela escrita por su ex marido, Edward; comienza a leerla, sintiéndose enseguida atrapada por una historia que se presenta idílica (una familia comienza sus vacaciones) y que no tardará en tornarse en angustiosa (son asaltados por unos gamberros en una solitaria carretera). Sin embargo, el personaje de Amy Adams no es un lector cualquiera: ella estuvo casada con el autor - a quien confiesa haber hecho daño en el pasado – y según va leyendo se da cuenta de que aunque los hechos que Edward narra son ficción, las emociones que plasma en las páginas del libro son reales y su relación con Susan es la causante de ellas.


Contar una historia dentro de otra es una tarea difícil, sólo es accesible a los buenos narradores. Ford demuestra que lo es, consiguiendo que no sólo Susan se sumerja en la lectura de la novela sino que el público se involucre totalmente en la película. El hecho de que alterne distintos géneros y tonos – del drama existencialista al thriller dramático –, y ambos brillantemente, subraya el eclecticismo y soltura de su director. Tom Ford es un ameno y entretenido narrador, tal vez la principal virtud que ha de tener un director de cine.

Parte del recelo que se sentía – y se sigue sintiendo, las críticas no son unánimamente positivas y para muchos aún no ha demostrado ser un buen cineasta – hacia Ford proviene de la creencia prejuiciosa de que su cine es principalmente esteticista y que prioriza el preciosismo y la imagen a la sustancia y la profundidad. Eso es rotundamente falso. Sí que hay momentos (por ejemplo, el desnudo de la hija de Susan y su novio cuando reciben la llamada telefónica de aquélla) que pueden ser innecesariamente preciosistas, pero por lo demás es una película que ilustra con gusto y refinamiento una intensa historia de dolor, culpa, remordimiento y venganza que parte de una novela de Austin Wright. No estamos ante una película vacía e insustancial, nada de eso.


Amy Adams está estupenda como Susan, una mujer insatisfecha y deprimida pese a su estabilidad económica. Amy es una de las más grandes actrices de su generación y es una habitual en las listas de oscarizables de los últimos años. Su trabajo en esta película es sobresaliente, dando vida a Susan en dos etapas muy distintas de la vida de ese personaje: la joven estudiante idealista y la gélida y dolorida mujer en que se convierte en su madurez. Jake Gyllenhaal hace un esforzado trabajo dando vida a Edward y a Tony, protagonista de su novela, aunque a veces se muestra un tanto histriónico. Junto a ellos el siempre inquietante Michael Shannon, el aquí beau tenebraux Aaron Taylor Johnson y el pujante Armie Hammer, estando éste un tanto desaprovechado y su personaje (el acomodado médico con el que está casada en la actualidad Susan) desdibujado.

En definitiva, nos encontramos ante una película que es fundamentalmente un implacable y desgarrado diálogo entre el personaje de Susan y el de Edward – eso es la literatura esencialmente: un diálogo entre autor y lector - y partiendo de él nos propone una lúcida reflexión sobre la ficción, apuntando al dolor como intenso y obsesivo motor creativo.

Ojalá no haya que esperar otros siete años para una nueva película de Tom Ford.