8 d’octubre del 2016

Sitges 2016: Pistoletazo de salida

Un artículo de Adriano Calero.

Sí, señoras (y señores), están bien informados. Quizá algo expectantes, también. No es para menos. Hoy ha empezado la 49 edición del Festival Internacional de Cine Fantástico de Catalunya. O como se le conoce en casa, el Festival de Cine de Sitges. ¿Economía del lenguaje tal vez? Por supuesto. Porque ni se obvia su contenido fantástico, ni su repercusión internacional. Es más, hubo una época en que al fantástico le acompañaba el terror. Y durante algunos años ni el uno ni el otro.



















Sin embargo, desaparezca o no de los titulares, la memoria colectiva no perdona y a nadie se le pasa por alto el protagonismo que tiene el género en dicho festival. De hecho, el tándem cine y Sitges funciona ya como una marca de renombre, como inductor de un imaginario que anhela ser rebasado. Y de qué manera…

A las 8:15h de la mañana se ha escuchado el ansiado pistoletazo de salida: The Tiger de Park Hoon-Jung (Corea del Sur, 2016) como primera proyección del día y (disculpen la insistencia) del festival. Una película que enfrenta a un gigantesco tigre de Amur, el Sr. de la Montaña, con un cazador furtivo al que da vida un gigante de la interpretación como es Choi Min-Sik. Todo ello a través de las montañas nevadas de una inhóspita Corea ocupada por el Imperio de Japón, ya que es el año 1925 el que transcurre en la ficción. He aquí la clave del relato… En apariencia, tan solo la narración épica de dos fuerzas en lucha: el bien y el mal, el hombre y la naturaleza, la vida y la muerte. Algo así como El Renacido (The Revenant, 2015) que toda nación guarda entre sus secretos y que no todos los directores se atreven a contar.


No obstante, Park lo hace de un modo mucho más sobrio. A pesar de que la exuberancia de los paisajes pueda ser parecida, en The Tiger la cámara se mueve lo justo y necesario, mientras se saca provecho del montaje interior al plano. Por suerte, el lenguaje cinematográfico ofrece mucho más que travellings.

Asimismo, dicha dicotomía viene representada por una sabia elección del espacio y del modo en que es mostrado. A destacar la predominancia de las formas verticales como sinónimo de vida (los árboles desnudos que se pierden en su escalada hacia el cielo, el vacío que asoma ante cada montaña escarpada, el conjunto de las tropas japonesas que, mientras siguen con vida, avanzan manteniendo el rifle bien alto… aunque sea la desolación lo que dejan a su paso) frente a la transversalidad de otros elementos que insisten en recordar la inminencia de la muerte (el arma que se dirige a la víctima, el felino que se desplaza sigilosamente, la intensa nevada que, impelida por el viento, parece atravesar los cuerpos que encuentra a su paso, los cuerpos finalmente sin vida que yacen sobre la nieve… aunque en algunos casos emanen una paz que en vida no tenían). Porque, como el verde y el rojo que lucen los militares japoneses en su traje, los elementos contrarios son complementarios. El tigre y el cazador, el bien y el mal. ¿Les recuerda al Yin-yang? No es de extrañar que en la bandera coreana sea el claro protagonista.


Sin embargo, la bandera japonesa permite otra analogía y es de nuevo a partir del espacio que se puede explicar. Tras una de las batallas definitivas, la cámara decide mostrar las rojas manchas de sangre que se suceden sobre la nieve blanquecina, dibujando a su paso innumerables banderas niponas. Es suelo coreano, o al menos lo era hasta que las fuerzas japonesas se apoderaron de él, orquestando una guerra que nunca acabarán. En cierto modo, Park viene a recordarnos que no es el sol naciente el que se deja ver sobre la tela blanca, sino la sangre de los pueblos oprimidos y enfrentados a lo largo de la historia. Aunque sea solo a modo de apunte, la crítica está servida.


Lástima que dicha sutileza moral se vea empañada, en algunos momentos, por una banda sonora que pretende subrayar cada emoción ofrecida, o por unos fallidos flashbacks que se dedican a explicar aquel significado que sabiamente se desprende de la trama. Más aún cuando decisiones de índole tan convencional, se conjugan con otras tan arriesgadas como establecer el punto de vista en el propio tigre, así sea en dos secuencias contadas, para defender la teoría que aquí se ha explicado: que cazador y tigre son uno mismo. Bien es cierto que semejante determinación tiene más del cuervo de tres ojos a través del cual puede ver Max von Sydow (en la serie Juego de Tronos y Gran Premio Honorífico en este Sitges 2016) que al capricho de Peter Jackson en El Señor de los Anillos cuando aniquila al espectador convirtiéndole en una flecha. Pero como dice otro de los personajes de The Tiger antes de exhalar un último suspiro: “que un cazador muera cazando, no tiene importancia” y que un director falle arriesgando, tampoco.

De este modo, a base de aciertos y errores, riesgos y comodidades, pero mucha diversión, ha proseguido una jornada sobre la cual aún hay mucho que decir. Principalmente, en relación a la Gala de inauguración, el inicio oficial de este Festival. El cual se ha hecho esperar unas 30 películas más, con sus respectivas presentaciones y carreras entre salas, entrevistas, colas infinitas, críticas adaptadas a todos los medios (la charla post-film como crítica estrella) y mucho aplauso y poco abucheo. Porque el público de este festival aplaude incluso para rechazar. La exquisita teatralización del veredicto de Cannes aquí no se verá… ni se escuchará. Al público de Sitges no se le exige vestir smoking ni traje largo para disfrutar del buen cine, como tampoco debe formular su opinión durante los títulos de crédito con una versión renovada del verso pollice. En el Festival de Cine de Sitges los aplausos surgen de una manera espontánea, a veces incluso antes de tiempo, motivados por la aparición en pantalla de un nombre conocido o fruto de la excitación que genera lo desconocido. Pero siempre fruto de un placer personal y, por qué no decirlo, de una transgresión cinéfila que nos ha acabado de perfilar. Porque en el Festival de Sitges la ficción reside en la pantalla. Porque, señores (y señoras), esto no ha hecho más que empezar.