Un artículo de Adriano Calero.
“FEELING TIRED? FEELING DOWN?
THE SOLUTION TO YOUR PROBLEMS ISN’T GOING OUT OF TOWN”
Resulta descabellado, a estas alturas de la película, llamar sueño americano a la suerte de falsas promesas que los Estados Unidos llevan décadas pronunciando. Por infinidad de motivos, como la inexactitud del término sueño (que aparenta excluir la posible pesadilla que también comprende) o el ya más que aceptado equívoco americano, en el cual la realidad continental es desdibujada en pos de unos límites meramente estadounidenses. Paradójicamente, muchos de los ciudadanos nacidos en dichos límites siguen siendo objeto de una mayor precisión a la hora de establecer sus orígenes: sudamericanos, centroamericanos, afroamericanos, italoamericanos… Sin importar el número de generaciones que hayan pasado por el mismo techo. Será que, como nunca fue cierta esa igualdad de oportunidades y libertades que sugiere la expresión, recurrir a la metonimia americana en Estados Unidos no sea ya tan descabellado. ¿Qué queda del sueño entonces?
Larry de Cecco.
El protagonista de Callback (2016), la nueva película de Carles Torras, es un joven que, sin aparentarlo, se gana la vida como transportista y lucha, sin éxito, para convertirse en actor. De teatro, de películas, de anuncios publicitarios… Qué más da. Larry ya es un actor. Su verdadero nombre es otro. Su identidad, también. Su procedencia, un recuerdo que olvidar. Su acento, un defecto que maquillar. Para concursar en el American Dream, Larry ha aceptado ser Larry. A cualquier precio. En su mente, hasta el más descabellado asesinato se sostiene sobre la épica de un ansiado romance. Ya lo dice el refrán: “El camino hacia el infierno está lleno de buenas intenciones”. Por eso, lucha. Lucha en la tierra de las oportunidades para conseguir lo que es suyo. Aquello que le pertenece. Sin importar cuántos sueños ajenos deba vampirizar para su gran cometido.
A medio camino entre el thriller y la comedia negra, Carles Torras nos devuelve la postal de Nueva York rota y sin filtros. Es cierto, de un modo en el que otros cineastas ya nos la habían mostrado. Las referencias a Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) y American Psycho (Mary Harron, 2000) son evidentes. No tan solo por lo que tienen en común sus personajes, sino por lo protagónico del espacio que habitan: principio y fin de su alienación. Sin embargo, hay en la sensibilidad de Carles Torras una lucidez particular, virtud del extranjero que (como diría Mizoguchi) ha aprendido a “lavarse los ojos después de cada mirada” y aún es capaz de reaccionar ante cada bandera (con barras y estrellada) que cuelga de la ventana, decora un vagón de metro o sirve incluso para dotar de identidad a quien la ha perdido (sea el muerto un héroe de la nación, o no). Porque pueden coexistir un sinfín de historias en la misma bandera y múltiples semejanzas en una película de identidad propia.
Asimismo, siendo Callback una obra de menor presupuesto (y precisamente gracias a ello), compite en una liga distinta de la que sale justamente victoriosa. Hasta el momento, Premio del Jurado en el Festival de Cine de Bruselas y, en el de Málaga, Premio a la mejor película, mejor guión y mejor actor. Premios claramente repartidos entre sus dos protagonistas, uno director y otro actor, ambos guionistas. El ya conocido Carles Torras y el bienvenido Martín Bacigalupo, actor chileno que da vida al personaje de Larry, quien traslada a la ficción parte de su experiencia vital como actor latino afincado en Nueva York. He aquí parte de la solidez de una obra que le debe a la elección de los aspectos técnicos la otra parte de responsabilidad.
Por un lado, su baja factura se manifiesta en pantalla con una sobria puesta en escena que, junto a la gran capacidad actoral del elenco artístico, impacta en el espectador como un documento de total veracidad. Sabiendo rentabilizar el uso del plano fijo, como reflejo del estatismo de un personaje, que no consigue avanzar en un mundo engañosamente móvil. O gracias a la adecuación del fuera de campo, ya sea como síntoma de una cámara moral que sabe sugerir antes que mostrar, pero sobretodo como representación de una realidad paralela: imperceptible, anhelada e irreal, hacia la que Larry se ve progresivamente abocado.
El otro acierto en los aspectos técnicos de Callback reside en la banda sonora, precisamente, por la falta de música que la caracteriza. Y es que la realidad de Larry no se puede maquillar… Su soledad no entiende de melodías para el relax. Por el contrario, en el hogar los objetos resuenan con el eco propio de la ausencia. En la calle, el tráfico ruge como el más fiero animal. En la iglesia, el discurso del predicador roza el imperativo y se confunde con el del presidente de la nación. Mientras que en la mente de Larry los eslóganes publicitarios se suceden formando un sólido monólogo interior. El discurso capitalista que Larry debe ensayar, ora frente al espejo ora en off, pero que todos representamos a la perfección.
De cómo evoluciona dicho monólogo hasta la cacofonía, algo podremos aprender. Porque Larry no es el único y Carles Torras nos lo recordará. A los Estados Unidos se puede llegar con una identidad y, por supuesto, con un gran sueño. La primera se pierde, en muchos casos, cuando caduca el visado. La que se gana y sobre todo se compra, sirve para permanecer y trabajar, pero nunca para volver atrás. No importa, la inercia del sueño no lo hace notar. Al principio… Pero el día en que el futuro llega en forma de presente y, con su nueva apariencia, la desdicha y la falta de oportunidades como desayuno habitual, Larry de Cecco resulta mucho más fácil de comprender. Porque Larry es Larry.
Y nosotros también.