La trayectoria vital de Jesse Owens tuvo su momento culminante en los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín. Su actuación atlética estelar generó un impacto que resonó a nivel social y político debido al entorno histórico y geoestratégico del momento.
Nacido el 12 de septiembre de 1913 en Oakville (Alabama), James Cleveland Owens vivió una infancia repleta de privaciones dentro de una humilde familia numerosa. Su padre, Henry Owens, era aparcero y la familia disponía de escasos recursos. De niño superó enfermedades graves, aunque este entorno precario que compartía con su familia le espoleó para recobrarse sobre la idea del esfuerzo y el trabajo duro. Aprendió a leer y escribir con muchas dificultades, llegando a caminar más de diez kilómetros diarios para acudir a una rudimentaria escuela. Por la tarde, volvía a casa y ayudaba a sus padres en las tareas de labranza. Como ocurrió con muchas familias afroamericanas del sur de Estados Unidos, la emigración al norte industrial era un paso imprescindible en la búsqueda de mejores condiciones de vida y trabajo. La familia Owens se trasladó a Cleveland (Ohio) donde las leyes segregacionistas no eran tan fuertes y había muchas más oportunidades laborales.
A finales de 1923, la familia ya estaba asentada en Cleveland. El futuro héroe olímpico empezó a ser conocido por el nombre de Jesse debido al error cometido por un profesor del Bolton Elementary School. Al profesor le pareció entender que su nombre era Jesse y así le inscribió. En 1927, ya en la Fairmount Junior High School, Jesse conoce a Minnie Ruth Solomon, con la que contraería matrimonio en 1930 tras recorrer varios estados en busca de un pastor que aceptara casar a una pareja tan joven. El recorrido acabó en una pequeña iglesia de Pennsylvania.
En esa misma época, Jesse conoce también a una figura sin la cual no se entendería su evolución posterior: el entrenador Charles Riley. Owens seguía estando muy frágil y conmovió a un hombre honrado y comprensivo que además era el responsable deportivo en la Fairmount y también en la East Technical High School. Preocupado por la debilidad de Owens, el entrenador le traía comida cada mañana y le invitaba a cenar con su familia casi cada noche. Le recomendó aumentar su energía a través del ejercicio físico y no tardó en apreciar que, con la debida alimentación, Jesse podía ser un portento atlético. Al finalizar su etapa en el instituto, ya era uno de los mejores corredores del país. A los 15 años ya corría los 100 metros en 11 segundos. Una evolución que acreditó al liderar a su equipo colegial.
Entre 1931 y 1933, ganaron los torneos estatales y en el campeonato interescolar de 1933 en Chicago, Owens igualó el récord del mundo en las 100 yardas con un tiempo de 9,4 segundos. Además, ganó la prueba de las 220 yardas y el salto de longitud. Con estas credenciales, varias universidades quisieron contar con sus servicios. No obstante, prefirió quedarse cerca de casa ingresando en la Ohio State University. No estaban instituidas las becas atléticas así que pagó sus estudios trabajando de ascensorista y prometiendo triunfos deportivos. Vivía en un apartamento fuera del campus debido a la política de segregación, pero ninguna de estas consideraciones rompía su voluntad de acero. Se adaptaba constantemente mientras perseveraba en su ideal de mejora constante. El 25 de mayo de 1935, en el marco del Big Ten Championship en Ann Arbor (Michigan), llegó uno de los momentos culminantes de su trayectoria deportiva puesto que, en 45 minutos, fue capaz de igualar el récord mundial de las 100 yardas y establecer nuevas marcas mundiales en 220 yardas, salto de longitud y 220 yardas vallas. La que fue catalogada como la mejor actuación atlética de la historia estuvo a punto de no producirse ya que Jesse superó una lesión de espalda sólo un día antes de competir.
El horizonte estaba puesto ahora en los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín. Eran muchos los colectivos que defendían el boicot de los Estados Unidos a unos Juegos que definían como una plataforma de propaganda institucionalizada para el régimen autoritario, racista y antisemita de Adolf Hitler. Sin embargo, el presidente del comité olímpico norteamericano, Avery Brundage, comprobó sobre el terreno que los atletas judíos eran bien tratados en las competiciones previas y abogó en defensa de participar. Muchos editores de periódicos y grupos antinazis liderados por el Juez Jeremiah Mahoney, presidente de la Amateur Athletic Union (AAU), se oponían radicalmente, pero la fuerte determinación de Brundage no iba a quebrarse. Se reunió con miembros destacados de la AAU y les persuadió de la necesidad de hacer patente el potencial deportivo americano en las mismas fauces de Hitler. Los atletas afroamericanos podían dar más de un disgusto a los mandatarios nazis, firmes defensores de la supuesta supremacía Aria. La votación final en la AAU arrojó un estrecho resultado favorable a la participación y así fue como Estados Unidos presentó un equipo integrado por 312 miembros, de los cuales 18 eran afroamericanos.
En los trials celebrados el 11 de julio en Nueva York, Jesse Owens consiguió la victoria en las pruebas de 100 metros, 200 metros y salto de longitud. Se convertía en la punta de lanza de un equipo atlético que viajaría al corazón de una potencia que estaba convirtiendo la intolerancia en valor social. No era consciente aún de que, en América, se le iba a utilizar como arma para desacreditar el dogmatismo nazi entorno a la superioridad Aria. Combatiría la ideología nazi desde el deporte y los medios de comunicación se harían eco de ello de forma especial.
Sin embargo, lo que los atletas encontraron en Berlín fue una gran hospitalidad puesto que el régimen, en ese momento, quería enseñar al mundo su compromiso con el progreso y la concordia. El público alemán era cálido y receptivo respecto a los atletas negros. Aún mantenían una cierta distancia emocional respecto a los discursos oficiales. Incluso llegaron a mostrar un enorme entusiasmo con las brillantes actuaciones de Owens. El 3 de agosto empezó a construirse el mito cuando Jesse ganó la final de los 100 metros con un tiempo de 10,3 segundos, igualando el récord mundial. Un día después, se imponía en el salto de longitud derrotando al alemán, Luz Long, con una marca de 8,06 metros que suponía un nuevo récord olímpico. Long quedó segundo y lo felicitó efusivamente alzando su brazo ante el público extasiado del Reichsportsfeld Stadium. El 5 de agosto, a pesar del fuerte viento en contra, Owens bate el récord olímpico en los 200 metros con una marca de 20,7 segundos. Con tres medallas de oro en tres días, su gloriosa actuación pasaba a los anales de la élite olímpica.
Su participación en los Juegos había terminado pero un incidente le volvió a llevar a la pista. En la final de los relevos 4x100, el entrenador del equipo americano, Lawson Robertson, y su ayudante, Dean Cromwell, decidieron sustituir a los atletas judíos Sam Stoller y Marty Glickman y dar entrada a Jesse Owens y Ralph Metcalfe, ambos afroamericanos. En la mañana del 9 de agosto, Robertson reunió a sus hombres y les comunicó que los alemanes habían reservado a sus mejores esprínteres para ganar la prueba. Por consiguiente, Owens y Metcalfe debían entrar para asegurar la victoria. Stoller y Glickman reaccionaron airadamente y afirmaron ante la prensa que habían sido excluidos por su condición de judíos. Stoller anunció incluso su retirada deportiva, algo que finalmente no cumplió. Sin embargo, Robertson siempre defendió que la decisión era puramente deportiva y que nadie le había presionado para tomar esa elección. La prensa se centró en Brundage, especulando sobre su posible influencia en el incidente, aunque nunca se pudo confirmar dicha hipótesis. El equipo finalmente formado por Owens, Metcalfe, Foy Draper y Frank Wykoff logró la medalla de oro estableciendo un nuevo récord del mundo con un tiempo de 39,8 segundos. Fue el primer equipo que logró bajar de los 40 segundos en esta prueba de relevos.
La cineasta favorita del régimen, Leni Riefenstahl, inmortalizó la gestualidad y la fuerza de los atletas en su documental Olympia mientras Hitler decidió no saludar personalmente a ninguno de los atletas negros que consiguieron medallas. Tras una de sus victorias, Owens pasó cerca del palco de Hitler mientras iba a atender a la prensa. Se dice que el Führer le saludó desde la distancia y Owens le devolvió el ademán. No hubo nada más.
Jeremy Schapp, escritor e historiador deportivo, afirma lo siguiente: “Owens era un auténtico revolucionario, luchando contra el régimen más brutal jamás conocido, avergonzando a Hitler sencillamente siendo el mejor”. Las palabras de este estudioso de la figura de Owens reflejan que gran parte del aura del atleta se construyó con posterioridad, atribuyéndole un significado que él mismo no podía imaginar.
No obstante, aunque había servido como símbolo de respuesta al racismo nazi, sus logros tuvieron poco impacto sobre la filosofía de supremacía blanca presente en el sur de los Estados Unidos. La segregación estaba fuertemente establecida y tardaría varias décadas en ser derribada. Un ejemplo de ello muy gráfico ocurrió después de su gran desfile público en las calles de Nueva York. Tras recibir un baño de masas que después se repetiría en Cleveland, Owens no pudo subir a la habitación del hotel por el ascensor principal ya que estaba reservado a los blancos. Tuvo que utilizar el ascensor de servicio. Después de toda la crítica mediática a la ignorancia de Hitler regresaba a un país en el que no podía subir al autobús por la puerta delantera.
Sin embargo, su impacto no fue desdeñable. Sus medallas mostraron al mundo blanco del sur lo que se podía conseguir cuando un afroamericano podía competir, de igual a igual, con sus coetáneos. Fue un alegato en defensa de la igualdad de oportunidades. El sur recibió el mensaje y aunque siguió resistiéndose, fue el inicio de un cambio irreversible. Owens demostró ser capaz de trascender a la raza para convertirse en un personaje influyente, con capital social. Junto a Joe Louis, se convirtieron en símbolos para la comunidad afroamericana y sus proezas influyeron en un cambio de mentalidad en el resto del país.
Jesse Owens se había forjado sin odio racial, a pesar de tener que vivir bajo las limitaciones de la segregación. Bajo el amparo de un entrenador blanco como Charles Riley, aprendió los valores de respeto interracial. El entrenador supo transmitirle que el color de la piel no determinaba si una persona era amiga o enemiga. Su influencia le alejó de los prejuicios de la época y le convirtió en un hombre que sería capaz de sobreponerse a cualquier dificultad. Owens apostó por una filosofía fuertemente individualista, alejada de la voz oficial de la comunidad afroamericana. Este hecho fue particularmente importante en las décadas posteriores.