John Huston tiene propiedades animales. Ha sido actor, periodista, boxeador, novelista y teniente de caballería. Sus profesiones han mutado como la piel de un camaleón. Su ímpetu y vitalidad lo han llevado a luchar en la Revolución mexicana, a filmar reportajes bajo fuego alemán en la Segunda Guerra Mundial, a movilizar Hollywood contra la paranoica “Caza de brujas” de McCarthy y a dirigir más de treinta películas con la misma decisión con la que un depredador hinca los dientes en su presa. En 1941 inventó el cine negro con El Halcón Maltés (The Maltese Falcon). Desde entonces, ha firmado siete obras maestras, ha levantado dos Oscar y ha vivido con “una colegiala, una dama, una bailarina, una actriz y un cocodrilo”. Ahora, a sus 81 años, se encuentra en Dublín, realizando su última aportación al cine. Y no es la última por decisión propia. Una enfermedad pulmonar consume su cuerpo. Pero Huston no se rinde. Su perseverancia sigue intacta. Como la de un elefante moribundo que avanza hacia el cementerio donde yacen sus antepasados. El aventurero que una vez se fue hasta al Congo a filmar ha hecho caso omiso a los médicos para vivir, por última vez, como se vive en sus películas: con pasión y vigor. El relato que adapta es “Dublineses”, de James Joyce, una historia nostálgica sobre la muerte. La única capaz de cortar la pasión de un director. La libertad de un hombre. El movimiento de un animal.
Los ojos nunca mienten, me digo a mí mismo cuando una mujer de ojos vidriosos y sonrisa postiza me abre la puerta trasera de una mansión, en las afueras de Dublín. Es Anjelica Huston. Me dice que están muy atareados y que dispongo de poco tiempo para entrevistar a su padre. Me conduce por un estrecho pasillo que da a una inmensa sala repleta de instrumentos audiovisuales. Un sinfín de cables serpentean por el suelo. Hay varios focos y cajas voluminosas con los distintivos de Vestron Pictures y Delta Film. Miembros de un equipo de producción caminan de un lugar a otro y se dan órdenes. Todos se mueven, menos uno, John Huston. Está arrinconado al fondo de la sala. Postrado en una silla de ruedas. De su brazo derecho sale un tubo que termina en una bolsa de suero. Cercana a su cuello cuelga una máscara de oxígeno. Nunca olvidaré su cara. Es un rostro imponente, de textura abrupta, lleno de pliegues formados a lo largo de una vida que desembocan en una mirada felina. Me observa desafiante. Como un leopardo herido. Su hija se le acerca, le susurra al oído y una leve sonrisa se dibuja en su rostro. Se ha acordado de nuestra última partida de póquer y de la promesa que me hizo. Levanta el brazo. Me hace un gesto. La señal que he estado esperando todos estos años.
¿Qué le da miedo?
Recordar.
¿Su vida no está llena de vigor y pasión?
También de imágenes que no puedo olvidar.
Se refiere a su experiencia como documentalista bélico, si no me equivoco
En parte… Cuando me alisté al frente, hace más de 40 años, me dieron una cámara y me enviaron a grabar conflictos armados. Fue muy duro. San Pietro era un infierno. Perdí a varios compañeros en aquél maldito pueblo italiano.
¿Conserva el material que filmó?
Desde hace poco. Una vez realizado, entregué al ejército la película The battle of San Pietro. Más tarde, Let there be Light, que versa sobre el tratamiento psiquiátrico que recibe un grupo de ex soldados en un centro mental de Long Island. Son buenos documentales. El problema, como siempre, vino de arriba. Me los confiscaron por ser desmoralizantes y no fue hasta 1979 cuando recibí unas versiones recortadas del contenido original y pude dar a conocer lo poco que queda de todo aquello.
¿Qué recuerda?
Rabia, llantos, gritos de agonía… La mano inmóvil de una mujer sepultada por escombros urbanos. Sobrevolar una zona de peligro, a bordo de un B-24, grabando por encima del hombro de Stuart, el artillero que me acompañaba; hacer una panorámica para filmar unos hangares, girarme y ver que Stuart no está. Lo habían abatido y yacía a mis pies. Había sangre por todas partes.
¿Cómo reaccionó?
Dejé la cámara y me puse a disparar.
…
Fui allí a fotografiar. El miedo me gobernó en aquel instante y sin darme cuenta estaba abriendo fuego por doquier. Fue un momento de gran tensión. Antes de la guerra, cogía la cámara de fotos para retratar eventos deportivos, paisajes, corridas de toros… Desde lo del B-24, no la he vuelto a tocar.
Marcado por el horror
Conozco el horror desde los 10 años. De pequeño, los médicos me diagnosticaron nefritis crónica y dijeron que me quedaba poco tiempo de vida. La sombra de la muerte se proyectó sobre mí durante dos primaveras, hasta que un doctor de Phoenix dijo que me estaba muriendo de desnutrición y, rápidamente, mi madre empezó a engordarme.
No ha tenido una vida fácil. Quizá por esto ha hecho películas de hombres marcados por el fatalismo.
¡Pero también son vitalistas y decididos! Lo que pregunta es tarea de analíticos. Yo filmo para inmortalizar la realidad o contar historias que me gustan. Ignoro si hay una constante que atraviesa mi filmografía y no sé qué significa ese “perdedor hustoniano” que tanto predican las revistas de cine y si tiene o no que ver con mi propia vida. Repetiré lo que dije a Greensberg hace años: Cuando adapto novelas, no me interesan las historias de triunfadores. En este mundo hay más fracasados que hombres realizados.
¿Cómo está tan seguro?
La vida nunca es como en el cine patriótico y heroico que nos muestra Hollywood. Para mí, estas películas son dilataciones de un momento eufórico que todos hemos sentido en algún momento.
Explíqueme el suyo
El nacimiento de Anjelica. Fue el momento más feliz de mi vida. El de Danny, también. Son instantes en los que te sientes capaz de tumbar una pared con tus propias manos. Pero algo cambió a partir de ese momento. Dejé de sentirme como un león que puede hacer lo que quiere y cuando quiere. Mi vida pedía a gritos orden y cabeza.
¿Sintió que perdía algo cuando nació su hija?
Todos perdemos algo a lo largo de nuestra vida. Yo adquirí fama de egoísta durante mi juventud. Lo corrobora Katharine Hepburn cada vez que habla sobre el rodaje de La reina de Africa, mis borracheras, mi solipsismo y mis ideas descabelladas. Como cubrir la espalda de Humphrey Bogart con sanguijuelas de verdad. Me iba a cazar y dejaba plantado a todo el equipo en medio de África. También bebía en exceso y apostaba sin parar. Cuando llegó Anjelica traté de serenarme. Una parte de mí desapareció, pero me vino bien perderla. La vida no es como en la selva.
¿Qué quiere decir?
Siempre he tendido al exceso. Y esto acaba pasando factura. Me lo recuerdan mi hígado y mis pulmones a cada segundo que pasa. Hace años, cuando empecé a engendrar una familia, tuve que ordenar mi vida. No lo conseguí del todo, pero me siento afortunado de haber criado cachorros.
Su filmografía es prolífica. ¿Qué película le gusta más?
Annie.
¿Ese mero musical que hizo por encargo…?
Desde luego que no. Sólo bromeaba… Annie, al igual que Casino Royale y Evasión o victoria son películas que fabriqué para echar un cable a un amigo (Ray Stark) o financiar filmes personales. La película que mejor me ha quedado es Reflejos en un ojo dorado, algunas secuencias de La Biblia que me costaron mucho y fragmentos de Freud, pasión secreta, donde pude trabajar con Jean-Paul Sartre y Montgomery Clift, que nos brindó una actuación inmensa.
Sólo ha citado obras menores…
Las grandes historias son para grandes soñadores que disfrutan ante la pantalla. Para mí una película es mucho más que eso, es el esfuerzo que he dedicado, es un cúmulo de experiencias y anécdotas. El cine es mucho más que ver, aplaudir y analizar… A Paseo por el amor y la muerte, por ejemplo, le tengo un cariño tremendo.
¿Por qué?
Es un drama romántico ambientado en esa época tan poética: la edad media. En este film, tuve la oportunidad de trabajar con mi propia hija. Era muy joven y su interpretación no fue nada del otro mundo, pero me reconfortó poder hacer lo que más me gusta con la familia tan cerca. No ocurría desde que mi padre protagonizó en los 40 la película que la crítica ha reconocido como una de mis obras maestras: El tesoro de Sierra Madre. Apuesto a que esa trilogía de Spielberg, protagonizada por el tipo del sombrero que encarna Harrison Ford, está inspirada en ella.
¿Le molesta?
Me gusta servir de inspiración. En la idea y los planos de Tiburón palpita el espíritu de miMoby Dick. Me gusta pensar que he dado lugar a semejante proeza, aunque también haya inspirado cine mediocre, como sucedió con La jungla de asfalto y el sinfín de cintas de mafia que surgieron después.
Su filmografía es de lo más irregular. Como su propia vida. ¿Está de acuerdo?
He tenido una vida convulsa, apasionada, aventurera… Me siento orgulloso de ella. Lo que dice me lo han preguntado otras veces y da que pensar. La vida de una persona se ve reflejada en sus creaciones. Lo vemos en la obra de John Ford, un católico que nunca separó cine y fe.
¿Cree en Dios?
Creo en mí mismo y en que alguien parió todo cuanto hay a nuestro alrededor. Cuando algo va mal y las cosas no salen como esperaba, no me gusta pensar que Dios no existe o que -como decía Nietzsche- ha muerto. Prefiero pensar que me ha fallado, que nos ha ignorado… que se ha emborrachado.
Además de filmar, ha cazado, pero también es defensor de los animales. ¿Contradicción?
El mundo está lleno de ellas. Le pareceré un cínico, pero es así. Yo he cazado por amistad. Reconozco haber disfrutado con una corrida de toros y haber dado dinero a organizaciones defensoras de elefantes, pese a los balazos que les hundí en la cabeza. Todos cometemos errores y nos arrepentimos de algo en esta vida. Yo no soy una excepción.
¿Qué cambiaría de ella?
Menos alcohol, menos tabaco, una noche con Ava Gardner y un beso de Suzanne Flon.
¿Siente algo por Ava?
Es una gran amiga, no un ligue. Lo intenté con ella cuando la conocí. No me hizo caso. Recuerdo que le fascinaba mi retórica. Decía que era capaz de convencer a los patos para que salieran del agua.
Se ha casado 5 veces. ¿Qué buscaba en sus matrimonios?
A menudo, mis aventuras han sido más interesantes que mis matrimonios. Y esto no es ninguna novedad. Pero siempre me casé por amor, convencido de que la mujer que estaba a mi lado en el altar era la definitiva y que me aportaría la paz y plenitud que todos andamos buscando.
Hablando de chicas, cuénteme cómo era Marilyn Monroe.
Una rosa delicada que se marchitó antes de hora. Le concedí un papel secundario en La jungla de asfalto, cuando era una cría. No intuí que se convertiría en estrella, pero tenía algo especial. Una frescura que permanecía. También era entrañable. Como Montgomery Clift. Creo que éste era el duplicado masculino de Marilyn. El caso es que me reencontré con ella décadas más tarde, en Vidas rebeldes, cuando su fama ya estaba consolidada. Entonces tuve un mal presentimiento…
¿A raíz de qué?
Llegaba al set como si le hubieran pegado una paliza. Cansada, desorientada, con la mirada perdida y dos enormes ojeras que enfeaban su rostro. Me contaron que tomaba muchas pastillas. Unas para levantarse, otras para dormir. En ocasiones, entre toma y toma, se emborrachaba y empezaba a decir tonterías. Un día se la tuvieron que llevar al hospital y congelamos el rodaje durante dos semanas.
Y de los otros protagonistas… ¿qué fue?
Como usted bien recordará, Marilyn, Monty y Clark Gable murieron después de aquella película. El fallecimiento de Monroe no me sorprendió. El de Monty, sí. El de Gable, mucho. Muchísimo. Fue un golpe muy fuerte perderlos a todos.
¿Y Humphrey Bogart?
Un actor como la copa de un pino y una persona de confianza. Creo que no llegó a ser el animal escénico que sí fue Monty, pero también era un fuera de serie y poseía un gran carisma ante la cámara. En mi ópera prima, aportó un personaje recto, labrado según su propio código. Se convirtió en Sam Spade, en el personaje que interpretaba. Y esto es lo mejor que le puede pasar a un actor.
Dígame qué le parecen las películas de ahora.
Hecho en falta el cine que me gusta, el clásico, el del viejo Hollywood. Pero es una realidad innegable que las masas cambian y, con ellas, el tipo de evasión que se ofrece. Como esas aberraciones de terror que llaman gore. ¿A quién se le ocurre producir semejantes cosas?
Tienen éxito entre el público joven
Eso parece…
Y ahora, ¿qué le ilusiona?
La verdad es que no estoy en condiciones de formular planes a largo plazo. El enfisema me destruye por dentro. Lo que más me ilusiona es estar con mi familia y dejar este mundo haciendo lo que siempre me ha gustado.
Que es…
Contar historias.
La que está realizando, Dublineses, habla de personajes enclaustrados en un ambiente decrépito. ¿Qué le atrae de ellos?
Lo resume muy bien Gabriel, el personaje que interpreta Donal McCann. Vivimos en un mundo escéptico, atormentado, donde los valores se venden barato. Pero me alegra ver que debajo de algunos techos todavía queda hospitalidad. También me alegra ver que estoy adaptando una obra de mi escritor favorito: el intrincado Joyce.
¿Y la muerte? ¿Piensa en ella?
Ha venido a entrevistarme antes que usted. Cuando estaba filmando, me ha vuelto la tos y he tenido que parar el rodaje para vomitar. El pecho me dolía a horrores. Pero aquí estoy. De pie sobre el cuadrilátero. Y voy a resistir hasta el final. Ahora, si me disculpa…
¿Adónde va?
Tengo una última película por acabar.
Consulta otras entrevistas imposibles con Stanley Kubrick y Howard Hawks.
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