Interesante inicio del segundo ciclo de episodios en la quinta temporada de The Walking Dead. Una vez más, nos deja uno de los protagonistas principales a manos de una criatura zombie de no más de 15 años de edad.
Tyreese (Chad Coleman) ha cumplido de sobras con el grupo;
los ha protegido, los ha salvado en más de una ocasión y ha ido venciendo sus
dudas y miedos personales al lado de Rick y los demás. Pero su personaje, no
obstante, ya ha llegado a su fin.
En este capítulo, vemos cómo Tyreese realiza
una introspección desde el punto de vista de una persona que se sabe moribunda. Ante el fatal desenlace, hace una recapitulación de los últimos
acontecimientos que ha vivido. Es muy
significativo que salgan otra vez, como si fueran ecos de su memoria,
personajes que han vivido con él muy de cerca y que, de una manera u otra, han
influido en su vida: las pequeñas Lizzie y Mika, Beth, Bob e, incluso, el
Gobernador (David Morrissey). Todos ellos no hacen, sino, que confirmar su
propia existencia de los últimos meses para que haga frente definitivamente a
si está preparado para morir o si ha valido la pena luchar como lo ha hecho.
Creo que este comienzo da pie a que nos paremos a pensar no solo en cómo van a continuar sino en cómo están los personajes de esta historia una vez llegados a este punto. ¿Qué piensan? ¿Qué factura les ha pasado hasta el momento esta supervivencia diaria y extenuante a la que están sometidos desde el inicio de la hecatombe zombie?
Los creadores están dando un giro a la forma
de enfocar The Walking Dead que a mí, personalmente, me está gustando mucho.
No solo es una serie donde se matan muertos vivientes y donde nos regodeamos
con el morbo de ver personas en estado de descomposición sino que, cada vez
más, es una serie de culto dirigida a hacer introspecciones de cada uno de los
personajes para que nos acerquemos más a ellos y nos identifiquemos totalmente
con el producto final, que no es otro que el de hacernos replantear cómo
actuaríamos nosotros delante de una situación dantesca como la que viven ellos
a lo largo de los capítulos.
Muchos no lo ven así y piensan que es una paranoia de los guionistas de la serie el ir por estos caminos pero, si se lee primero el cómic, se darán cuenta de que la historia NO es de los zombies, sino de los vivos. Precisamente porque el título de la serie se refiere a los segundos y no a los primeros. Los “muertos que andan” son los humanos que han sobrevivido pero que están condenados tarde o temprano a convertirse ya que al morir, tanto si se han infectado como si se trata de una muerte natural, todos se convierten en zombies. Si solo se quiere ver escenas de combates y de vísceras, entonces The Walking Dead no es la serie que buscan estas personas.
Un argumento de calidad se caracteriza,
precisamente, por la lógica en el curso de sus acontecimientos, además de la creación de
personajes maduros y consecuentes con sus actos. Y esta serie ha reflejado
ambas sobradamente.
Con este capítulo, en concreto, nos
centramos en Tyreese para ver cómo ante unas fotografías de unos muchachos
gemelos baja la guardia y es atacado por uno de ellos de una manera tan feroz
que acaba perdiendo la vida por ello. Todo en este capítulo resulta casi
poético: el cuadro de la casita apacible en el suelo (como el reflejo de una
realidad perdida para siempre), la sangre que gotea de su brazo encima de la
bandera americana situada en la entrada de la casita (como el sueño de una
población que ya no existe), la pena que transmiten sus ojos al estar
contemplando las fotografías que causan su muerte (como una macabra ironía de
la vida)… todo nos hace ver que, por muy atentos que estemos siempre o por muy
fuertes que seamos o nos creamos, un momento de debilidad nos puede hacer dar
un giro de 180º en el momento en el que menos lo pensemos. A Tyreese le
ocurre y todo acaba para él en pocos minutos.
Piensa en sus adoradas niñas, en la dulce Beth (Emily Kinney), en el novio de su hermana y en el Gobernador, a quien servía hasta que se dio cuenta del monstruo que era. Todos ellos le hacen realizar un último análisis de su propia conducta en los últimos tiempos para ver si está en paz consigo mismo o no. Busca redención, perdón, y es a través de ellos que la consigue cuando ya sabe que el final se acerca.
Como he comentado en más de una ocasión, Robert Kirkman ha dicho siempre que ningún personaje es imprescindible y que, en
cualquier momento, cualquiera de ellos puede desaparecer. Es como la vida misma:
si estuviésemos nosotros en ese contexto, ¿cómo podríamos esperar que no
muriera nadie que nos importara? Sería imposible pretenderlo, todos estaríamos
expuestos en cualquier momento. Entonces, esta serie es la plasmación de lo que ocurriría en la vida real, en la que nadie
tendría un papel indefinido en la historia.
Los personajes de esta serie se merecen
mucho más de lo que pretenden algunos de sus seguidores en el formato
televisivo (que consistiría en matar y descuartizar continuamente); se merecen
evolucionar como tales, demostrar la capacidad humana que tienen en su interior
y hacer posible que la esperanza y la vida puedan seguir teniendo lugar en un
planeta dominado por una especie nueva, aterradora y letal.
Quien
no vea aún este mensaje después de estas cinco temporadas, es que no ha
entendido nada. Y una serie como esta no se lo merece.