Benjamin "Bugsy" Siegelbaum (1906-1947) es, por derecho propio, uno de los mafiosos más estrechamente conectados con el mundo de Hollywood. En la larga historia de "acordes y desacuerdos" entre la meca del cine y el crimen organizado, el nombre de Siegel es uno de los primeros que salen a la luz.
Siegel se había forjado, delictivamente hablando, en el seno del Sindicato del Crimen neoyorkino que habían construido Charlie "Lucky" Luciano y Meyer Lansky. Había crecido junto al primero y se consideraba hermano pequeño del segundo. Desde sus inicios en el mundo del Hampa, Siegel fue un leal ejecutor. Permaneció fiel a sus amigos mientras estos ascendían y sobrevivían dentro de las organizaciones de Arnold Rothstein, Joe Masseria y Salvatore Maranzano.
Pero con el asesinato de Maranzano en 1931, el ascenso a la cumbre de Luciano y Lansky fue un hecho consumado. Siegel continuó progresando en el nuevo entorno y se convirtió en un efectivo miembro del "círculo interno" que debía regir el nuevo Sindicato del Crimen.
En 1935, los cada vez mayores contactos entre los clanes de Nueva York y Chicago, se tradujeron en la apertura de nuevos acuerdos para gestionar el tráfico de drogas, el juego y la prostitución en el área de Los Angeles. Hasta entonces, la red del crimen organizado en L.A. apenas existía. Se consideraba una ciudad abierta, donde cualquiera podía operar siempre que no metiera las narices en los negocios de otro. Solo sobresalía un hombre, Jack Dragna, y éste no estaba dispuesto a aceptar imposiciones de fuera.
Cuando Siegel conoció a Dragna sintió un deseo irrefrenable de liquidarle. Haciendo gala de su impulsividad manifiesta, tuvo que ser frenado por Lansky que, como era habitual, diseñó una nueva estrategia para entrar en los negocios turbios de la ciudad. De vuelta en Nueva York, informaron que la prostitución y las apuestas eran un negocio muy fructífero en Los Angeles. Y, además, el sindicato de extras estaba disponible para ser manipulado. Controlarlos supondría atenazar a las majors de Hollywood y esa era un botín demasiado jugoso para ser desechado. La decisión de Nueva York fue enviar a Siegel a L.A. indefinidamente.
Siegel estaba casado pero sus aventuras sentimentales eran constantes. En esa época mantenía una relación con Ketti Gallian, una joven francesa que acababa de obtener un contrato con la 20th Century Fox. Tras instalarse en una mansión de McCarthy Drive (Beverly Hills) que costó 250.000 dólares de la época, reconectó con su viejo amigo George Raft, a la sazón una de las grandes estrellas de cine del momento. A partir de entonces, empezó a generar actividad ilícita creando más de quince garitos de juego en el área metropolitana. La conexión con el mundo de Hollywood, a través de Raft, se tradujo en la presencia habitual de gente como Al Jolson o Michael Todd en los antros de Siegel.
Lansky había conseguido que Dragna y su lugarteniente, Mickey Cohen, se incorporaran a la estructura del Sindicato. Eso garantizó libertad de acción para Bugsy. Y se tradujo en la creación de una agencia de noticias para hipódromos que cubría tres estados: California, Nevada y Arizona. En esa época, los corredores de apuestas tenían que suscribirse a una agencia que se encargaba de proporcionar los nombres de los ganadores, las probabilidades de ganar la apuesta, y detalles sobre los jinetes. Los resultados de las carreras se demoraban hasta que se declaraban oficiales. Esta demora se ampliaba cuando se trataba de finales ajustados que debían resolverse a través de foto fija. Esa dilación permitía un margen que los jugadores podían aprovechar para sacar ventaja ya que conocían el resultado antes que los corredores. La agencia de noticias de Siegel, la TransAmerica, le hacía ganar 25.000 dólares mensuales.
Un inciso antes de proseguir. ¿Recordáis el falso garito que monta Henry Gondorff (Paul Newman) en El Golpe (The Sting, 1973)? Allí se ve como interceptan el flujo de noticias de una de las agencias para utilizar la dilación en su beneficio y hacer caer a Doyle Lonnegan (Robert Shaw).
Pero si alguien quería hacer fortuna en la ciudad tenía que centrarse en la incipiente industria del cine. En la década de los 30, los estudios producían 400 películas al año que eran vistas por cincuenta millones de estadounidenses cada semana en las casi quince mil salas repartidas por todo el país. Los ingresos netos por la venta de entradas ascendían a 700 millones de dólares anuales. Algo así era el paraíso de cualquier gángster y Siegel estaba en el lugar y momento idóneos.
Bugsy se hizo con el control del sindicato de extras gracias a otro viejo amigo del barrio: Allen Smehoff, más conocido como Al Smiley. Todo aquel que deseaba ser extra tenía que afiliarse al sindicato y los estudios solo podían contratar a los que estuvieran apuntados. Eso permitía a Siegel embolsarse un porcentaje de las cuotas del sindicato y de los salarios de los extras. Pero quería más y amenazó con la convocatoria de una huelga para extorsionar a los productores con miles de dólares en "préstamos". Los estudios se intimidaron ante la posibilidad de una huelga salvaje y pagaron para salvar una maquinaria que no podía parar por ausencia de figurantes. Con el tiempo, este "negocio" le generó a Bugsy unas ganancias de 400.000 dólares al año.
Pero los problemas empezaron a surgir cuando el Fiscal del Distrito, Burton Fitts, citó a Siegel para interrogarle acerca de un doble homicidio en el que podía estar implicado uno de sus ayudantes en el fraude de los extras. Bugsy huyó a Nevada para evitar la citación y, poco después, el fiscal perdió su puesto en las elecciones. La investigación quedó definitivamente aparcada al salir a la luz que la MGM había sufragado buena parte de la campaña de reelección de Fitts.
A finales de los treinta era indudable que Benny Siegel formaba parte de la élite social de Los Angeles. Se registró en el prestigioso Hillcrest Country Club y alternaba regularmente con la comunidad hollywoodiense en restaurantes como el Brown Derby, el Ciro's y el Romanoff's. En ocasiones, se le veía acompañado por jóvenes promesas del momento como eran Lana Turner y Ava Gardner. Conociendo la pasión que el juego ejerce sobre las personas, empezó a organizar partidas privadas de dados en las casas de Jack Warner y Louis B. Mayer. Además, jugaba habitualmente al póquer con Cary Grant, Clark Gable y Gary Cooper. Hedda Hopper, la célebre cronista de sociedad, solía decir: "a los criminales, al igual que a las señoras de moral dudosa, les encanta mezclarse con famosos."