De todas las películas que han tratado la leyenda Artúrica, Excalibur (1981) sigue siendo la más lograda. John Boorman insufló a la puesta en escena un aire operístico, repleto de mística y espíritu romántico. Algo que no excluye la contundencia en las escenas de combate, llenas de rudeza y brutalidad. Estamos ante un film que equilibra la propuesta pero nos deja con el sabor de la añeja novela de caballería.
Las licencias que Boorman contrajo al adaptar la leyenda escrita por Sir Thomas Mallory son perfectamente asumibles desde el inicio. Estamos ante una alegoría del ciclo de la vida, expresada entorno a una historia inmortal y heroica que, en su tramo final, cobra un espeluznante tono oscuro que trata de cerrar el planteamiento unitario y de conciliación que caracteriza la narración.
Quizá las armaduras de aluminio brillante fueron el aspecto más reseñado por los expertos como elemento anacrónico. Pero encaja cuando pensamos en el enfoque teatralizado y mítico con el que se quería dotar al film. De alguna manera, el director y su co-guionista, Rospo Pallenberg, buscaban mostrar también como el advenimiento del Cristianismo pone punto y final al viejo misticismo naturalista de Merlín y Morgana. Cuando la película termina, una nueva era empieza. Pero nos queda un testigo de una época que nunca se olvidará.
Excalibur fue rodada integramente en localizaciones Irlandesas. Concretamente, fueron los condados de Wicklow, Tipperary, y Kerry los que acogieron la mayor parte de los exteriores. En este artículo nos centraremos en uno de los enclaves más emblemáticos del film.
Tras arrancar la espada Excalibur de la piedra, Arturo (Nigel Terry) se lanza a la noble misión de unificar todos los territorios de la antigua Inglaterra. Con un ejército cada vez más numeroso en sus filas y con valientes caballeros y señores bajo sus órdenes, se dedica a supervisar las campañas militares que deberán conducir a una paz definitiva. Sin embargo, nada de lo que posee parece ser suficiente ante un único caballero que insiste en bloquear la marcha en un puente cercano a una cascada. El caballero en cuestión es Lancelot (Nicholas Clay), un guerrero que procede del otro lado del mar y que busca a un Rey que sea merecedor de sus servicios. Ninguno de los hombres de Arturo ha conseguido superarle en combate singular. Consumido por la ira, el mismísimo Rey decide librar combate contra el gallardo que bloquea su avance.
Lancelot es insuperable en la contienda pero Arturo convoca la fuerza mística de Excalibur y consigue superarle. Sin embargo, la espada se rompe al perforar la armadura de su adversario. Desolado ante la ofensa que acaba de perpetrar al vencer injustamente al mejor de los guerreros y destruir la herencia de nobleza que ha sido puesta sobre sus hombros, Arturo arroja el resto de la espada al pequeño lago que forma la cascada en su descenso. Cuando Merlín (Nicol Williamson) parece dar por perdida la cruzada de Arturo, la Dama del Lago se aparece de nuevo para entregar la restaurada Excalibur a su legítimo poseedor.
Esta mítica escena se rodó en la Powerscourt Waterfall, cerca de Enniskerry (Condado de Wicklow). Este salto de agua es el más grande de Irlanda al llegar a los 121 metros de declinación. Gracias, una vez más, a la pericia de Silviaez y Clinisbud, hoy podemos ofrecer unas magníficas fotografías tomadas en este bello paraje natural.
Es importante recordar que el puente que aparece en el film fue construido especialmente para la producción. El paisaje circundante también ha sufrido los cambios obvios pero pervive el espíritu de la escena, fácilmente reconocible en cuanto empezamos a mirar detenidamente las imágenes.
A continuación, incluimos la escena tal como la vemos en la película. Un buen momento para recordar un instante de gran simbolismo.