Basada en la
novela homónima de la escritora estadounidense Patricia Highsmith, Las Dos
Caras de Enero nos narra la historia del encuentro fortuito, en la Grecia del
verano de 1962, de un matrimonio de clase alta, Chester McFarland y la joven
Colette (interpretados por Viggo Mortensen y Kirsten Dunst), y un joven
norteamericano que trabaja como guía turístico, Rydal Keener (interpretado por Oscar
Isaac).
Con este sórdido thriller negro, Hossein
Amini (nacido en Irán y criado en el Reino Unido) debuta ante las cámaras después de una trayectoria notable como
guionista. Su ritmo constante y a la vez
lleno de giros inesperados hacen mantener la atención del espectador en todo
momento, con secuencias muy bien entrelazadas y un excelente retrato de la
condición humana independientemente de su clase social. Asimismo, su retrato de
la sociedad griega, pletórico en cuanto a Mediterraneidad, nos recuerda a la Italia de El
Talento de Mr. Ripley (basada en otro de los éxitos de la famosa escritora). También los personajes que intervienen en ella son producto de una
gran visión y de una perfecta puesta en escena cuyo resultado
final es un fiel testimonio de la época y sociedad helénica.
La historia arranca cuando Rydal se
encuentra fortuitamente con McFarland y Colette en una terraza de Atenas durante las vacaciones glamurosas por Europa de estos últimos. Su encanto personal y su donaire desinhibido
hacen de Rydal el perfecto seductor de jovencitas ricas que quedan encandiladas
tras sus palabras y atenciones personales, aspecto que aprovecha para timarlas
a su vez. Atrapado por el recuerdo de su recientemente fallecido padre (con el
que mantenía una mala relación) y fascinado por la seguridad paternal y poder
que desprende McFarland y por la atracción cada vez más evidente que tiene hacia
su joven esposa, acepta una invitación a cenar con la rica pareja que
supone, sin que lo sepa ninguno de ellos, el principio del fin de sus idílicas
vidas.
McFarland, un turbio hombre de negocios, es acorralado en la habitación del lujoso hotel donde se hospeda con su esposa, por un detective privado enviado por clientes millonarios a los que ha estafado. Este encuentro fatídico acaba con la muerte accidental del segundo tras una batalla por hacerse con el control de la pistola con la que amenaza a McFarland. Éste, asustado, pretende deshacerse del cuerpo llevándolo a la habitación del difunto y hacerlo pasar por muerte accidental pero en el pasillo es sorprendido por otros huéspedes y por el propio Rydal, quien había vuelto al hotel para devolverle a Colette la pulsera que se había dejado olvidada en el taxi después de la velada.
Es a partir de entonces, al verse sorprendido
por testigos inesperados, cuando inicia una secuencia de hechos cada vez más
descontrolados al empezar una huida desesperada por la costa griega que no hará
sino empeorar cada vez más los posibles desenlaces, encadenando
irremediablemente una mala decisión tras otra.
En esta huida, McFarland contará con la ayuda
de Rydal (hábil conocedor del idioma griego y de sus tierras y costumbres) y
con el seguimiento incondicional de su joven esposa, a la que arrastrará sin
pretenderlo a un fin trágico e inesperado por todos.
Con un enfrentamiento creciente entre ambos, Rydal y McFarland intentarán (llegados a un punto sin retorno y cada vez más cercados por la policía) encontrar la solución que los libere a cada uno por separado de la situación terrible de malentendidos y malas decisiones tomadas en puntos concretos de su historia en común, aún a costa de perjudicar al otro irremisiblemente ante la ley.
Esta película ordenada, sutil, y con clase no abandona en ningún momento la carga ambiental y la tensión de thriller psicológico característicos de Highsmith. El Sol del Mediterráneo, los trajes vaporosos y de tejidos finos y colores claros, el ambiente festivo de la gente de vacaciones, las terrazas y los refrescos, los turistas, los mercadillos, los sombreros y trajes de ellos, los vestidos y los zapatos de tacón de ellas… todo construye un clima atractivo, elegante y muy interesante.Pero, por poner una objeción, el final casi desluce la historia tan bien elaborada y rodada en todo momento por Amini. Su fácil deducción hace que el espectador no esté conforme con esa escena final que, siguiendo el ritmo general de la película y su interesante construcción de escenas que nos llevan las unas a las otras sin cansancio y con gran curiosidad, desencaja con la historia que nos cuentan. Si de hechos fatídicos se trata su trama, fatídico también debería haber sido su desenlace, como si una gran broma de mal gusto se hubiera cebado con sus personajes.
Su punto final moral, ético, como si de una
moraleja se tratara, desentona con la brillante historia turbia y trágica
desarrollada hasta el momento.
Es el único “pero” que le encuentro. Por lo
demás, soberbia.