En 2023, los mutantes y los humanos que les han dado apoyo, han sido eliminados o encarcelados. La guerra ha sido cruenta y los nuevos Centinelas, unos seres robóticos fuertemente evolucionados, demuestran un día tras otro que ningún mutante les puede ofrecer resistencia. Su adaptabilidad a cualquiera de sus habilidades les convierte en enemigos mortales. Pero la clave para la supervivencia se hallará en la joven Kitty Pryde (Ellen Page), cuyos poderes le permiten trasladar la consciencia de un mutante al pasado para que cambie los acontecimientos y puedan generar nuevas líneas temporales que les aseguren huir del acoso de los Centinelas un tiempo más. La raíz del problema se encuentra en la conferencia de paz que puso fin a la Guerra del Vietnam en 1973. Allí, Mística (Jennifer Lawrence), acabó con la vida del científico y empresario Bolivar Trask (Peter Dinklage), activando una cadena de acontecimientos que acabó generando la aparición de unas criaturas virtualmente indestructibles que serían capaces de acabar con todo lo que conocemos.
Lobezno (Hugh Jackman) es el único que, gracias a su poder de regeneración, podría ser enviado a través del tiempo, a un periodo tan lejano, sin sufrir daños irreparables. Del éxito de su misión y de la influencia que pueda tener sobre Charles Xavier y Erik Lehnsherr alias Magneto, dependerá el futuro de la raza mutante. O preservación o extinción definitiva.
X-Men: Days of Future Past es una película que consigue dos redenciones. Por una parte, el regreso de Bryan Singer a la saga, después de once años, coincide con la realización de una entrega que resulta apasionante en todos y cada uno de sus múltiples aspectos. Aunque yo le haya denostado hasta la saciedad por perpetrar el despropósito que supuso Superman Returns (2006), siempre he defendido que se trata de un director muy capaz que ha construido una carrera en la que, incluso, hay trabajos muy brillantes. En esta "quinta" entrega de la saga X-Men (sin contar los "spin-off"), Singer ha contribuido aportando una dirección compulsiva y por momentos frenética que, unida al conocimiento que tiene sobre los personajes, ha permitido que el film sea muy loable.
La segunda redención de la que hablaba es la de Simon Kinberg. Tras haber escrito, junto a Zak Penn, el guión de la deleznable X-Men: La Decisión Final (X-Men: The Last Stand, 2006), ha continuado dando tumbos sin conseguir destacar demasiado en las películas que ha escrito. Pero, de alguna manera, esa deuda pendiente que parecía tener con la saga le ha llevado a intentar corregir errores del pasado. Imbuido por el arco argumental creado por Chris Claremont y John Byrne en 1981, Kinberg decidió trasladar esa poderosa trama al cine colaborando primero con Matthew Vaughn (quien realizó aportaciones creativas muy importantes) y posteriormente con Bryan Singer para acabar construyendo un libreto que toca muchas teclas y todas bien.
La dinámica y la relación que se genera entre el reparto coral es una de las grandes virtudes de la película. No es nada sencillo construir un guión con tantos personajes. Entraña una enorme dificultad tener espacio para el desarrollo, mayor o menor, de todos ellos. Pero Kinberg lo consigue y creo que, desde el estreno de Los Vengadores (The Avengers, 2012), no habíamos visto unas dinámicas de personajes tan logradas en el cine de superhéroes. Es cierto que hay tres grandes conductores de la acción: Lobezno y las versiones jóvenes de Charles Xavier y Magneto (James McAvoy y Michael Fassbender, respectivamente). Sin embargo, la gran parte del resto de personajes, tengan más o menos presencia, disponen del tiempo suficiente para definirse y para presentar sus conflictos y sus intenciones.
En términos generales, X-Men: Días del Futuro Pasado, consigue reconducir, reorientar y corregir la saga mutante en el cine. Destruye el legado que había dejado La Decisión Final y eso es, en sí mismo, un acierto admirable. Esta trama es la mejor opción para mejorar también el desarrollo de la franquicia. Es curioso como asistimos a un salto temporal que reinicia y soluciona situaciones en la ficción y en la propia estructura de la saga. La idea que concibieron JJ Abrams, Roberto Orci y Alex Kurtzman para las nuevas entregas de Star Trek, impregna también la concepción de esta película.
Por lo demás, la película aprovecha la profundidad y riqueza del universo mutante de Marvel para introducir innumerables conexiones y referencias que harán las delicias de todos los aficionados al género. Los cambios respecto al cómic original son imprescindibles puesto que el carisma de Hugh Jackman como Lobezno supone el mejor vehículo posible para conectar dos épocas contrapuestas. Las adaptaciones de cómic en el cine deben trazar su propio camino, inspirándose en el material original, pero cambiando situaciones que aporten innovación y que, a la vez, se ajusten a un lenguaje narrativo completamente diferente al de la viñeta. Por ello no veo justificación a las críticas que se han vertido en este aspecto.
Por otro lado, quiero resaltar otro elemento positivo de la película: la recreación de una época. Si este logro ya pudo ser observado en X-Men: Primera Generación (X-Men: First Class, 2011), ahora se hace aún más evidente. La puesta en escena del film en 1973 resulta acertadísima. La vestimenta, la situación social y política, y la música con clásicos de Roberta Flack, Quincy Jones e incluso una versión francesa del single "Stop in the Name of Love" de The Supremes, contribuye a introducir al público en una época de grandes cambios y de estética discutible, dicho sea de paso.
James McAvoy realiza una interpretación más sentida y potente como Charles Xavier. Esta también es una observación personal fruto de la sensación recibida en la proyección. Si en First Class era Michael Fassbender el que se lucía especialmente, ahora presenciamos una cierta inversión de protagonismo. Al inicio, le vemos sumido en la depresión y el desencanto. Vive entregado al tedio y a la autoflagelación consumiendo una sustancia que le permite olvidar. Sin duda, es un buen punto de partida para ir comprobando su evolución y los cambios y matices que debe ir aportando a la interpretación. Al igual que hicieran Christopher Nolan en The Dark Knight Rises y Sam Mendes en Skyfall, se confirma que presentar a un protagonista depauperado para progresivamente llevarlo de nuevo al camino de la heroicidad, es un elemento narrativo clásico que siempre tendrá pegada. Apelar a este sentimiento despierta en el espectador una conexión ineludible y un interés por presenciar el "renacimiento" del personaje. Se trata de un factor de épica popular que tiene la virtud de implicar, de atraer al público hacia la historia que se quiere contar.
La película se enfrentaba a un reto muy exigente. Tratar de unir y dar sentido coherente a las tramas tan extensas que se han derivado de las anteriores entregas podía resultar una tarea casi imposible. Pero Kinberg, Vaughn y Singer, posteriormente, han estudiado a fondo lo que se había mostrado y han configurado una propuesta que, si bien no soluciona todos los fallos de continuidad provocados especialmente por el primer spin-off de Lobezno, sí que consigue racionalizar lo mostrado y configurar un timeline de acontecimientos mucho más equilibrado. Ojalá otras propuestas tuvieran un grado de interés semejante por parte de sus creadores y una atención tan grande por los detalles.
Si en X-Men: First Class se observaban algunos errores que eran atribuibles a la precipitación que presidió su concepción y rodaje, ahora tenemos una nueva secuela que no solo aúna con éxito las dos generaciones de mutantes sino que también es un escenario para la aparición de la acción desatada y el entretenimiento constante que siempre debe presidir este tipo de cintas.
En su conclusión podemos deducir que la trayectoria de los X-Men del presente futuro (liderados por el Charles Xavier del siempre genial Patrick Stewart) ha finalizado sus aventuras en la gran pantalla por todo lo alto. La emotividad de las escenas finales en la escuela de Westchester así lo certifica. El futuro se encuentra en el pasado y el supervillano Apocalipsis se encargará de certificarlo.