Eva Buendía inaugura una serie de artículos sobre intérpretes del Hollywood clásico. Y qué mejor para empezar que la incomparable Bette Davis. Os dejo pues con un texto que nos coloca ante los hechos principales de la vida de una actriz que siempre luchó contra la convencionalidad.
En 1908 nacía en Lowell (Massachusetts) una de las actrices más
carismáticas y con más fuerte personalidad de la Meca del Cine a la que siempre
he admirado muchísimo y de la que Néstor me ha pedido que haga un artículo,
Bette Davis.
Esta mujer de grandes ojos
que no entraba en los cánones de belleza del momento fue una de las actrices
más importantes que se ha conocido en el mundo del cine, cuyas interpretaciones
marcaron un estilo innegable de buen hacer que se recordarán por las emociones
que despertaba entre el público, tanto de admiración como de odio.
Desde pequeña, y como
consecuencia del divorcio de sus padres, Bette aprendió gracias a su madre que
el papel de la mujer en la sociedad no estaba lo valorado que debiera, actitud
que siempre plasmaba en sus interpretaciones de mujeres fuertes, valientes y,
en ocasiones, desvinculadas de todo tipo de emociones personales. Su infancia
fue el inicio de su independencia personal en una sociedad claramente machista.
El primer objetivo profesional fue convertirse en bailarina, idea que abandonó rápidamente para probar suerte como actriz protagonizando producciones escolares y representaciones amateurs. Es así cómo acudió a Nueva York para estudiar en la Escuela de Interpretación de John Murray.
Aunque empezó a actuar en la compañía teatral de George Cukor en 1928, no fue hasta un año después que debutó con gran éxito en la representación teatral de la obra “Broken Dishes” en Broadway. Este triunfo fue el que hizo que entrara en Hollywood, concretamente en Universal Studios, quienes le hicieron un contrato en 1930, debutando en el cine con “The Bad Sister” (1931), de Hobart Henley y coprotagonizada por Conrad Nagel y Sidney Fox.
Tras una serie de películas menores, Bette Davis abandonó Universal y entró en la Warner bajo la mediación de George Arliss, quien le consiguió un papel para la película “The Man Who Layed God” (1932).
Pero, su gran oportunidad, le llegó en 1934 al protagonizar junto a Leslie Howard un papel en la obra maestra de John Cromwell, “Cautivo del Deseo”. Fue aquí donde se empezó a vislumbrar qué tipo de personajes podría encarnar mejor Bette: mujeres fuertes y pérfidas, de bajos sentimientos y gran talento dramático.
La película fue todo un éxito y le permitió protagonizar otros grandes títulos, como “Peligrosa” (1935) película que le confirió un Oscar a la Mejor Actriz o “El Bosque Petrificado” (1936), coprotagonizada por Leslie Howard y Humphrey Bogart.
Su fama de carácter indomable iba paralela a su éxito como actriz y en Hollywood eran conocidos sus ya famosísimas quejas contractuales con la Warner, lo que originaba constantes enfrentamientos entre la actriz y los estudios en plenos rodajes. Debido a ello, se mudó a Inglaterra pero los estudios la denunciaron por incumplimiento de contrato y no tuvo más remedio que volver pero a condición de que se plegasen a sus condiciones…otro ejemplo de su carácter arrollador.
Fue en esta segunda época en Hollywood donde protagonizó casi todo su repertorio más inolvidable: “Jezabel” (1938), filme que le consiguió otro Oscar, “Amarga Victoria” (1939), “La Solterona” (1939), “La vida privada de Elizabeth y Essex” (1939), “La loba” (1941) o “La extraña pasajera” (1942).
Después de una época marcada por la II Guerra Mundial, en la que los proyectos de cine menguaron pasando factura a todas sus estrellas, Davis remontó su trayectoria con la gran “Eva al Desnudo” (1950), de Joseph L. Mankiewicz, título que volvió a poner a la actriz en un primer plano cinematográfico.
El primer objetivo profesional fue convertirse en bailarina, idea que abandonó rápidamente para probar suerte como actriz protagonizando producciones escolares y representaciones amateurs. Es así cómo acudió a Nueva York para estudiar en la Escuela de Interpretación de John Murray.
Aunque empezó a actuar en la compañía teatral de George Cukor en 1928, no fue hasta un año después que debutó con gran éxito en la representación teatral de la obra “Broken Dishes” en Broadway. Este triunfo fue el que hizo que entrara en Hollywood, concretamente en Universal Studios, quienes le hicieron un contrato en 1930, debutando en el cine con “The Bad Sister” (1931), de Hobart Henley y coprotagonizada por Conrad Nagel y Sidney Fox.
Tras una serie de películas menores, Bette Davis abandonó Universal y entró en la Warner bajo la mediación de George Arliss, quien le consiguió un papel para la película “The Man Who Layed God” (1932).
Pero, su gran oportunidad, le llegó en 1934 al protagonizar junto a Leslie Howard un papel en la obra maestra de John Cromwell, “Cautivo del Deseo”. Fue aquí donde se empezó a vislumbrar qué tipo de personajes podría encarnar mejor Bette: mujeres fuertes y pérfidas, de bajos sentimientos y gran talento dramático.
La película fue todo un éxito y le permitió protagonizar otros grandes títulos, como “Peligrosa” (1935) película que le confirió un Oscar a la Mejor Actriz o “El Bosque Petrificado” (1936), coprotagonizada por Leslie Howard y Humphrey Bogart.
Su fama de carácter indomable iba paralela a su éxito como actriz y en Hollywood eran conocidos sus ya famosísimas quejas contractuales con la Warner, lo que originaba constantes enfrentamientos entre la actriz y los estudios en plenos rodajes. Debido a ello, se mudó a Inglaterra pero los estudios la denunciaron por incumplimiento de contrato y no tuvo más remedio que volver pero a condición de que se plegasen a sus condiciones…otro ejemplo de su carácter arrollador.
Fue en esta segunda época en Hollywood donde protagonizó casi todo su repertorio más inolvidable: “Jezabel” (1938), filme que le consiguió otro Oscar, “Amarga Victoria” (1939), “La Solterona” (1939), “La vida privada de Elizabeth y Essex” (1939), “La loba” (1941) o “La extraña pasajera” (1942).
Después de una época marcada por la II Guerra Mundial, en la que los proyectos de cine menguaron pasando factura a todas sus estrellas, Davis remontó su trayectoria con la gran “Eva al Desnudo” (1950), de Joseph L. Mankiewicz, título que volvió a poner a la actriz en un primer plano cinematográfico.
Pero los tiempos corrían en
contra suyo y cada vez le costaba más encontrar papeles que estuvieran a la
altura de su talla interpretativa. Su último gran título llegó en 1962, cuando
coprotagonizó junto a Joan Crawford la mítica “¿Qué fue de Baby Jane?”, obra
maestra de Robert Aldrich. Siempre se dijo que entre las dos actrices hubo la
misma tensión dentro y fuera de la pantalla, como lo demuestran sus
declaraciones de entonces:
"¿Que por qué siempre interpreto a zorras?
Porque no soy una zorra. Es la misma razón por la que Joan Crawford siempre
interpreta a damas"…
A partir de entonces, la
carrera de Bette Davis fue irregular, trabajando para la pequeña pantalla y
terminando su carrera con la estimable “Las Ballenas de Agosto” (1987). Dos
años más tarde moría en París, a la edad de 81 años.
Tan grande y carismática era su personalidad que, cuando los papeles escaseaban, no dudó en publicar un anuncio en la revista Variety a principios de los 60 (cuando ya se la consideraba una gloria del pasado) donde se anunciaba de la siguiente manera solicitando empleo:
Tan grande y carismática era su personalidad que, cuando los papeles escaseaban, no dudó en publicar un anuncio en la revista Variety a principios de los 60 (cuando ya se la consideraba una gloria del pasado) donde se anunciaba de la siguiente manera solicitando empleo:
"Madre de tres. Divorciada. Americana. Treinta
años de experiencia como actriz en películas. Movilidad intacta y más afable de
lo que indican los rumores. Quiero empleo estable en Hollywood. (Ya he tenido
Broadway)". Genio y figura…