Frank Darabont (guionista y director del capítulo piloto de la serie que duró 60’) adaptó el cómic a serie de televisión con el mismo título que su origen ilustrado, estrenándose en EEUU el 31 de octubre de 2010 (se había empezado a rodar en mayo del mismo año), convirtiéndose pronto en un fenómeno de masas. Darabont se dio a conocer por el cortometraje “Dollar Baby” a partir de la adaptación de una novela de Stephen King de 1983. El éxito le llegó cuando en 1994 adaptó otra obra de este escritor, “The Shawshank Redemption”, que también dirigió y que le valió las nominaciones al Oscar por mejor guión adaptado de ese año y por mejor película. También es conocido por haber escrito varios guiones para la serie televisiva “El joven Indiana Jones”. En años posteriores, su trayectoria volvería a unirse a su admirado Stephen King ya que dirigió “The Green Mile” (1999) y "The Mist" (2007). Se le considera uno de los mejores guionistas de Hollywoood, además de ser uno de aquellos hombres que es capaz de dirigir, con mano maestra, todo el proceso creativo de un proyecto.
Respecto a la serie, Darabont eligió a un interesante reparto liderado por el británico Andrew
Lincoln (en el papel del atormentado Rick), a quien acompañan los estadounidenses Sarah
Wayne Callies (como su infiel esposa Lori), Chandler Riggs (Carl, el hijo de ambos, preadolescente que no sabrá nunca qué es la niñez ya que la suya quedará
interrumpida irremediablemente, obligado a tomar decisiones cada vez más
adultas) y Jon Bernthal (en el papel de Shane,
el amigo…o no tan amigo, de Rick).
A Lincoln lo hemos podido ver en producciones como las series “This
life” y “Teachers” y en participaciones en “Human Traffic” (1999) o “Love
Actually” (2003). Por su parte, a Sarah Wayne Callies la recordamos por su papel
de Dra. Tancredi en “Prison Break”, además de contar en su trayectoria con intervenciones
en series como “Numbers”, “Ley y Orden” y “House”, complementadas por papeles en las películas
“Whisper” (2007) y “Las Nueve Revelaciones”
(2006). Por último, Jon Bernthal
(escogido expresamente para el papel de Shane por su talante creativo y dureza
física) cuenta en su haber con papeles en series como “Ley y Orden”, “The Class”, “The
Pacific”, “Numbers”, “CSI: Miami” y en películas como “World Trade Center”
(2006) y “The Ghost Writer” (2010).
Una de las cosas que más nos ha gustado (aunque tiene sus detractores,
evidentemente) a los fans de “The Walking Dead” (da igual en qué formato) es el
hecho de que no toda la serie es un fiel reflejo del cómic. Kirkman, en las
introducciones de estos últimos, nos explica que tiene la necesidad de hacer
cambios en los personajes y en los sucesos que les acontecen. Si bien es verdad
que, ambas historias, siguen paralelamente una serie de hechos clave para poder
entender la evolución personal de sus personaje, el director y el guionista se permiten hacer unos pequeños cambios,
a mi modo de ver, muy sanos e inteligentes: para la gente que nos hemos leído
el cómic, existe el interés por ver cómo van a enfocar lo que ya conocemos que
va a suceder (de hecho, hay multitud de secuencias bastante diferentes entre
ambos medios) y, para los que no lo hayan hecho, estas pequeñas adaptaciones
son mucho más rápidas de enfocar y de desarrollar en un formato como el de
serial que está repartido en unos 12 capítulos por temporada (y que hubieran
sido imposibles de adaptar a este límite de proyección si se hubiera seguido a
pies juntillas la idea original).
De esta manera, tanto los fans de un medio como del otro (o de ambos),
podemos estar muy satisfechos de cómo se van desarrollando las vicisitudes con
las que se encuentran los protagonistas en esta nueva era que empieza para la
raza humana a principios del siglo XXI.
Otro de los aspectos que creo que tanto Kirkman como Darabont han acertado de lleno para mantener vivo el interés por “The Walking Dead” ha sido el de que ninguno de sus protagonistas es intocable, todos pueden morir, si bien es cierto que el personaje de Rick es el único que se irá manteniendo bastante fielmente porque es a través de él de quien vamos los espectadores sacando el hilo conductor de toda la historia: pérdida de seres queridos, cambio de esquemas morales, aprendizaje de estrategias de supervivencia y de defensa (tanto hacia los zombies como hacia a otros seres humanos que han sobrevivido), planificación de la vida a corto plazo… Es un personaje que irá cambiando, y mucho, sobrepasado por las circunstancias ya que, además de sobrevivir al fin del mundo, no todos los grandes problemas le vendrán dados por los muertos… los vivos también sacarán a flote sus personalidades más oscuras y terribles, aquellas que en la civilización están aletargadas por las normas sociales y jurídicas pero que, en una tierra sin leyes, pueden campar a sus anchas, como ocurrirá con la figura del Gobernador (interpretado por el británico David Morrisey, conocido por “Mucho ruido y pocas nueces”, 1993; “The Commissioner”, 1998 o “Sentido y Sensibilidad”, 1995). El gran éxito que tuvo este personaje dentro del elenco de la serie hizo que se escribiera un libro independiente sobre él: “The Walking Dead: el Gobernador” (2011).
De todos ellos, me gustaría hacer especial mención de Shane, el
compañero y mejor amigo de nuestro protagonista (o así lo cree este último
hasta que las evidencias de lo contrario son demasiado grandes, lo que deja a
Rick bastante “huérfano” ya que él sí ha sido hasta el momento un amigo fiel).
En la serie, y me alegro porque ha dado mucho juego, han mantenido este
personaje muchísimo más tiempo que en el cómic. En éste, Shane es abatido
pronto, demasiado quizás y los responsables de la serie supieron ver el
potencial que tenía este personaje tan atormentado que acaba suponiendo un
peligro para los demás. Y así ha sido: Jon Bernthal ha levantado tanto seguidores
como enemigos y es que su personaje es la suma de muchas contradicciones:
quiere hacer el bien pero pretende erigirse también dentro del grupo como si se
tratase de un cabecilla militar.
Todos los demás personajes son una mezcla de lo que creó Kirkman en el cómic junto con la adaptación que Darabont ha hecho sobre ellos; muchos otros ni siquiera aparecen en la serie. Y este hecho, cuenta el primero, le ha provocado que muchos de sus seguidores le hayan escrito quejándose largo y tendido. Pero, como dice él, no puede llover siempre a gusto de todos y hay que tener en cuenta que la serie debe poder ser adaptada de manera creíble en mucho menos tiempo que en el cómic y, por ello, son necesarios algunos retoques.
No sé si le pasará a más gente, supongo que sí, el hecho de que toda esta historia puede ser perfectamente tomada desde un punto de vista bastante filosófico ya que, en esencia, no deja de ser un tema muy utilizado para ahondar en la fe humana y en la resistencia de cada uno a nivel personal. También hay que ver a los zombies como seres que hay que matar pero no por miedo o por repugnancia sino porque, en primer lugar, hay que impedir que sigan infectando a más gente y, en segundo lugar, por respeto a su propia dignidad ya que no hay que olvidar que esos zombies han sido hasta no hace mucho vecinos, amigos, familiares de alguien. Llega un punto de la historia en que hay que matarlos por compasión, además de precaución, porque nadie merece “vivir” de esa manera ya que no se lo han buscado. De hecho, bastantes de los personajes que nos acompañarán en esta apasionante aventura, se irán transformando por mordeduras o…porque, como se descubre muy pronto, todos los seres humanos están ya infectados y provoca que todo el que muera se acabe transformando al cabo de pocas horas, aun cuando no haya sido atacado nunca por un zombie (esto supuso un fuerte shock para todos sus seguidores, porque por fin entendíamos bien el título: los muertos vivientes que da pie al título no son los zombies sino los seres humanos que han sobrevivido y que se acabarán transformando de todas maneras cuando mueran). Es decir: ya están sentanciados a morir, son muertos en vida y hay que ser piadosos con ellos y evitar que se conviertan una vez fallecidos.
Si comparamos esta serie con otras películas de calidad sobre este género, siempre podremos observar que el hecho de ser zombie no es más que la alteración del ADN humano hasta tal punto que, toda la región cerebral que rige nuestra conducta y sentimientos, queda totalmente inutilizable y pasa a regir el cerebelo, el encargado de las acciones motrices y de una de las necesidades más primitivas de todo ser vivo: comer.
Visto así, no podemos dejar de reflexionar sobre que una alteración genética de tal tipo podría ser perfectamente posible hoy en día. ¿Qué pasaría si alguno de los virus que tienen encerrados en los grandes laboratorios de alto nivel del mundo se esparciera, inocentemente o como arma terrorista? En resumen: no es una historia tan increíble ni imposible.
Recordemos algunas de sus predecesoras: “La noche de los muertos vivientes” (todo un clasico de 1968, que Kirkman reconoce no haber visto hasta hace muy poco), “28 días después” (2002), “30 días de oscuridad” (2007), “Resident Evil” (2002) , la española “Rec” (2007) o “Soy leyenda” (2007). En todas ellas, el causante de que la raza humana se degrade tanto ha sido o un error del propio ser humano o un experimento que se ha ido de las manos. Es decir, la Naturaleza no ha tenido nada que ver, solamente se ha hecho real una de sus máximas leyes: sobrevive el más fuerte. Que el hombre es el peor enemigo del propio hombre ya era una realidad en los siglos II y III aC, como lo demuestra la cita del comediógrafo latino Tito Macio Plauto: “el hombre es un lobo para el hombre” (“homo homini lupus”).
En todas estas películas se observa cómo las acciones humanas han acabado por destruir tantos siglos de evolución, de conocimiento y de vida: una prueba nuclear subterranea en la primera, experimentos químicos para crear el arma bélica más poderosa del mundo en la cuarta, unos experimentos genéticos sobre la gripe en la quinta o la búsqueda por encontrar la cura de cualquier tipo de cáncer en la última.
Así pues… ¿por qué no podría pasar realmente? Y con esta gran duda
existencial casi nos deja Kirkman colgados a lo largo de todos los capítulos
del cómic sabiendo que, con casi toda probabilidad, nunca obtendremos la
respuesta deseada que todo cerebro humano necesita para darle sentido a su
existencia. Y este caos personal es otro de los factores que enganchan de esta
historia. Kirkman juega magistralmente con los factores de miedo, repugnancia,
sorpresa, desazón y lástima por todos estos seres que ahora dominan la Tierra.
Darabont y Glen Mazzara (el showrunner que tomó su relevo) también lo han sabido plasmar perfectamente en la serie televisiva.
Aunque, al igual que como ya comentó Néstor en su artículo sobre
“Spartacus”, no a todo el mundo gusta y hay quien ha tachado la serie de
sanguinaria y excesivamente violenta. Claro, tienen razón… pero ¿cómo se
defenderían ellos ante tal situación? Hay que dejar un poco de lado tantos
escrúpulos y saber mirar las escenas desde un punto de vista crítico y maduro,
acorde con los hechos que se nos están relatando.
Con todos estos elementos (argumento, formato, equipos técnicos, actores
y hasta ejercicios de reflexión personal) no es de extrañar que la televisiva
“The Walking Dead” haya sido nominada a los premios del Gremio de Escritores de
América y en los Globos de Oro como mención a la mejor serie dramática.
Así pues nació, hace ya 10 años, esta saga de culto seguida por
millones de fans acérrimos (entre los que se encuentra una servidora) que por
el momento, según su creador, no tiene un fin establecido que nos dé la
explicación que tanto ansiamos desde el primer capítulo. Al igual que tampoco
ha tenido un inicio porque, sencillamente, no hay nadie que quede para
explicarlo que se encuentre entre los protagonistas. Seguirá hasta…que los fans
lo decidamos. Es su manera, como él mismo nos cuenta, de darnos las gracias por
nuestro apoyo incondicional y ayudarle, de esta manera, a hacer real su
proyecto: que la gente reflexione acerca de lo que piensa sobre la moral humana
e intente, al menos, hacer una profunda reflexión sobre si realmente nos
conocemos a nosotros mismos tan bien como creemos o si, por el contrario,
nosotros mismos somos nuestros más grandes desconocidos.
Eva Buendía