La trama de Iron Man 3 arranca pocos meses después de los hechos acontecidos en Nueva York durante The Avengers. Tony Stark vuelve a trabajar intensamente en su casa taller de Malibú tratando de crear una nueva tecnología remota que le dé el control de una o múltiples armaduras a distancia. Tony sufre secuelas emocionales tras la experiencia vivida en la lucha contra Loki y su armada Chitauri y, ante una nueva amenaza global que vislumbra como inminente, prepara un nuevo salto tecnológico que pueda multiplicar sus fuerzas.
Pero si en la entrega anterior, Stark debía
hacer frente a un enemigo cuyas deudas pendientes se remontaban a la
trayectoria profesional de su padre, ahora tendrá que vérselas con un enemigo
que él mismo creó. Los pecados del padre dan paso a los del hijo y siempre
habrá un nuevo empresario de la tecnología con ganas de destruir al genio
billonario, playboy, y filántropo que es el señor Tony Stark.
La fuente de inspiración directa para esta
nueva secuela de Iron Man procede del arco agumental Extremis, creado por
Warren Ellis y Adi Granov, y publicado entre 2005 y 2006. Drew Pearce y el
nuevo director, Shane Black, han adaptado sus contenidos y han añadido nuevos
elementos para crear un guión pletórico en intensidad. La mejora con respecto a la secuela anterior es reseñable y reduce esas conversaciones tan saturantes entre Stark y Pepper pero, sin embargo, expresa algunos problemas que responden al lógico desgaste de una saga cuando llega a la tercera entrega.
La comicidad que ha caracterizado a anteriores
entregas se mantiene y agudiza en algunos momentos. Shane Black parece recuperar la esencia de
sus guiones en la saga Arma Letal transmutándolo al mundo de Marvel en una
serie de situaciones que tienen como protagonista a un Stark, empeñado en
mostrar que es mucho más que su traje, y un Jim Rhodes cada vez más desdibujado
en cuanto a entidad e intenciones.
Por consiguiente, nos encontramos ante una
película que depara un buen entretenimiento pero carece de alma, de falta de
apasionamiento de sus creadores para contar una historia que, además de hacerte
pasar un buen rato, pueda permanecer en el recuerdo de muchos de los
aficionados al cine de superhéroes.
Desde que el film se ha estrenado, se ha
vivido un auténtico alud de controversia en cuanto al tratamiento que recibe el
Mandarín. Soy seguidor acérrimo de los cómics pero no soy tan cercano a Iron
Man en su trayectoria en las viñetas. Yo no me expresaré tan contundentemente
como algunos han hecho contra la representación del gran archienemigo de Stark. Ahora bien, cabe decir que la apuesta por utilizar al Mandarín
como un simple títere, un señuelo, a las órdenes de Aldrich Killian y además
dotarlo de una escena de revelación extremadamente ridícula, no es aceptable.
Yo pensaba que presenciaríamos una batalla entre Iron Man y un dúo de enemigos
mortal, con motivaciones realmente justificadas para cometer sus actos. Una alianza que
representaría un reto nunca antes imaginado. Pero de eso nada. La tecnología
extremis depara algunos buenos momentos de acción pero el tono excesivamente
cómico nunca desaparece y se tiene la sensación constante de estar viendo algo
que linda peligrosamente con el terreno de la “payasada”. No debería ser ésta
la impresión a la salida de la sala de cine. No lo ha sido hasta ahora en
la historia de Marvel Studios. Para algo así, no hacía falta rescatar al personaje ni poner a un actor, de la categoria de Sir Ben Kingsley, en dicha tesitura. Podría haberse confiado exclusivamente en Killian (también surgido directamente del cómic) y en la siempre acertada presencia de Guy Pearce en este tipo de papeles. Ahora bien, Aldrich debería haber alimentado su inquina contra Stark por algún motivo más grave que dejarle plantado en la azotea de un hotel.
Respeto máximo por Downey. Gracias a él y a
su éxito arrollador, en un papel que ha nacido para interpretar, la franquicia de Marvel ha crecido, se ha
expandido, y ha podido emprender los ambiciosos proyectos que hemos visto hasta
ahora y que están por llegar. Pero en el contexto que su amigo Shane Black le
ha preparado para esta película, su brillantez no es motor suficiente.
Black no es Joss Whedon, eso está claro. No sabe generar dinámicas entre personajes y tampoco aprovecha del todo las posibilidades que le ofrece el rico universo de Marvel más allá de pequeñas referencias poco trascendentes. Sabemos que hay consignas por parte de la producción para construir películas con entidad propia, pero cuesta asumir que una organización como SHIELD sólo sea citada, de forma subliminal, en un único momento de la cinta.
Black no es Joss Whedon, eso está claro. No sabe generar dinámicas entre personajes y tampoco aprovecha del todo las posibilidades que le ofrece el rico universo de Marvel más allá de pequeñas referencias poco trascendentes. Sabemos que hay consignas por parte de la producción para construir películas con entidad propia, pero cuesta asumir que una organización como SHIELD sólo sea citada, de forma subliminal, en un único momento de la cinta.
Cuando la seguridad del país está amenazada,
el Presidente ha sido secuestrado, y hay indicios de una conspiración dentro
del mismo gobierno, no puede ser que una organización del calibre de SHIELD no
esté, al menos, al tanto de la situación. Había miles de maneras de ofrecer un
trazo, una muestra de que Nick Furia y los suyos siguen los acontecimientos y están
dispuestos a prestar ayuda. No hay nada de eso.
La ansiedad que sufre Stark, tras la batalla de Nueva York, se
expresa de una forma demasiado grotesca, en la línea cómica del guión, pero
ridícula si no aceptas la propuesta que plantean Shane Black y Drew Pearce.
Quizá también el problema es que venimos de
The Avengers, una película en la que todo funcionó a las mil maravillas y los
engranajes se movieron para crear un espectáculo visual de primer orden, con
varios niveles de lectura, convenciendo a la mayor parte de la audiencia. Abrir
el fuego tras lo visto el año pasado era sumamente difícil y ni siquiera el
enorme carisma y talento de Robert Downey Jr. han podido darle una salida
completamente satisfactoria.
Con IM3 se inicia la Fase II del Marvel Cinematic Universe. Las nuevas entregas de Thor y Capitán América (y, en menor
medida, Guardians of the Galaxy) nos conducirán hacia The Avengers 2 en 2015. El
camino seguido hasta ahora ha sido el correcto. El proyecto siempre ha
entrañado una suprema dificultad puesto que es la primera vez que el cine trata
de integrar a varios superhéroes individuales en un mismo universo fílmico. Podemos
confiar en que la supervisión de Joss Whedon y su idea para la nueva reunión de
los “Earth’s Mightiest Heroes” nos deparará una gran experiencia. Pero quizá el productor y CEO de Marvel Studios, Kevin Feige, debería
elegir con más cuidado a los directores y guionistas que van asumiendo los
encargos, independientemente del rendimiento en taquilla de las cintas. No se pueden pervertir los
mismos valores que esta compañía de cómics se juró defender en su paso a la
industria del séptimo arte: entretenimiento y autoexigencia, margen para dotar
de un camino propio a los personajes, pero respeto a las bases.
Seguiremos, con interés, los progresos de
todos estos films. Ahora, es el turno del debate y la controversia.