La enorme contribución geográfica que supuso la expedición de Lewis & Clark (1804-1806) permitió conocer nuevos territorios y cartografiarlos. Aunque la llamada "frontera" siguió fijada a lo largo del extenso trayecto del río Mississippi, otras grandes zonas empezaron a ser frecuentadas por exploradores y tramperos. Los relatos de sus viajes se fueron añadiendo a un gran número de crónicas que se iban difundiendo en los periódicos. Aunque, hasta mediados del siglo XIX, el llamado Oeste del continente era territorio soberano de otras naciones, expedicionarios estadounidenses transitaban continuamente abriendo camino para la entrada de colonizadores que, asumiendo la doctrina del destino manifiesto, plantaron las primeras semillas de un éxodo imparable que se iba a producir en las siguientes décadas.
Cada vez había más presión en el Este para descubrir nuevas tierras que colonizar. La población crecía constantemente en grandes regiones del Golfo de México, el alto Mississippi, y Ohio. La necesidad de explotar nuevas tierras crecía de forma exponencial. El Oeste ofrecía multitud de posibilidades pero, en esta ocasión, nos centramos en el polo de atracción que suponía el territorio de Oregón. Más de 500.000 kilómetros cuadrados de grandes valles fértiles, importantes cadenas montañosas, e interminables bosques. Una gran extensión que ofrecía buenas tierras agrícolas para todos aquellos que buscaban un nuevo horizonte de vida.
Sin embargo, la progresiva llegada de exploradores y colonizadores conllevaba la presencia de enfermedades que eran completamente nuevas para los nativos de la zona. Se calcula que, ya en 1830, el 70% de los nativos del territorio de Oregón habían sucumbido al contagio de las enfermedades de la "civilización". De esta forma, los colonos encontraron mucha menos resistencia que aquellos que decidieron ocupar las regiones meridionales de Texas, Arizona, y California, donde la población indígena aguantó mucho más y planteó enormes dificultades a los nuevos pobladores.
Paralelamente, Oregón era un territorio bajo la soberanía de Gran Bretaña. La progresiva llegada de colonos americanos producía choques con los comerciantes peleteros británicos que se habían establecido allí desde finales del siglo XVIII. Ambos países firmaron un acuerdo para facilitar la convivencia pero de poco servía puesto que la soberanía británica dificultaba o impedía la concesión de títulos de propiedad sobre parcelas de tierra a los colonos americanos. Ante esta situación, se estimuló aún más el éxodo colonizador pensando que la mejor baza para negociar con los británicos se podría obtener si la población estadounidense acababa siendo más numerosa y dominante.
Así fue como empezaron a patrocinarse expediciones colonizadoras periódicas siguiendo la ruta que se conoció como el Oregon Trail, un camino descubierto por exploradores que ahora iba a utilizarse para la migración masiva. A partir de 1832, se fueron generalizando expediciones caravaneras que partían de Independence (Missouri). Allí empezaba una travesía de más de 3200 kilómetros, la más larga y dura de todas las que se dirigían a la costa del Pacífico. Había que atravesar grandes praderas del alto Missouri, cruzar múltiples ríos, y superar el siempre peligroso paso por las Montañas Rocosas de la zona Noroeste.
Las inundaciones, ventiscas, aludes, y demás inclemencias limitaron los éxodos en los primeros años pero, a partir de 1843, con guías más experimentados y mayor organización en las caravanas, el Oregon Trail empezó a ser mucho más frecuentado. Se descubrieron nuevos pasos para atravesar las Rocosas y se fundaron asentamientos a lo largo de la ruta que facilitaron mucho la logística y aprovisionamiento durante el trayecto.
En 1846, la población estadounidense era mayoritaria en Oregón. Se llegó a pensar que esta situación podría derivar en guerra. Pero el Gobierno Británico analizó la situación y decidió ofrecer un tratado en el que cedían la soberanía al sur del paralelo 49. Aunque eso implicaba que los territorios actuales de Wyoming, Montana, Idaho, Washington, y Oregón, pasaban a incorporarse a la Unión, Gran Bretaña se aseguraba detener ahí el afán expansionista de los americanos y asegurar el control en el Oeste de Canadá.
El Presidente James Knox Polk, un ferviente expansionista, firmó el tratado que evitaba un conflicto bélico que el país no podía asumir puesto que ya estaban a punto de entrar en guerra con México. La porción más prometedora y apetecible del Pacífico, California, estaba en juego y Estados Unidos iba a luchar por su control como prioridad absoluta.
Pero la senda de Oregón tiene una significación extraordinaria en la historia de la colonización del Oeste. Tal como reseñaba en un artículo anterior, entre 1840 y 1870, más de 500.000 emigrantes transitaron hacia Oregón. Unos 30.000 nunca llegaron a su destino, sucumbiendo a enfermedades como el cólera.
Tras la Guerra Civil (1861-1865), la senda vivió unos años de fuerte impulso y sólo decayó a partir de 1869, cuando la unión del ferrocarril transcontinental abrió nuevas y seguras posibilidades de llegar a la costa del Pacífico.
De todos los westerns que han tratado el tema del camino de Oregón, siempre he considerado a Horizontes Lejanos (1952) como el más logrado. Explica la epopeya que representaba para las familias el durísimo viaje a través de la senda y se ponen de manifiesto, también, las dificultades una vez aposentados en las tierras de cultivo debido a los problemas logísticos para conseguir abastecerse en un territorio absolutamente virgen en el que no estaban definidos servicios de transporte ni diligencias. A través de la experiencia del guía Glyn McLyntock (James Stewart), un hombre de pasado turbio pero decidido a pasar página, asistimos a una joya del western de la era dorada de Hollywood dirigida por uno de los maestros del género: Anthony Mann.