En 1987, la Unión Soviética, bajo el liderazgo del aperturista Mikhail
Gorbachev, estaba dando pasos firmes hacia la distensión real, buscando
acuerdos con Estados Unidos y Occidente acerca de la reducción de arsenales
armamentísticos y dando a entender que también, en temas de política interior,
se estaba tratando de suavizar el grado del comunismo social más retrógrado.
Pero algunos analistas tenían la opinión que, en aquellos años, la URSS podía
ser más peligrosa que nunca puesto que la KGB y otras agencias de seguridad
gubernamentales operaban al margen de la nueva doctrina que se quería impulsar
desde el Kremlin.
En este contexto, surge 007: Alta Tensión (The Living Daylights). Una
película que presentaba, además, a un nuevo Bond, Timothy Dalton, que tomaba el relevo del longevo y
carismático Roger Moore. La propuesta
buscó, por consiguiente, un cambio de registro situándonos ante un relato más
oscuro, en los momentos finales de la guerra fría. El enemigo soviético podía
estar abriéndose oficialmente pero la mayor parte de los rasgos distintivos se
mantenían. Estábamos ante un enemigo clásico, siempre interesante, que podía
soltar grandes zarpazos, aunque fuera por última vez.
Dalton insufla fuerzas renovadas al personaje y eso lo podemos comprobar
desde la escena pre-créditos en la que presenciamos un ejercicio táctico del
MI-6 en Gibraltar. La acción cobra un nuevo sentido cuando un actor más joven
asume el papel de Bond y la introducción del film es un gran prólogo a lo que
sucede a continuación.
Tras colaborar en la deserción del General Georgi Koskov (Jeroen Krabbé) en
Bratislava (antigua Checoslovaquia), Bond regresa a Inglaterra para reunirse
con la plana mayor del MI-6 en una de las “casas seguras” del departamento. Koskov
les informa de los planes que el nuevo director de la KGB, el general Leonid
Pushkin (John Rhys-Davies), ha puesto en
marcha. Y el más destacado de ellos es la resurrección de un antiguo plan de
Stalin, llamado Smert Spionam
(“muerte a los espías”), que pretende acabar con los agentes encubiertos de
Occidente allí donde se encuentren.
Tras la contundencia de la exposición, Bond y M abandonan la mansión para
informar a sus superiores de tan importante hallazgo táctico. Pero en su ausencia,
un mercenario llamado Necros (Andreas Wisniewski) consigue infiltrarse, en una
de las secuencias más memorables de toda la saga, y captura de nuevo a Koskov
dando la impresión que el KGB ha contraatacado humillando además al MI-6 ante
el resto de los servicios de inteligencia.
La furia de M es desmedida y envía a Bond tras el paradero de Koskov. La
primera etapa del viaje será Bratislava aunque las ramificaciones del caso son
muy profundas y 007 deberá viajar a Marruecos y, en última instancia, a
Afganistán para dar con las claves de una conspiración que ejemplificará hasta
qué punto las lealtades tiemblan ante el nuevo panorama político.
The Living Daylights es un film muy completo en el que el veterano John
Glen demuestra, una vez más, su gran facilidad para adaptarse a las necesidades
de la franquicia, con la solvencia técnica que siempre le caracterizó en todas
sus intervenciones como director. La película tiene un ritmo intenso y
constante, en el que los cambios de escenario encajan a la perfección. El
clímax final, en el Afganistán en guerra con los soviéticos, supone un
excepcional e innovador marco para desarrollar la acción.
Personajes como Necros, Pushkin, Koskov, y el miserable Brad Whitaker (Joe
Don Baker) son grandes incorporaciones a un reparto que, sin embargo, flojea
enormemente en el rol femenino principal. Kara Milovy (a quien da vida Maryam
D’Abo) es una de las Bond girls menos
interesantes de la saga. Desprovista de cualquier interés o habilidad especial,
hace que su sosería impregne de ridiculez todas las escenas que comparte con
Bond. Es casi imposible de creer que una mujer tan carente de fuerza y determinación
pueda interesar a alguien como 007. Por suerte, este aspecto se corregiría en
la siguiente película: Licencia para Matar.
Siempre he considerado a Dalton como un Bond más que interesante. Quizá le
falte algo de dureza en ocasiones pero creo que aportó un nuevo impulso a la
franquicia y devolvió al personaje hacia la faceta que más nos interesa,
dejando de lado los rasgos de comicidad insulsa que caracterizaron a gran parte
de las películas que protagonizó Roger Moore.
Sin embargo, creo que fue en Licencia para Matar donde Dalton pudo dar más
rienda suelta a su interpretación. En el contexto de un argumento rompedor, que
ponía a 007 en una situación completamente nueva, fue capaz de manejarse con
extrema corrección y le ofreció más amplitud al personaje.
Artículo incluido en el libro digital, "Mezclado, no agitado: el cine de James Bond".