30 de novembre del 2012

Hatfields & McCoys


En la región del Tug Fork, uno de los ríos que fluye por los Apalaches delimitando la frontera entre West Virginia y Kentucky, aún se recuerda la disputa que enfrentó a dos importantes familias durante más de treinta años. 

Lo que empezó con la amistad rota entre dos miembros del ejército confederado, William Anderson "Devil Anse" Hatfield (oriundo de West Virginia) y Randolph McCoy (nativo de Kentucky), derivó en un enfrentamiento general de las dos familias, con múltiples sucesos que se cobraron víctimas en ambos bandos. 

Todo empezó con el asesinato de Harmon McCoy, que había combatido para la Unión en la Guerra Civil (1861-1865), a manos de Jim Vance, tío del patriarca Hatfield. Fueron varios los testigos que presenciaron la dura confrontación verbal, ocurrida días antes, pero nunca se pudo demostrar nada a nivel legal. Además, el hecho de que Harmon hubiera luchado para el Norte era considerado una deslealtad en unos estados de observancia Confederada. La investigación, por tanto, no llegó muy lejos.

La inacción de la ley exacerbó aún más los ánimos de los McCoy y tampoco ayudó la deserción previa de "Devil Anse" y un posterior litigio de tierras que demostraba la enorme capacidad de influencia que tenían los Hatfield sobre los contratos de propiedad. No por casualidad, uno de los miembros del clan ostentaba el cargo de juez principal en la región.

Por consiguiente, lo que se vivió a partir de aquel momento fue una sucesión de represalias constantes entre ambos bandos. Con el paso de los años, las nuevas generaciones de ambas familias se vieron implicadas en la arraigada disputa. El enfrentamiento se prolongó hasta la década de 1890, cuando el mismísimo Tribunal Supremo se vio obligado a entrar en litigio instando la celebración de una serie de juicios parciales que pusieron fin al conflicto en 1901.

Ambas familias perdieron a varios de sus miembros aunque ninguno de los patriarcas pereció a lo largo de esos sangrientos años. Resulta curioso que los que implicaron a los demás en una devastadora lucha resultaran indemnes físicamente. Las heridas para ellos fueron morales y emocionales. Tuvieron que lidiar con ellas el resto de su vida.

Más de un siglo después de la finalización del conflicto, los descendientes de ambas familias se han ido reuniendo en actos de recuerdo histórico. En la región del Tug Fork existe incluso una ruta turística que conduce a los visitantes por los lugares más destacados en la disputa. De alguna manera, esos bosques siguen albergando muchas historias y secretos que aún tratan de desgranarse.

A esta tradición histórica se le ha añadido una recreación producida por History Channel. La miniserie Hatfield & McCoys es la primera producción no-documental de la cadena y ha contado con un equipo técnico y artístico de primer nivel.

Kevin Costner es el gran impulsor del proyecto. A él le llegó un esbozo del proyecto y decidió ponerlo en marcha confiando la dirección a un viejo amigo, Kevin Reynolds, con el que había vuelto a reconciliarse después de unos años de distanciamiento que empezaron durante el rodaje de Waterworld

El reparto es de gran calidad puesto que tenemos a Bill Paxton (en el papel de Randolph McCoy), Tom Berenger (como el necio Jim Vance), Powers Boothe, Mare Winningham, y por supuesto Kevin Costner, que ya ha conseguido varios premios por su contundente interpretación de "Devil Anse" Hatfield.

El mayor valor de la serie consiste en que se nos presenta un argumento sin concesión alguna, tremendamente arraigado a la época. En ocasiones, algunas de estas producciones parecen ser una traslación de los usos y costumbres actuales con un vestuario del siglo XIX. En este proyecto eso no tiene cabida.

El guión parece que haya sido escrito en la misma época de los hechos. En ese momento histórico, la rudeza entre las familias era brutal y las personas no eran clichés de honorabilidad y justicia. Los Hatfield y los McCoy eran duros dentro y fuera de sus círculos y así se nos presentan. Las reacciones que vamos presenciando son las que tendrían las personas de aquel tiempo y los actores se adaptan a ellas trasladando al espectador la sensación de que no hubo héroes en esa disputa. Sencillamente estamos ante diferentes tonalidades de una larga escala de grises. Este rigor histórico, que va más allá de la puesta en escena, es lo que más destaca en una producción que, sin embargo, se acaba perdiendo al desarrollar esta historia de odio ancestral, venganzas cruzadas, y matanzas múltiples.

El equilibrio entre narración y acción se empieza a perder hacia la mitad de la propuesta. El ritmo decae cuando el guión ya no tiene más personajes que presentarnos. La segunda mitad de la miniserie es una mera sucesión de linchamientos y muertes diversas, contadas de forma desapasionada y rutinaria. La pérdida de interés se va apoderando del espectador hasta llegar a una conclusión precipitada y completamente olvidable. Perdemos la empatía por los personajes en el segundo episodio y el interés general cesa en el tercer capítulo. Esta irregularidad del planteamiento narrativo acabará desilusionando a los amantes del género histórico y también a los que vayan a verla como entretenimiento de calidad. Una auténtica lástima.