Apasionante historia la que nos brinda Ben Affleck en su tercer largometraje como director. Con el prestigio logrado gracias a sus dos películas anteriores (Gone Baby Gone, The Town), continúa reafirmándose como un realizador brillante, contundente a la hora de visualizar las tramas pero poseedor de un estilo clásico en la puesta en escena y en el desarrollo argumental. A diferencia de su carrera como actor, plagada de títulos poco relevantes, Affleck muestra cual es su verdadera naturaleza cuando se pone detrás de la cámara y es en esta función donde está consiguiendo sus mayores éxitos. Convertido en un director ya imprescindible dentro del panorama actual, nos presenta una nueva película en la que es capaz de tratar un tema tan polémico con rigor y equilibrio. Amparado en el trabajo de un reparto de actores fenomenal, realiza un ejercicio brillante de reconstrucción de una época que nos lleva desde los pasillos del Cuartel General de la CIA en Langley hasta las calles de Teherán, pasando por Washington DC y Hollywood.
El viaje de Tony Mendez a Los Angeles para crear la tapadera está fenomenalmente planteado. Supone una pequeña pero honesta inmersión en los negocios de Hollywood salpicada con notas de humor brillante. Se muestra muy acertadamente cómo suele ser la vida del productor de éxito y se cuidan los detalles en las escenas que ocurren en el backlot de los estudios de Warner Brothers. En esa época Warner y Columbia compartían instalaciones (lo hicieron entre 1972 y 1990) y, como conecuencia, en el legendario depósito de aguas campeaba un cartel que rezaba: "The Burbank Studios". En 1990, el logo WB volvió a su puesto.
También hay una magnífica escena que tiene lugar en Crossroads of the World, un pequeño conglomerado de oficinas, en Sunset Boulevard, que ya pudimos ver en LA Confidential como lugar de trabajo de Sid Hudgens (Danny de Vito) y su hush-hush.
Donde, sin embargo, no hay veracidad histórica es en la imagen del Hollywood Sign medio derruido. En 1979, hacía un año que había sido reconstruido y ya volvía a presentar una imagen acorde con su significación.
Otro momento interesante y curioso es el de la lectura de guión en el Hotel Beverly Hilton. Además de la situación absurda que se vive teniendo que aparentar la realización de una película que nunca existirá, tenemos el cameo de Adrienne Barbeau, otrora esposa de John Carpenter, como la ex-mujer de Lester Siegel (Alan Arkin) y aspirante a un papel en la película fantasma.
Situándose a finales de los 70, Affleck no pierde la oportunidad de homenajear a grandes clásicos surgidos de la época y especialmente a Star Wars. También hay alguna referencia a Galactica mientras que resulta muy simbólico abrir el film con el logo Warner Communications que la compañía utilizó entre 1972 y 1984.
En Affleck se empiezan a detectar signos de gran cineasta puesto que sabe dosificar inteligentemente las situaciones y siempre coloca su énfasis en las emociones humanas sin por ello descuidar el ritmo narrativo. Este enfoque humanista, de raíces clásicas, es el que convierte el sufrimiento de los rehenes en un motor constante que impregna la película. Además, el contexto social e histórico esta muy bien reproducido y le añade una credibilidad que Alan Arkin, John Goodman, Bryan Cranston, y el propio Affleck se encargan de trasladar al espectador con sus sentidas interpretaciones.
El viaje de Tony Mendez a Los Angeles para crear la tapadera está fenomenalmente planteado. Supone una pequeña pero honesta inmersión en los negocios de Hollywood salpicada con notas de humor brillante. Se muestra muy acertadamente cómo suele ser la vida del productor de éxito y se cuidan los detalles en las escenas que ocurren en el backlot de los estudios de Warner Brothers. En esa época Warner y Columbia compartían instalaciones (lo hicieron entre 1972 y 1990) y, como conecuencia, en el legendario depósito de aguas campeaba un cartel que rezaba: "The Burbank Studios". En 1990, el logo WB volvió a su puesto.
También hay una magnífica escena que tiene lugar en Crossroads of the World, un pequeño conglomerado de oficinas, en Sunset Boulevard, que ya pudimos ver en LA Confidential como lugar de trabajo de Sid Hudgens (Danny de Vito) y su hush-hush.
Donde, sin embargo, no hay veracidad histórica es en la imagen del Hollywood Sign medio derruido. En 1979, hacía un año que había sido reconstruido y ya volvía a presentar una imagen acorde con su significación.
Otro momento interesante y curioso es el de la lectura de guión en el Hotel Beverly Hilton. Además de la situación absurda que se vive teniendo que aparentar la realización de una película que nunca existirá, tenemos el cameo de Adrienne Barbeau, otrora esposa de John Carpenter, como la ex-mujer de Lester Siegel (Alan Arkin) y aspirante a un papel en la película fantasma.
Situándose a finales de los 70, Affleck no pierde la oportunidad de homenajear a grandes clásicos surgidos de la época y especialmente a Star Wars. También hay alguna referencia a Galactica mientras que resulta muy simbólico abrir el film con el logo Warner Communications que la compañía utilizó entre 1972 y 1984.
En Affleck se empiezan a detectar signos de gran cineasta puesto que sabe dosificar inteligentemente las situaciones y siempre coloca su énfasis en las emociones humanas sin por ello descuidar el ritmo narrativo. Este enfoque humanista, de raíces clásicas, es el que convierte el sufrimiento de los rehenes en un motor constante que impregna la película. Además, el contexto social e histórico esta muy bien reproducido y le añade una credibilidad que Alan Arkin, John Goodman, Bryan Cranston, y el propio Affleck se encargan de trasladar al espectador con sus sentidas interpretaciones.
Argo es una película muy lograda, de aquellas que consigue llegar y generar una buena sensación en la audiencia. Para aquellos que consideran que el final es convencional y anticlimático me remito al suceso real en el que se inspira el film (desclasificado en 1997) y que concluyó de la misma forma como se explica en la cinta. Claro que todo ello no sirvió para que Jimmy Carter mantuviera su puesto. Su gestión en el tema de los 52 rehenes en Irán (444 días de cautiverio) y la acuciante crisis energética fueron la antesala de la marea aplastante que catapultó a Ronald Reagan hacia la Presidencia.