24 de gener del 2012

Bajo el influjo del Pacífico: reflexiones sobre Los Descendientes


En algunas ocasiones, las películas pueden llegar a cautivarte por su cadencia, por un ritmo que es capaz de imponerse al mismo argumento de la cinta. Son films que se caracterizan por una narración que fluye como la corriente de un riachuelo: sin sobresaltos pero con un devenir constante. Este es el caso de Los Descendientes.

El nuevo proyecto de Alexander Payne (Election, A Propósito de Schmidt, Entre Copas) nos introduce en las consecuencias que debe afrontar Matt King (George Clooney) tras el accidente náutico que ha dejado a su esposa en coma. Lo que inicialmente es una premisa argumental de aparente sencillez se va convirtiendo en algo mucho más complejo a medida que la película se va desarrollando. El punto de partida es una excusa que permite explorar cuán intrincado puede llegar a ser el laberinto de las relaciones humanas.

No es mi intención la de espoilear. Solo diré que, a partir del conocimiento de un suceso turbador del pasado, Matt King pasará de la preocupación al duelo mientras trata de enmendar los sentimientos contradictorios que siente por su mujer ausente. Su intención será la de tratar de cerrar las heridas con el fin de superar el suceso. Tanto él como sus hijas necesitarán agarrarse a ese propósito de enmienda, al que antes aludía, como única forma de seguir adelante con sus vidas sin secuelas emocionales irreparables.

Por consiguiente, estamos ante una película plagada de sentimientos muy íntimos que no podrían llegar de una forma tan nítida al espectador si no fuera por la brillante intepretación de George Clooney. Él es el alma del film y, a través de su vivencia firme y optimista, se nos abre la posibilidad de explorar los profundos abismos que deberá superar para mantener unida a su familia.

Suscribo los comentarios precedentes que han catalogado la interpretación de Clooney como la mejor de su carrera. No creo que puedan existir dudas sobre ello. En este aspecto, debo añadir que es la primera vez que le he visto actuar alejándose de sus clásicos tics al estilo de Spencer Tracy y Clark Gable. Unas maneras que se han acabado convirtiendo en icónicas gracias a sus trabajos como hombre de nespresso. Su performance en Los Descendientes es la más natural de su filmografía y la capacidad que demuestra para expresar sus sentimientos es digna del mayor de los elogios.

Adaptando la novela homónima de Kaui Hart Hemmings, Alexander Payne y los guionistas Nat Faxon y Jim Rash, aprovechan la oportunidad para introducirnos en un entorno geográfico que resulta siempre apasionante: el archipiélago de Hawaii. El ritmo menos estresante que preside la vida isleña impregna el film hasta el punto de otorgarle un cierto aire relajante que se ve reforzado, además, por la interesante selección de canciones autóctonas que pueblan la banda sonora de la cinta.

Matt King debe lidiar, además, con la futura venta de un paradisíaco terreno que ha pertenecido a su familia durante casi un siglo y medio. La curiosa configuración de sus parientes (un numerosísimo grupo de primos que, en su mayoría, sueñan ya con el dinero que obtendrán en la transacción) ofrece alicientes extra a un argumento que nunca pierde el foco principal pero que es capaz de incluir subtramas que lo hacen más interesante y completo. Finalmente, acabaremos asistiendo a una lección de vida en varios aspectos. Y nadie podrá salir diciendo que las decisiones que irá tomando Matt King no sean las más adecuadas ante el terremoto emocional que le toca vivir.

Por todo lo expuesto, el valor de la película es inmenso aunque el espectador debe ser consciente de que va a presenciar un conmovedor relato contemporáneo donde la pausada trama se toma su tiempo para ir desgranando las situaciones. La experiencia vale la pena porque la sensación final es la de haber formado parte de un recorrido mágico por unas islas de ensueño.