Steven Spielberg desarrolló muy pronto su pasión por la realización cinematográfica. Siendo niño en Cincinnati, rodaba pequeñas películas en formato super 8 basándose en las experiencias bélicas que le contaba su padre. Esas piezas amateurs mostraban ya el precoz talento de un niño que se acabaría convirtiendo en el Rey Midas de Hollywood.
JJ Abrams pertenece a una generación posterior pero también desarrolló el interés por hacer cine a muy temprana edad. Y, cuando llegó a Hollywood, nunca ocultó su admiración por la obra de Spielberg y George Lucas.
Abrams ha desarrollado una potente carrera en el mundo de las series de televisión y su más rotunda creación, Lost (2004-2010), le ha dado una fuerza inusitada para emprender su carrera en el cine. Pero en su rebosante baúl de ideas, había un proyecto que deseaba realizar con especial interés. Y este proyecto no era otro que Super 8, una película que iba a recoger influencias de los films que a él mismo le marcaron en los 70; obra de su mentor Spielberg.
Abrams quedó fascinado con películas como Encuentros en la Tercera Fase (1977), ET (1982), y otras que, amparadas por Spielberg en la producción, marcaron un antes y un después en la memoria cinéfila de los jóvenes en la década de los 80 (Gremlins, Goonies). Atendiendo a esas sensaciones inolvidables, quería recuperar ese estilo para mezclarlo con la capacidad técnica actual y crear un nuevo referente para las nuevas generaciones.
La mirada del niño ante acontecimientos de ciencia ficción fue un enorme valor que Spielberg aportó al cine en sus primeros tiempos como director. Y Abrams quería partir de esa premisa, que ignora voluntariamente la visión adulta, para introducirnos en las peripecias de un grupo de amigos de Lillian (Ohio) ante una serie de sucesos que acontecen en el pueblo una vez que un tren militar sufre un brutal descarrilamiento en las cercanías.
Si Spielberg nos explicaba las peripecias de un pacífico alienígena a través de los ojos del joven Elliott (Henry Thomas), ahora es Joe Lamb (Joel Courtney) el que se constituye en hilo conductor de la narración. Y, para redondear el homenaje a Spielberg, Abrams crea la trama del rodaje de una película en formato super 8. Una filmación que implica al grupo de amigos justo en el momento en que se desata una amenaza desconocida que influirá en sus vidas para siempre.
Por tanto, nos encontramos ante la recuperación de un estilo narrativo, de un clima, de un ámbito de acción. Y también asistimos a una demostración del amor al cine de su creador. Al introducirnos en el proceso de creación de un film infantil amateur, entramos directamente en la semilla básica del trabajo cinematográfico y Abrams nos lo muestra con un enfoque de proximidad, mezclándolo con la narración sucesiva de los hechos.
Una película de estas características no podía realizarse sin la implicación del creador de esta forma de expresión. Abrams vio su sueño completado cuando consiguió que Spielberg se vinculara en la producción y aportara constantemente su sabiduría en el proceso creativo. Ambos directores mantuvieron numerosas reuniones para moldear un argumento que después Abrams se encargó de trasladar al guión definitivo. Este film no podía hacerse sin la participación de Amblin Entertainment. Además, se sabe que Spielberg visitó varias veces el set de rodaje en West Virginia y estuvo en todo momento implicado en el desarrollo de la película oficiando de productor y no sólo poniendo su nombre (como ocurre en Transformers y Cowboys & Aliens).
Como suele suceder habitualmente en los films de ciencia ficción, con monstruo incluido, todo funciona mejor cuando la amenaza no es visible; cuando asistimos a los sucesos sin saber exactamente quién desencadena los ataques y las muertes. Inevitablemente, la película baja algo en su interés cuando se nos presenta a la criatura y se resuelve el conflicto final. Aún así estamos ante una cinta que cumple con las expectativas y entretiene recuperando valores y esencias que casi habíamos olvidado.
Hay escenas absolutamente memorables en el plano técnico. Destacaría especialmente el accidente del tren militar: una combinación de excelentes efectos visuales con una planificación de escena que te hace entrar de lleno en el peligro que amenaza a los protagonistas. Una auténtica maravilla; un ejemplo de coordinación de los diferentes departamentos técnicos y una muestra del enorme talento de JJ Abrams para dirigir escenas de catástrofes.
Es cierto que la película no es innovadora pero obviamente no pretendía serlo. El film es un homenaje a una forma de hacer cine y recupera un tono narrativo que, en el contexto actual, es muy bienvenido. Me parece que no es arriesgado decir que Super 8 va a emocionar al público infantil de la misma forma en que nosotros (los nacidos en la década de los 70) quedamos enganchados a la pantalla tras ver lo que Spielberg y Lucas nos presentaron en su momento. Sean bienvenidos los revivals que avancen en esta dirección y que consigan hacer que nuevas generaciones queden eternamente atraídas por el séptimo arte.
P.S. para los fans de Lost: en la calle principal del ficticio pueblo de Lillian, hay un bar cuyo nombre se ve en varias ocasiones a lo largo del film. El nombre del bar es "James Locke".