Green Lantern fue creado en 1940 por el guionista Bill Finger y el dibujante Martin Nodell. Desde entonces, ha tenido una larga trayectoria en los cómics llegando a convertirse en uno de los iconos de DC. Tras Superman y Batman, es uno de los personajes más emblemáticos de la editorial y se han ocupado de sus historias algunos de los mejores comic-book authors.
Empiezo el artículo de esta forma porque algunos analistas poco versados en la historia de los cómics, han tratado de relacionar la poca calidad de la película con un personaje de origen que, según ellos, otorga pocas posibilidades para crear una cinta que valga la pena.
Tal aseveración me parece completamente injustificada. Green Lantern, como todos los personajes de cómic que llevan más de siete décadas de existencia, ha pasado por altibajos creativos y momentos de irregularidad pero siempre ha sido un personaje interesante en sus diferentes encarnaciones. Dispone de un universo muy amplio, ofrece tramas cósmicas apasionantes, y, a lo largo de los años, han conseguido integrarlo muy acertadamente en la Liga de la Justicia, desarrollando una interacción importante con Oliver Queen alias Green Arrow.
Ahora bien, el atrayente material que ofrece no ha sido aprovechado en la película que acaba de estrenarse. Nadie podía esperar un argumento oscuro, duro, y desgarrador porque Green Lantern no es Batman. Pero existe un término medio que tampoco ha sido explorado.
El film que protagoniza Ryan Reynolds es demasiado ligero e intrascendente. Tras un prometedor inicio que introduce al espectador en el backstory de los Guardianes de Oa, pasamos a una trama principal que, tras el preceptivo origen del superhéroe, deambula por terrenos excesivamente convencionales. El desarrollo de los personajes es mínimo por lo que la implicación del público adulto en la película es más que dudable. La cinta contiene demasiados fuegos de artificio pero poca base argumental. Y, para colmo, la forma de visualizar la amenaza cósmica, que se cierne sobre la Tierra, resulta demasiado infantil. Recuerda mucho a la representación de Galactus (uno de los mejores villanos de Marvel) en Fantastic Four: Rise of the Silver Surfer.
El tono de la película, derivado de su guión, pretendía atraer y fidelizar al público infantil como reclamo para llegar al espectador adulto. Pero han fracasado en ese objetivo porque las cifras cosechadas en taquilla no auguran una recaudación demasiado brillante. Seguramente, ahora habrán visto que hubiera sido mejor un tono más maduro y una puesta en escena diferente para cautivar más al público adulto, extendiendo un boca a boca positivo que garantizaría una mayor venta de entradas. Este parece ser el rumbo que Warner Brothers tiene previsto seguir en la secuela. Porque, a pesar de las cifras, tienen fe en el personaje y creen que aumentando la contundencia y la madurez del guión podrán reflotar una franquicia que esperan que sea fructífera.
El director Martin Campbell poco ha tenido que ver en el enfoque de la película. Tras ser contratado, se limitó a sacar adelante un proyecto que estaba ya muy avanzado cuando él llegó. Constreñido por la superficialidad del guión, Campbell no ha tenido margen para desarrollar personajes ni para modificar el rimo narrativo establecido. El principal responsable del fiasco es Greg Berlanti, cuyo guión escrito en colaboración con Marc Guggenheim y Michael Green, determinó un tipo de película de superhéroes que se une a una larga lista caracterizada por la intrascendencia y el olvido rápido.
Berlanti, un habitual de las producciones televisivas, es uno de los productores de Green Lantern y también iba a ser su director aunque tuvo que dejar esta última posición cuando le surgió un nuevo proyecto en la pequeña pantalla. Sin duda, utilizó su influencia en Warner Brothers para que el estudio decidiera apostar por su propuesta. Si mantiene su implicación en la secuela, poco podremos esperar de bueno.
Debido a la linealidad y falta de originalidad y profundidad en el diseño de personajes, resulta imposible hablar de las interpretaciones de los actores. Obviamente, se echa en falta una mayor presencia de Tim Robbins y Angela Bassett. Y en cuanto a Peter Sarsgaard, no hay duda de que se trata de un buen intérprete, aunque el personaje de Hector Hammond es uno de los más aborrecibles villanos jamás concebidos. Blake Lively, por su parte, asume un rol sumamente estereotipado. A lo largo del film, la vemos como un florero, sin oportunidad alguna de destacar al tener un papel sin matices, sin personalidad propia. Es una actriz muy bella que ya ha demostrado, en otras producciones, que puede ofrecer bastante en el aspecto interpretativo. Para lo único que le ha servido esta película es para aumentar su conocimiento entre una gran parte del público que no la había podido ver anteriormente.
En conclusión, estamos ante una película que responde a lo cánones habituales del cine veraniego. También es cierto que podría haber sido mucho peor pero el resultado final se queda en tierra de nadie. ¿ Alguien la tendrá presente en su memoria dentro de unos años ?