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18 de març del 2011

Sobre Cameron y Deschanel


James Cameron es un director brillante pero, como saben todos los aficionados al cine, goza de un carácter duro e irascible que ha estallado, en mayor o menor medida, en los sets de rodaje de sus películas.

Conocemos bien los problemas que tuvo con Ed Harris en Abyss y las declaraciones de éste último diciendo que jamás volvería a trabajar con el realizador canadiense. También los enfrentamientos con el montador Ray Lovejoy en Aliens. De hecho, fue el propio director el que montó definitivamente el film aunque nunca fue acreditado por ello. Su animadversión por Lovejoy se tradujo en una broma interna presente en Titanic. Le puso su nombre al vil guardaespaldas de Cal Hockley (Billy Zane), al que dio vida el actor David Warner.
En Titanic estuvo a punto de desatarse una rebelión de actores y extras ante el gran número de horas que debieron pasar en el agua mientras se rodaban los planos del hundimiento. El perfeccionismo de Cameron obligó a rodar durante días las mismas secuencias puesto que no le acababan de convencer los resultados.

Pero, en la pre-producción de Titanic, hubo otro roce que es menos conocido. Cameron nunca ha tenido buenas relaciones con directores de fotografía de gran prestigio. Él mismo se considera capacitado para esta función pero, como no disfruta aún del don de la ubicuidad, tiene que dejar esa responsabilidad en otras manos. Dada la envergadura de Titanic, Cameron y su socio y productor, Jon Landau, pensaron que debían contar con un cinematographer de gran currículum y con experiencia en el rodaje de escenarios marinos.

Así fue como Caleb Deschanel fue contratado para el puesto. Pero muy pronto empezaron las fricciones con el director. Deschanel siempre ofrecía su punto de vista y no adoptaba la actitud remisa que Cameron esperaba en sus subordinados. Durante la grabación de planos de situación en Halifax (Nueva Escocia) surgieron las tensiones definitivas. El DF propuso rodar las escenas de 1912 en tonos ocre, que remarcaran el cambio de época, y acercaran más las imágenes a las fotografías que se conservan. Pretendía darle al film un tono más onírico, más sentimental. Ante tal sugerencia, Cameron reaccionó expeditivamente. Se reafirmó en que toda la película utilizaría la misma paleta de colores y consideró que esa idea sería la última tontería que estaba dispuesto a asumir. Cuando acabaron de rodar las tomas de Halifax, el realizador habló con Landau y le dijo lo siguiente: "Jon, despide a Deschanel y tráeme a Russell..."

Cameron se refería a Russell Carpenter, el director de fotografía con el que había trabajado en True Lies (1994). Un profesional solvente, aunque de perfil bajo, y apto para ser dominado. Con Carpenter sabía que no tendría problemas porque éste siempre ejecutaría sus órdenes sin queja alguna.

El buen Russell demostró su buen entendimiento con Cameron en todo momento y la película pudo avanzar en su rodaje sin problemas en la parcela creativa. Al final, su labor fue tan satisfactoria que acabó ganando el Oscar a la mejor fotografía en 1997. Una gran recompensa para un trabajo que le vino de sorpresa.