Hoy se han cerrado definitivamente los ojos más espeluznantes del Hollywood clásico. La bella Elizabeth Taylor ha sucumbido a una insuficiencia cardíaca crónica que la mantenía ingresada en el Hospital Cedars Sinaí de Los Angeles desde hacía dos meses.
La trayectoria profesional y personal de Liz Taylor es fascinante. Vivió intensamente, amó apasionadamente, y obsequió al público de varias generaciones con trabajos memorables en el cine que perdurarán eternamente.
Taylor nació en Londres en 1932. Era hija de una adinerada familia de norteamericanos que residían en la capital inglesa desde hacía años. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, sus padres decidieron volver a Estados Unidos para escapar de los horrores del conflicto. De vuelta en Los Angeles, en 1940, la belleza incipiente de Liz no pasó inadvertida para uno de los conocidos de la familia y cazatalentos de Universal Pictures. La insistencia del representante del estudio acabó convenciendo a su madre que, a finales de 1941, firmó un contrato en nombre de su hija con la major. Así fue como Elizabeth debutó en el cine con tan sólo nueve años en la película There's One Born Every Minute. A partir de aquí se convirtió en una estrella infantil de gran calado, capaz de llenar los cines con mensajes de esperanza en una época dura y difícil. Metro Goldwyn Mayer fue el estudio que aprovechó mejor sus posibilidades contratándola para aparecer en varias películas de Lassie. Después vendría otro gran bombazo, la película ecuestre Fuego de Juventud (1944), que definitivamente la encumbró como actriz con futuro.
Progresivamente le fueron llegando más papeles de transición que culminaron con Mujercitas (1949), una película de gran formato, dirigida por un gran maestro como Mervyn LeRoy, con un reparto formado por jóvenes que pronto serían estrellas (June Allyson, Janet Leigh) junto a intérpretes ya consolidados como Mary Astor y Peter Lawford. Mujercitas se considera el fin de su primera etapa interpretativa. Con su siguiente film, Traición (1949), empieza su etapa adulta en el cine.
La década de los 50 presenció la consagración de Taylor como actriz de referencia en Hollywood. Tras intervenir en El Padre de la Novia (1950), llegaron títulos como Un Lugar en el Sol (1951), Ivanhoe (1952), La Senda de los Elefantes (1954), Beau Brummel (1954), Gigante (1956), El Árbol de la Vida (1957), La Gata sobre el Tejado de Zinc (1958), y De repente, el Último Verano (1959). Trabajaba con los mejores y disfrutaba de una posición privilegiada en la industria. Su belleza le abría muchas puertas pero también demostraba que más allá de su imagen, disponía de un gran talento interpretativo.
Su turbulenta e inestable vida personal, en la que iba acumulando matrimonio tras matrimonio, no encajaba con la imagen angelical que a veces mostraba delante de la cámara. Pero en la década de los 60, la profundidad de los personajes que interpretó fueron in crescendo. La actriz y la mujer se iban pareciendo cada vez más y así fue como su talento se vislumbró con mayor claridad.
Una Mujer Marcada (1960) abrió una nueva fase en su carrera en la que, con más asiduidad e intensidad, demostró hasta donde podía llegar en su esfuerzo artístico. Gracias a este papel obtuvo su primer Oscar. Tras este film se embarcó en la superproducción Cleopatra, quizá el film por el que más se le recordará. Joseph L. Mankiewicz tuvo que afrontar una accidentada producción que tardó dos años en completar su rodaje. Más adelante, ya tendremos ocasión de comentar con más profundidad lo ocurrido en ese tormentoso set.
Formando ya pareja con Richard Burton, los éxitos no cesaron en su carrera. Con ¿ Quién Teme a Virginia Woolf ? (1966) consiguió su segundo Oscar y siguió transitando por sendas de alta creatividad y exigencia con títulos como La Mujer Indomable y Reflejos en un Ojo Dorado. En los 70 se fue apartando progresivamente del cine y disfrutó de su acomodada situación aceptando colaboraciones especiales en series y películas para televisión.
Su divismo dio paso a la extravagancia y sus apariciones públicas en los 80 y 90 se alejaban de esa imagen idealizada que el cine trataba de perpetuar.
En cualquier caso, el día de hoy supone la pérdida de una leyenda, de un símbolo de belleza y de glamour del Hollywood clásico. Y supone también la pérdida de una maravillosa actriz capaz de hacernos sentir las emociones de una forma directa y, en ocasiones, brutal.
En un próximo artículo analizaré su trayectoria personal que, por sí sola, merece un capítulo especial.