El versátil Juan José Ballesta en pantalla. Como protagonista. Y la épica de vehículo. Con el tumultuoso siglo XIX de fondo. La guerra del francés, concretamente. Pero la película no es precisamente histórica. Se queda corta en este aspecto. Tampoco pretendía profundizar en él.
Bruc ha estudiado una única asignatura: la acción. Con persecuciones y violencia como temas principales. Y ha suspendido. Daniel Benmayor (Paintball), el responsable del trabajo, no ha desarrollado lo suficiente su film, rellenándolo con una subtrama amorosa mil veces vista que, junto con el grueso de la historia, nunca acaba de funcionar. La película no consigue hacer palpitar al profesor, que no necesariamente es un crítico. También lo son aquellos espectadores exigentes con el producto en el que van a sumergirse.
Bruc ha estudiado una única asignatura: la acción. Con persecuciones y violencia como temas principales. Y ha suspendido. Daniel Benmayor (Paintball), el responsable del trabajo, no ha desarrollado lo suficiente su film, rellenándolo con una subtrama amorosa mil veces vista que, junto con el grueso de la historia, nunca acaba de funcionar. La película no consigue hacer palpitar al profesor, que no necesariamente es un crítico. También lo son aquellos espectadores exigentes con el producto en el que van a sumergirse.
En Bruc uno ya intuye –por ver trailer, leer el argumento o conocer de antemano cómo se las gasta Benmayor– que lo que va a ver no será un producto detallista en el ámbito intelectual, sino algo más bien pirotécnico y convencional. Y acierta. La película no requiere activar muchas neuronas y sigue la trillada estructura de amor, tragedia y venganza. Esta vez, con predilección por el segundo tema, que es donde el entretenimiento suele surgir más fácilmente a base de acción impactante y buen ritmo. Algo que sin duda posee esta nueva recuperación de la leyenda del tamborilero del Bruc. Una película que, sin embargo, resbala por su alarmante falta de emoción y profundidad, dos requisitos fundamentales del cine épico que muchísimos críticos ya exigieron a Ridley Scott en su reciente Robin Hood (2010).
El resultado, que pese a los claros errores de guión no está lejos del aprobado, es algo así como una insulsa y americanizada versión catalana de Apocalypto (Gibson, 2006) con referencias innecesarias al Schwarzenegger que apareció en Depredador (McTiernan, 1987). Esto no significa que a Bruc le haya faltado cebarse en sangre y disparos, sino que su contenido violento está hueco, es gratuito.
Aparte de la soberbia pero algo desaprovechada interpretación de Ballesta, lo verdaderamente destacable de este film es su aspecto visual. Benmayor ha contado con cuidados atuendos y armas del pasado –excepto una especie de trabuco-ametralladora a lo Rambo que no cuela ni en pintura– y también con Montserrat y sus espléndidos paisajes, que bien sirven para extasiarnos con su belleza natural, como para rodar con buena técnica alguna que otra secuencia de acción vertiginosa.
Todo ello, por desgracia, con una notoria falta de pasión, convierte al producto en algo insípido, perfecto para espectadores poco exigentes que, buscando entretenimiento sin fondo, darán con una película comercial y simple que se desinfla gradualmente tras su prometedor comienzo. Y es una pena para el resto del público.