La delgada línea roja es una película absolutamente fallida que no debiera haberse rodado con el planteamiento que iba a darle el perezoso y justamente incomprendido Terrence Malick.
Una película bélica nunca puede transitar por los senderos que Malick define. Es una cinta que había despertado interés por hablar del conflicto de la Segunda Guerra Mundial en el teatro de operaciones del Pacífico (no está tan visto como el frente europeo) y también había generado expectación por el impresionante reparto que se había reunido.
Tras verla, una decepción enorme me invadió. No se podía desilusionar de una manera tan fuerte a la mayor parte de los espectadores. Para hacer lo que Malick se proponía, hubiera bastado una película de bajo presupuesto con pocos escenarios y personajes que, eso sí, estarían hablando durante tres horas de lo horrible de la guerra.
No quiero ser injusto, no me parece mal que las películas bélicas critiquen la guerra que es, por definición, una situación terrible en la que se ven inmersos personas muy jovenes que tienen muchas opciones de morir o de ver truncada su vida para siempre. Lo que no acepto es que se plantee un film sólo desde esta óptica y se menosprecien factores tan relevantes como el interés, el ritmo, y los impactos que debe tener cualquier película bélica. Creo que para hacer esto, no era necesario que Malick saliera de su retiro.
Los resultados económicos y artísticos del film avalaron la opinión mayoritaria de que la película había sido un producto infumable que no tenía ningún aspecto positivo en el que agarrarse. A veces, hay directores que pueden continuar tranquilamente con su hibernación profesional porque cuando salen de la cueva pueden ser auténtico veneno para las taquillas.