Con esta reflexión, tan fácil de confundir con un eslogan publicitario, se despedía Nicolas Winding Refn: “beauty isn’t everything, it’s the only thing”… Y sus palabras seguían resonando en la sala antes de la esperada proyección. Los aplausos también. Pero no eran para el cineasta que no había podido venir. Sino para celebrar el vídeo doméstico que, a modo de presentación, él mismo había grabado y enviado al festival para la introducción de su nueva película: The Neon Demon.
De haber sido posible, los presentes habríamos escuchado su particular sentencia en directo, ya que estaba invitado a volver tras una edición de la que se marchó portando el Premio Máquina del Tiempo. De haber sido posible, este año también le habríamos visto partir con otro galardón: la placa que acredita el Premio José Luís Guarner. O lo que viene a ser lo mismo, el reconocimiento a la película que hoy nos ocupa por parte de la crítica especializada (Associació Catalana de Crítics i Escriptors Cinematogràfics). Pero ni lo uno ni lo otro. Premios a un lado, tan solo la herencia del género selfie. Un vídeo en el que NWR conseguía encuadrar a Nicolas Winding Refn y su teatralizada expresión junto al cartel de El Topo (Alejandro Jodorowsky, 1979). Mientras los presentes se preguntaban si no sería semejante asociación la auténtica declaración de intenciones…
De nuevo la oscuridad y el silencio, a la expectativa. Aquella que deviene satisfacción cuando Cliff Martínez reclama su parte. La banda sonora de la película inicia el proceso de hipnosis y la entrada de los títulos de crédito, tan sugerentes y estilizados como todo lo que estaba por llegar, lo completan. Que era una obra de NWR no cabía la menor duda. Su estilo le precede de un modo que resultan innecesarias las presentaciones. El primer plano de la película, el mismo que ocupa la portada, y la extraña sensación de que también podría ser el último. Belleza y muerte, Eros y Thanatos. “The only thing” le da la mano a aquello que realmente es único y seguro, la muerte, y de este modo Refn prosigue con su historia.
Una joven e inocente aspirante a modelo, recién llegada a Los Ángeles (a la que da vida la actriz y también modelo Elle Fanning), consigue hacerse rápidamente un espacio en el mundo de la moda y empezar a vivir todo aquello para lo que no está preparada (y quizá el espectador tampoco). Desde la inhospitalidad del casero (en manos de un sorprendente Keanu Reeves), hasta las mentiras de su agente (la breve pero magnífica Christina Hendricks). Todo ello amenizado por la protección de la maquilladora y el necesario pretendiente y, asimismo, por el dominio del fotógrafo con ínfulas de artista, la pedantería del diseñador en la cumbre y la envidia de sus compañeras antes establecidas.
En consecuencia, un intenso paseo a través de los miedos, la soledad y el ego que todo triunfo conlleva. Sentimientos que se manifiestan a lo largo de dichas relaciones arquetípicas con personajes que también lo son. Aunque tratándose del mundo de la moda, la situación puede ser mucho peor y eso es algo que Winding Refn no quiere que olvidemos. Pero, en su intento, lo argumental pasa a un segundo nivel narrativo y son las imágenes las que han sido compuestas para la posteridad. De hecho, Refn coge prestado el tema del que parte (la crítica a la competencia malsana de la moda es algo por todos conocido) y lo completa con una apuesta formal excesiva, precisa e hipnótica que parece reclamar en cada plano la firma de su autor. Si los pintores pueden, ¿los cineastas por qué no?
Como ya hiciera en su anterior película, Only God Forgives, Refn parece decidido a seguir componiendo imágenes ilustrativas, más allá de las historias que las originan: de su particular interpretación sobre el perdón de Dios, cuando nadie parece haberle invitado, a las formas vampíricas que adopta el mal, mientras el bien representa la única opción aparente. Porque una y otra obra están unidas por algo más que una firma y la posibilidad de un díptico sobre la dicotomía del bien y el mal. Ambas películas se erigen en el lado más cálido y expansivo del espectro cromático y buscan el contrapunto del azul frío cuando resulta necesario. Asimismo, el hecho de que sendos directores de fotografía, Larry Smith (con quien repetía tras Bronson) y Natasha Braier, sean profesionales del sector con caminos tan diferenciados y compartan en las películas de Refn un pormenorizado trabajo sobre la luz y el color, dice mucho de la obsesión del cineasta en relación al potencial fotográfico.
Sin embargo, en The Neon Demon, Refn parece haber corregido uno de los aspectos más descuidados de su anterior trabajo y ha sabido dotar de homogeneidad al guión técnico y al literario por igual. En Only God Forgives, la falta de cohesión narrativa derivaba en una historia involuntariamente episódica, en la que la sucesión de acontecimientos carecía de la justificación emocional indispensable para su credibilidad. Más allá de la reivindicación que pudiera ofrecer el guionista, en este caso, el propio Refn. Por eso, ahora que la guionización de The Neon Demon surge de un proceso a tres mentes, junto a Polly Stenham y Mary Laws, no es atrevido decir que sus mejores trabajos son fruto de la colaboración con varios escritores y su obra estrella, Drive, de la abstención. Porque si de algo peca Nicolas Winding Refn es de querer ser demasiado NWR. Pero no hay crítica posible en hacer del nombre un producto, en patentar la autoría desde la creatividad, aunque prestada de Godard (JLG). Los cineastas que asumen la dimensión de todos los procesos creativos que confluyen en el cine son más que bienvenidos. Intentar sentar cátedra y dejar para la posteridad un sinfín de frases lapidarias, como la que inicia este artículo, ya es otra cosa.
Porque dicha reflexión inicial se antoja más como una herramienta de dialogo, casi filosófica, para lidiar con la película que una verdad a aceptar. Así suena en boca de Refn, desde un principio, y así quiere sonar. Pero cuando es el famoso diseñador de moda que aparece en la película quien repite esas palabras, el espectador empieza a entender que, aunque Refn pretende todo lo contrario, su parecido es más que alarmante. Si es una manera de expiar sus propios pecados, solo él lo sabe. El vampirismo existe en la moda y en el cine por igual. De hecho, es evidente la transversalidad actual en el mundo de la imagen: publicidad, televisión, cine, moda… Pero Refn se defiende. El diseñador puede ser deleznable, pero en su obsesión por la imagen solo deja de ver aquello que no le interesa: durante un casting se entretiene dando forma al pañuelo que adorna el bolsillo de su americana y el mundo desaparece a su alrededor, pero cuando la belleza real se presenta ante él nada le separa de ella. ¿Talento innato? Pedantería también.
En definitiva, Refn pretende hacer con el cine lo que el poeta hace con la prosa, vaciando argumentalmente sus últimas películas como reflejo del vaciado prosaico que todo bardo se ha pautado, cuando busca, no el adjetivo complementario, sino el sustantivo que no lo necesita. Esta claro que, si la belleza no lo es todo, Refn encuentra en su búsqueda y en la reflexión formal el auténtico sentido artístico. Esperemos que no se pierda buscando ni se exceda subrayando. Porque, como decía Lubitsch, en el cine es mucho “mejor sugerir que mostrar”, pero sugerir por insistencia es otra manera de manifestar.
Un artículo de Adriano Calero.