5 de març del 2014

Gable & Lombard: relato de un romance

En un tiempo lejano, había una vez un varonil caballero, con perfil elegante, voz grave, y porte seductor que era protagonista de varias historias maravillosas en una tierra llamada “El mundo mágico del Cine”, en el Reino de Hollywood.
Un buen día, unos altos dignatarios del gobierno del Reino conocidos como NBC lo coronaron “Rey de Hollywood” por su continuo buen hacer. Al lado de “La Reina”, Myrna Loy, gobernaron juntos durante años esas tierras de sueños prometidos de fama, fortuna y gloria hasta que apareció en escena una plebeya que, aún siendo una gran actriz con carácter bromista y considerada como la mejor pagada en 1937, no era reina de esas tierras: Carole Lombard.
El Reino de Hollywood estaba enemistado con el Reino de Los Ángeles, quienes siempre ignoraban a los representantes de la tierra de “El mundo mágico del Cine” en sus más famosas celebraciones sociales.

Así pues, como respuesta a esa afronta personal del Reino de Los Ángeles, Hollywood decidió en enero de 1936 celebrar su famoso Baile Mayfair en el Restaurante Victor Hugo, en Beverly Hills, invitando a la flor y nata de la sociedad.   
Y fue aquí donde al Rey Gable le presentaron a la plebeya.

Ambos tenían una “carrera paralela” como símbolo sexual en las columnas de chismes de los principales periódicos del Reino de tal manera que, cuando se produjo este encuentro, el uno conocía muy bien al otro a través de los tabloides y también a raíz de haber trabajado juntos tres años atrás en “No man of her own”. Como en toda historia de amor que se precie, al principio se pelearon en dicho baile, pero el amor no tardó en aparecer.


El Reino de Hollywood volvió a organizar otro evento importante un mes más tarde: el baile “Depresión Nerviosa”.  Carole, fiel a su fama de bromista y rebelde, se presentó en ambulancia y camilla, sorprendiendo gratamente a Gable, quien se enamoró de ella perdidamente.

Un tiempo después, se celebró otra festividad muy importante para ellos, el Día de San Valentín. En esta ocasión, nuestra protagonista, sabiendo que al Rey le gustaban mucho los coches, compró uno bastante destrozado, lo pintó de blanco con corazones rojos, y se lo envió a sus tierras, los estudios de la Metro-Goldwyn-Mayer. Y aquí fue cuando el Rey ya no quería otra Reina que no fuera la plebeya Carole Lombard.
Pero como no todos los cuentos son de color rosa, este también tiene otros colores que le dan forma hasta su desenlace trágico.
Gable estaba casado con una rica mujer de sociedad, 17 años mayor que él, de la que no tenía ninguna intención de divorciarse por dos motivos: el primero, porque se arriesgaba a una gran demanda por parte de ella que él no pretendía pagarle en caso de divorcio y, el segundo, porque la propia MGM le exigía en su millonario contrato una cláusula de moralidad. Y Lombard, teniendo en cuenta la casta sociedad existente en esa época, se había divorciado recientemente de William Powell, no siendo considerada un ejemplo de virtud.


Pero estaba claro que estaban hechos el uno para el otro y que Carole fue un soporte vital para Clark. Ante la duda de Gable de aceptar el papel de Rhett Butler en Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, 1939), fue ella quien le animó a que asumiera el reto ya que, gracias a este, el actor pudo conseguir el divorcio de su esposa. David O. Selznick, productor del Reino de Hollywood que quería a Gable para dar vida a Rhett, lo pidió prestado a Louis B. Mayer, que además era su suegro. A cambio de este acuerdo, se estableció una financiación de los derechos de distribución de la película y el 50% de los beneficios, ofrecimiento que ayudó a la hora de conseguir el divorcio.
Pero otro malvado peligro acechaba a la feliz pareja. La revista Photoplay, en su artículo “Esposos y esposas no casados de Hollywood”, ponía en un serio dilema al Rey  y a la plebeya. Estaban a punto de empezar a rodar “Lo que el viento se llevó”, película para la que se había invertido muchísimo, y Mayer no estaba dispuesto a que un nuevo escándalo tirara el proyecto por la borda. Conscientes de ello, Gable y Lombard se casaron en cuanto el actor obtuvo el divorcio en 1939, a dos meses de que empezara la grabación.

Su boda no fue el gran espectáculo mediático que cabía esperar de dos grandes estrellas del Reino del Cine pero sí fue mágico para ellos. Tomándose seis días libres, Gable se llevó a Lombard a Arizona en su carruaje. Conducía Otto Winkler, publicista de la MGM, quien en un cupé azul DeSoto les ayudó en todo momento; su propia mujer les proveyó de bocadillos para el viaje. Pararon a las afueras del Reino de Los Ángeles a comprar flores: dos claveles rojos para él y un ramillete de lilas y rosas para ella. Se dieron el “sí quiero” en la Primera Iglesia Episcopal Metodista de la población de Kingman (una de las localizaciones de la mítica Ruta 66). El Rey tenía por entonces 38 años y la adorable plebeya 30. Antes de volver a partir, un mensajero real le llevó la noticia de la boda a Selznick. Ya nada podía entorpecer la marcha de la película tan importante que tenía entre manos.


Pero no todos los cuentos tienen un final feliz…

Felices durante un tiempo, llegó la II Guerra Mundial. En 1942, Carole se unió a las actividades que se estaban llevando a cabo en la comunidad para ayudar a financiar los gastos que el conflicto armado estaba ocasionando. Cuando volvía de uno de estos eventos, el avión en el que viajaba también su madre y su amigo y colaborador en la boda, Otto Winkler, se estrelló. Desconsolado, el Rey de Hollywood se alistó en las fuerzas aéreas y sobrevoló en varias ocasiones Alemania. Se casó dos veces más y murió en 1960, cinco meses antes de que naciera su hijo.

La plebeya Carole Lombard no pudo conseguir el papel de Scarlett O’Hara que tanto anhelaba en su momento pero obtuvo el trofeo más importante de su vida: conquistar al hombre que amó hasta su muerte, a su Rey Clark Gable.