La tarea de adaptar al cine un musical titánico, que ha congregado a 60 millones de espectadores a lo largo de su extensa trayectoria teatral, puede ser considerada como una misión casi imposible. La necesidad de grandes escenarios, vestuario y amplio reparto, requerían de medios infinitos que Universal y Working Title decidieron poner en juego tras el éxito del concierto especial en celebración del 25 aniversario del estreno de la obra en el West End londinense.
Ante un reto de tal magnitud, la posibilidad de fracasar es altísima. En este sentido, la máxima responsabilidad ha recaído en el director Tom Hooper (El Discurso del Rey, The Damned United) y en cuan acertado pudiera estar a la hora de configurar un reparto talentoso y mediático. Al mismo tiempo, Hooper debería lidiar con una producción gigantesca en todos los sentidos, disponiendo de muchos recursos, pero con una exigencia que no habría sentido antes.
Son retos muy potentes que, de alguna manera, podían favorecer el escepticismo ante el resultado final de la película. Pero poco después de sentarse en la butaca, esa incógnita desparece cuando saltamos de lleno a una escena introductoria que tiene una fuerza dramática arrolladora. A partir de ese momento, presenciamos un espectáculo mágico y absorbente, plagado de un gran abanico de momentos sentimentales contrapuestos. Estamos ante una epopeya colosal que consigue llegar al espectador de la misma forma que lo lograba el montaje teatral. Hooper alcanza el nivel esperado y lo hace de la mano de unos intérpretes magníficos que son capaces de tocar la fibra sensible del espectador mientras disfruta de la inigualable sensación de plenitud artística que el género musical es capaz de ofrecer.
Los Miserables es un drama épico inmortal. Un texto original que se debe a la genialidad de Victor Hugo (1802-1885) y que en los años 80, del pasado siglo, fue adaptado al formato musical por Alain Boublil y Claude Michel Schönberg, a los que después se agregaron Trevor Nunn, John Caird y Herbert Kretzmer para la versión inglesa que tanto éxito ha cosechado en todo el mundo durante más de dos décadas. Históricamente situada en la Francia convulsa de la restauración monárquica y de la quiebra de los ideales de la Revolución de 1789, Los Miserables dispone de un contexto fuertemente dramático que se combina con la tragedia personal de los personajes principales que, en su recorrido, deberán posicionarse en una lucha por prevalecer que no todos conseguirán. Una lucha de voluntades especialmente ejemplificada en el enfrentamiento visceral entre Jean Valjean y Javert. El idealismo y el sentido de la justicia y el perdón temblarán al paso de la relación antagónica que estos hombres pondrán en juego.
Encarnando a Valjean, Hugh Jackman pilota la película con una labor impresionante que depara momentos de una intensidad dramática monumental. A su lado, tenemos a un sorprendente Russell Crowe en el papel del inspector Javert. Sabíamos que disponía de los recursos para encarnar a un gran villano pero su interpretación vocal es más que correcta y destaca especialmente en el tema "Stars" donde, sólo en una azotea de París, expone su declaración de principios.
Anne Hathaway, por su parte, está espléndida en el papel de Fantine y su interpretación del tema "I Dreamed a Dream" es para mí el momento más emotivo y sentimental de una película que está rebosante de temas que tocan la fibra sensible.
Tal como sucede en la obra teatral, el argumento pierde intensidad cuando el reparto más joven hace su aparición. La cursilería entra en juego y vivimos los momentos más tediosos del relato. Sin embargo, el regreso de la focalización hacia los personajes de Valjean y Javert, acercándose hacia su encuentro final, recupera fuerza e intensidad. El heroismo de los rebeldes en la barricada bajo los acordes del tema "Do You Hear the People Sing?" vuelve a seducir hasta el mismísimo final.
No obstante, querría destacar la interpretación de Samantha Barks que, en el papel de Éponine (ya la interpretó en el West End y en el concierto de 25 aniversario), realiza una interpretación prodigiosa al disponer de una voz maravillosa que le permite transmitir sus sentimientos de una forma más clara y convincente. En su duelo artístico (que no personal) con Cosette (Amanda Seyfried) resulta clara vencedora.
La decisión de Tom Hooper de filmar a los actores cantando, mientras rodaban, fue una apuesta técnica complicada pero refuerza la calidad artística de la cinta puesto que las interpretaciones son más sentidas, más reales. Por muy bien que se haga el playback siempre falta ese componente de realismo que Hooper obtiene en Los Miserables. De alguna manera, su idea fue trasladar a la película el formato teatral en toda su extensión, con los actores cantando en directo, y reduciendo a la mínima expresión el texto no musical. El resultado es un film que se beneficia de los recursos que otorga el cine, en cuanto a grandes escenarios y panorámicas, pero que, en su esencia, es lo más cercano al musical teatral que se ha conseguido hasta ahora.
La película no invita a todo el público, sólo a aquellos que estén dispuestos a aceptar las convenciones del género. El film no funciona por sometimiento sino por catarsis.