Marvel Studios ha presentado este año a Thor y al Capitán América y los ha introducido, con éxito, en el universo que ellos mismos iniciaron con Iron Man y Hulk. Cada una de estas películas ha sido una pieza de un puente que nos acerca cada vez más a Los Vengadores, el macroproyecto más exigente en la corta historia de esta joven compañía.
Las dos películas estrenadas este año comparten una valoración similar. Son films bien realizados, con repartos muy cuidados y acertados, buenas localizaciones, y un amplio despliegue de medios. Pero las dos cintas irradian la sensación de ser meros capítulos de una saga. Ambas producciones tienen dos caras diferenciadas en sus respectivos metrajes. Disponen de fases sumamente trenzadas y estructuradas pero también manifiestan amplios bajones de ritmo. Al mismo tiempo, la falta de capacidad conclusiva de sus argumentos les otorga una cierta sensación de películas inacabadas. Consiguen que el público aumente su expectación por Los Vengadores pero, como películas aisladas, resultan demasiado episódicas.
El plan de Kevin Feige (el hombre al mando en Marvel Studios) siempre me ha parecido brillante y deben seguir por este camino pero creo que Iron Man y El Increible Hulk funcionan mejor como películas independientes que las tres últimas que han producido (Iron Man 2, Thor, Captain). Quizá el hecho de que cada vez nos acercamos más a la reunión de los diferentes personajes en The Avengers, provoca que estos films recientes asuman un papel excesivo de antesala hacia lo que vendrá en perjuicio de su propia individualidad.
Entrando ya en la valoración de Capitán América (que contiene algún spoiler), tengo que hacer constar lo fantástica que me resultó la primera parte del film. La presentación de Johann Schmidt alias Cráneo Rojo (Hugo Weaving), la conexión con el universo cósmico de Asgard a través del Teseracto; y las peripecias de un débil Steve Rogers (Chris Evans) en su vano intento de alistarse para combatir en la Segunda Guerra Mundial, suponen una magnífica experiencia cinematográfica que destaca por el equilibrio de un argumento en constante tensión dramática.
El diseño de producción y vestuario de la cinta resulta excelente. Desde el primer momento, te sientes immerso en los años 40 tanto sea en una fría Noruega como en las calles de Brooklyn o en la exposición tecnológica en Corona Park (Queens), donde un joven inventor y empresario llamado Howard Stark (Dominic Cooper) hace su aparición abriendo una tradición familiar que su hijo continuará setenta años después. Viendo a Howard en acción, es más que evidente de quién ha heredado Tony su carisma y encanto.
La inoculación del suero de supersoldado a Rogers y su primera actuación convertido ya en un magnífico ejemplar físico supone el final de esta espléndida introducción de cincuenta minutos. Coincido con mi amigo Octopus en la sensación recibida. Yo también pensé en aquel momento que estábamos ante una de las mejores películas de superhéroes jamás realizadas. La experiencia en el cine estaba resultando apasionante y ver al Capitán en un escenario de guerra parecía que prometía aún más.
Pero la siguiente hora del metraje supone un tremendo bajón en la expectativa creada. Lo que hasta el momento había sido una crónica argumental pletórica de ritmo e interés, se convierte en una sucesión de escenas de combates poco relevantes que nos conducen hacia una conclusión que recupera parte del temple y que, finalmente, consigue dejarnos con ganas de mucho más cuando Rogers irrumpe en el Nueva York de nuestros días.
El desarrollo de los personajes que, también en la primera parte había rayado a gran altura, se disuelve en el nudo del film. Es importante destacar la labor de Stanley Tucci como Abraham Erskine, un judío alemán creador del suero de supersoldado. Un personaje con un interesantísimo pasado que otorga a la película algunas de sus mejores frases. Hugo Weaving, por su parte, demuestra, nuevamente, su gran categoría interpretativa y consigue más de lo que su papel le permite.
Tommy Lee Jones y Hayley Atwell también realizan un fantástico trabajo y Chris Evans cumple en su papel consiguiendo que nos olvidemos completamente de las payasadas de Johnny Storm en los 4 Fantásticos. Asume el papel del idealista y abnegado Steve Rogers y lo caracteriza como debe. En este sentido, su elección supone un acierto.
Joe Johnston fue elegido para dirigir la película por su background previo en películas de época (Rocketeer, October Sky) y realiza un buen trabajo mientras el guión mantiene un ritmo alto. Pero cuando el libreto pasa a ser una crónica de sucesos, Johnston falla y se deja llevar sin equilibrar las escenas de acción con otras de mayor profundización en los personajes. Su irregularidad como realizador se corresponde con la sensación final que transmite la película.
Aún así, la cinta es interesante y recomendable. Es una buena incorporación a la galería de personajes de Marvel Studios y ofrece posibilidades de futuro muy notables. Las reticencias que se observan proceden de los espectadores que tenían expectativas demasiado elevadas.