Un director de prestigio, Fred Amiel (Barry Sullivan), una actriz en la cumbre, Georgia Lorrison (Lana Turner), y un escritor de éxito, James Lee Bartlow (Dick Powell), se reúnen con el productor Harry Pebbel (Walter Pidgeon) en el despacho del ausente Jonathan Shields (Kirk Douglas) quien, desde París, desea conseguir que todos los presentes se impliquen en un ambicioso proyecto cinematográfico.
En ese despacho que ha sido testigo de la ascensión y consolidación de Shields como uno de los grandes productores de Hollywood, se origina una trama apasionante que desgrana, a través de flashbacks, los hechos fundamentales de la trayectoria profesional de un hombre egocéntrico y ambicioso. Aunque, en realidad, tras esa máscara se esconde un hombre víctima durante toda su vida de la alargada sombra de su difunto padre, que en su momento fue uno de los grandes del negocio. Ahora busca construir su propio camino y empieza desde la nada, sumando esfuerzos y logrando triunfo tras triunfo hasta crear su propio estudio.
A lo largo de este difícil y tortuoso camino, Shields deja varias víctimas, siendo las más destacadas Amiel, Lorrison, y Bartlow. Cada uno de ellos resulta perjudicado, de manera bien diferente, pero todos llevan la marca de Jonathan.
Además de las magníficas interpretaciones, lo que resulta más interesante de la película es su guión y dirección. Charles Schnee adapta un argumento de George Bradshaw y le da una dimensión amplia y glamurosa que encandila desde el primer momento. Se trata de un film que habla sobre la era dorada de Hollywood desde la misma posición histórica puesto que es una producción de 1952. Es un análisis de la industria realizado por los mismos que contribuyeron a edificarla y eso le da un aliciente extraordinario.
Los flashbacks que nos describen las experiencias de cada uno de los "damnificados" de Shields son el mecanismo que utiliza el gran Vincente Minnelli para mostranos los diferentes elementos que forman parte de la actividad cinematográfica. Con Amiel somos testigos de lo que representa el trabajo del director y los esfuerzos mayúsculos que hay que realizar para poder establecerse. Lorrison representa la dimensión actoral, enseñándonos como la hija de un reputado productor, que vive prácticamente en la mendicidad, puede llegar a convertirse en una estrella si recibe la oportunidad en el momento justo y si es capaz de superar el reto. Shields se fija en ella porque ambos comparten la carga de ser vástagos de hombres que fueron titanes del negocio. El miedo de no estar a la altura, de no colmar las expectativas de sus respectivos padres, les ha convertido en lo que son y necesitan, más que cualquier otra persona, el reconocimiento público por su trabajo. En todo momento, cree que darle la oportunidad de actuar y ayudarla a ascender es un caso de "justicia poética".
En ese despacho que ha sido testigo de la ascensión y consolidación de Shields como uno de los grandes productores de Hollywood, se origina una trama apasionante que desgrana, a través de flashbacks, los hechos fundamentales de la trayectoria profesional de un hombre egocéntrico y ambicioso. Aunque, en realidad, tras esa máscara se esconde un hombre víctima durante toda su vida de la alargada sombra de su difunto padre, que en su momento fue uno de los grandes del negocio. Ahora busca construir su propio camino y empieza desde la nada, sumando esfuerzos y logrando triunfo tras triunfo hasta crear su propio estudio.
A lo largo de este difícil y tortuoso camino, Shields deja varias víctimas, siendo las más destacadas Amiel, Lorrison, y Bartlow. Cada uno de ellos resulta perjudicado, de manera bien diferente, pero todos llevan la marca de Jonathan.
Además de las magníficas interpretaciones, lo que resulta más interesante de la película es su guión y dirección. Charles Schnee adapta un argumento de George Bradshaw y le da una dimensión amplia y glamurosa que encandila desde el primer momento. Se trata de un film que habla sobre la era dorada de Hollywood desde la misma posición histórica puesto que es una producción de 1952. Es un análisis de la industria realizado por los mismos que contribuyeron a edificarla y eso le da un aliciente extraordinario.
Los flashbacks que nos describen las experiencias de cada uno de los "damnificados" de Shields son el mecanismo que utiliza el gran Vincente Minnelli para mostranos los diferentes elementos que forman parte de la actividad cinematográfica. Con Amiel somos testigos de lo que representa el trabajo del director y los esfuerzos mayúsculos que hay que realizar para poder establecerse. Lorrison representa la dimensión actoral, enseñándonos como la hija de un reputado productor, que vive prácticamente en la mendicidad, puede llegar a convertirse en una estrella si recibe la oportunidad en el momento justo y si es capaz de superar el reto. Shields se fija en ella porque ambos comparten la carga de ser vástagos de hombres que fueron titanes del negocio. El miedo de no estar a la altura, de no colmar las expectativas de sus respectivos padres, les ha convertido en lo que son y necesitan, más que cualquier otra persona, el reconocimiento público por su trabajo. En todo momento, cree que darle la oportunidad de actuar y ayudarla a ascender es un caso de "justicia poética".
Y finalmente, la historia de Bartlow nos introduce en la vida de un escritor, ganador del Premio Pulitzer, que, como muchos otros de sus colegas, es reclutado por Hollywood para escribir guiones. Esta labor queda maravillosamente reflejada apareciendo los dos elementos principales que caracterizan al guionista: la soledad en el proceso creativo y las demandas y presiones de los jefazos que siempre necesitan un guión terminado para poner en marcha el engranaje de una película.
El ascenso de Shields es la crónica de un esfuerzo continuado y de una ambición desmedida. Su historia se inspira en la trayectoria de muchos cineastas y en las vivencias y experiencias de futuros mitos del celuloide que tocaron todas las teclas del proceso hasta recibir la confianza para iniciar sus propios proyectos. En Cautivos del Mal vemos como Shields y Amiel empiezan trabajando en las producciones de serie B de la factoría de Harry Pebbel, un productor especializado en films de corte fantástico, con presupuestos bajos, pero siempre taquilleros.
Así pues, vemos el proceso de creación fílmica desde todas las ópticas, desde la experiencia de todos los implicados. Un proceso que, como toda actividad humana, implica éxito y fracaso, alegría y decepción, amistad y traición.
Sin embargo, los personajes que en algún momento se han cruzado con Shields no han salido tan perjudicados. Pebbel les recuerda que todos ellos son ahora referencias en sus respectivos campos y eso también se lo deben a la confianza que Jonathan les ofreció al principio de sus carreras. En este sentido, resulta magistral la última escena del film, en la que Shields expresa su habitual entusiasmo ante un nuevo proyecto esperando conseguir que sus antiguos colegas se impliquen. Pebbel parece ser el único que acepta el reto y los otros tres abandonan el despacho. Pero, en su interior, saben que se están perdiendo algo apasionante y, mediante otro teléfono, no pueden resistirse a escuchar lo que vehementemente propone. El ego personal acaba cediendo ante la posibilidad de volver a trabajar con uno de los mejores.
Vincente Minnelli dirigió este gran clásico que obtuvo cinco Oscars (guión, actriz de reparto - Gloria Grahame -, fotografía - Robert Surtees -, dirección artística - Cedric Gibbons...-, y vestuario - Helen Rose). Desafortunadamante, Kirk Douglas no pudo alzarse con el premio a la mejor interpretación. Ese año el galardón fue para Gary Cooper por su papel en Solo Ante el peligro (High Noon).
En cualquier caso, estamos ante una de las mejores representaciones del subgénero conocido como el "cine dentro del cine". El film es una de las joyas no musicales de Metro Goldwyn Mayer y un título absolutamente imprescindible del cine de los 50.