Las virtudes del cine británico han sido tan extensamente glosadas que ya no tiene demasiado sentido añadir más reconocimientos. Este año tenemos en la película "El Discurso del Rey" al último ejemplo de esta maestría caracterizada por la exquisita narración de historias, el clasicismo visual elegante tan propio de dicha factoría, y por supuesto, la maravillosa calidad interpretativa de sus actores protagonistas.
Tom Hooper en la dirección y David Seidler, con su calculado guión, nos adentran en un pasaje de la historia inglesa del siglo XX que fue silenciado durante décadas pero que resultó un acontecimiento importante y significativo. La tartamudez e incapacidad del Duque de York y futuro Rey, Jorge VI, para pronunciar sus discursos, en una época en la que todo el pueblo inglés seguía las alocuciones radiofónicas buscando inspiración y fortaleza ante las adversidades, nos permite hacernos a la idea del gran problema que, para un futuro monarca, representaba esa debilidad.
El especialista en dicción, Lionel Logue, ayudó durante casi veinte años a Jorge VI y personalmente le prestó su inestimable colaboración guiando los discursos del monarca inglés durante la Segunda Guerra Mundial.
La película, por obvias necesidades artísticas, condensa acontecimientos y situaciones para conseguir el ritmo deseado pero sus responsables realizaron varias correcciones en el guión, antes de rodar, hasta asegurarse que habían obtenido una representaciíon honesta de los hechos principales.
Tengo una dualidad importante sobre Colin Firth. Es un magnífico intérprete pero, por otro lado, siempre le veo en una determinada línea de personajes en los que muestra su excepcional contención y sobriedad como principal rasgo interpretativo. Pero, en esta ocasión, debo admitir que logra salirse, en varias ocasiones, de ese esquema para otorgarnos algunos trazos iracundos que, a mi entender, le confieren aún mayor entidad como actor. Su trabajo es magnífico y están plenamente justificadas las albanzas que ha recibido y que puede obtener próximamente.
Sin embargo, debo reconocer también que Geoffrey Rush consigue ser mejor en el papel de Lionel Logue. Con su particular físico y, disponiendo de una mirada que traspasa la pantalla, Rush es un intérprete de enorme jerarquía. Es un actor supremo precisamente por su discreción, por insinuar más que hacer, por representar todas las emociones sin lujos ni artificios. Le ocurre como a todos los grandes directores, que son buenos porque no dirigen, porque en base a unas consignas tienen tanto conocimiento que supervisan una escena y la dan por válida sin necesidad de gritar. Porque consiguen conectar con los actores a un nivel que no todos pueden lograr. Rush es un fenómeno tanto en momentos de solemnidad como cuando se puede conceder más alardes. Es capaz de ofrecer todas las emociones con credibilidad y es justo que la película termine con un primer plano suyo.
Independientemente de lo que suceda en las próximas entregas de premios que culminaran con los Oscar, tenemos en "El Discurso del Rey" un film que gustará a muchos, incluso a aquellos que, en ocasiones, desdeñan el cine británico por considerarlo excesivamente pausado. Y, como es obvio, Hollywood ha puesto su granito de arena en el proyecto con la producción de los hermanos Weinstein. Un gran título que abre un año en el que el sello de calidad puede superar con claridad al obtenido en 2010.